La zarpa militar de 'Bibi', seductora Meryl y la boda de la duquesa
Benjamin Netanyahu, Victoria de Hohenlohe, Meryl Streep y Sonsoles Ónega; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Benjamin Netanyahu
Es posible que llegue un día en el que las portadas de los periódicos sirvan para algo más que contar las cifras de muertos bajo los cascotes en la Franja de Gaza. Y entonces dedicaremos un turno a descifrar el personaje de Bibi Netanyahu (Tel Aviv, 1949), primer ministro israelí gracias al apoyo de las fuerzas políticas menos dotadas para empatizar con los palestinos. Después de sus últimos catorce años en el poder (y tres más entre 1996 y 1999), sobre su belicosa figura recaen los reproches por lo que está ocurriendo en aquellas tierras entre quienes censuran los excesos de la zarpa militar del Gobierno israelí.
Ya sé que la guerra no es política en sí misma, aunque se le parece obscenamente, como ya nos enseñó Clausewitz. En Oriente Medio, para presumir de política hay que tener huevos y no marearse con la sangre. Sólo los héroes saben sobreponerse a las desgracias. Es el caso de Lawrence de Arabia, que entró en Jerusalén haciéndose el chulo y a punto estuvo de alcanzar la eternidad. Pero no solo de películas viven los héroes. Este año, en Gaza las camionetas de helados solo han servido para transportar cadáveres de angelitos. En Ucrania, ni eso. El terror de la muerte ha hecho acto de presencia en todos los telediarios, donde un civil tiroteado al pie de la bici es la foto de la muerte más barata. En las pesadillas que me han atormentado últimamente siempre había cientos de gazatíes pidiendo auxilio entre los escombros. Con todo, lo peor era el llanto frágil de los niños tratando de sobrevivir al hambre. Todos los días me pregunto cuanto tiempo tardarán los convoyes de la ayuda humanitaria en repartir comida, agua, medicinas…. La espera es vergonzosa. Todos quieres llegar los primeros a Rafah, donde con un poco de suerte, el sacristán de Mahoma te permitirá acceder a una pita árabe.
Qué lejos quedan los tratados de paz de Oslo, los de Madrid, los de Camp David. Lo pienso ahora y tengo la impresión de que nunca han existido. Fue el propio Netanyahu el que pudo más interés en meterlos en el congelador. Las intifadas pasaron poco a poco a mejor vida, pero la calle desbordó la ley de las pedradas y así le fue.
Recuerdo Jan Yunes, donde no podías cruzar la calle salvo que llevaras chaleco antibalas. Fueron días terribles. Yo estaba entonces en Yabalia, viviendo con una familia que me acogió mientras hacía unos reportajes. La casa era un simple caseto protegido por un tejado de uralita. Comíamos pita árabe y guisantes crudos. Al final el suelo se convertía en una alfombra de vainas.
En Jan Yunes nos refugiamos en un dispensario de enfermería para curar a los heridos. Allí nos proporcionaron mascarillas para protegernos de un gas cuyo nombre no recuerdo, pero producía horror. Al llegar a casa busqué en los bolsillos y encontré un pequeño puñado de guisantes crudos. Fue nuestra cena.
Victoria de Hohenlohe
De todos los eventos fastuosos que este año nos ha ofrecido el calendario nupcial, el que tenía más poderío le ha correspondido a Victoria de Hohenlohe (Málaga, 17 de marzo 1997), duquesa de Medinaceli, que hace una semana se casó con el financiero Maxime Corneille en una finca prestada de Jerez de la Frontera. Digo que se trataba de una finca prestada porque el tío abuelo de la duquesa, el duque de Segorbe (alias Segorbe a secas) le negó el paso al palacio de la familia. Resumiendo: luchas intestinas, odios sarracenos, enemistades y resentimientos. Ni la alta nobleza hispano-germana está libre de broncas.
Mientras vivieron los Alba daba la impresión de que los Medinaceli apenas existían. Pero existían, ya lo creo que existían. Y existen. Mimi Fernández de Córdoba era la matriarca de la casa y siempre mostró predilección por su hijo, Luis Medina (Segorbe), al que pretendió dejar todos sus títulos. Los Medinaceli descendían de los Reyes de Castilla. Entre medio estaban también los infantes de la Cerda y unos cuantos peces gordos más. En algunos de ellos se cebaron las desgracias. Segorbe, tío abuelo de la actual jefa de la Casa de Medinaceli, ha prohibido a la joven duquesa casarse en un palacio familiar, por ejemplo, la casa de Pilatos, que para los sevillanos es un casoplón de caerte de espaldas. Para hacerse una idea de lo codiciada que era esta casa de Pilatos baste decir que en ella asistieron una fiesta y pernoctaron Jackie Kennedy y Grace Kelly, que apenas se hablaban,
Como digo, en Jerez contrajeron matrimonio Victoria Hohenlohe y Maxime Corneille. Por la boda pasaron ilustres nombres de la nobleza propia y ajena, como Albas, Huéscar, Langenburg, Osorno, etcétera. Allí estuvieron también los Reyes de Holanda (Maxima Zorreguieta y la heredera Elisabeth) y Miriam Ungría, que tras su viudedad se ha convertido en la princesa Al Ghazi de Jordania. La novia, Victoria, de 26 años, no tiene nada que envidiar al resto de nobles de su familia. No usó palacio, ni velo, ni tiara. Con 45 títulos en su historial tampoco le importó demasiado.
Mary Louise Streep
Llegó a España y lo primero que hizo fue plantarse a la orilla del escenario de Oviedo y moverse al compás de las gaitas asturianas cuyo afilado sonido era, con bastante probabilidad, absolutamente desconocido para una mujer nacida hace setenta y cuatro años en Nueva Jersey (Estados Unidos).
Meryl Streep, que contemplaba el espectáculo desde un discreto segundo plano, se mantuvo en todo momento discreta, eso sí, sin dejar de seguir el ritmo de la música con movimientos ondulantes. Su melena rubia iba y venía, marcando el compás y haciendo las delicias del público. La actriz había llegado a Oviedo en compañía de su hermano, coreógrafo de profesión. Todo el mundo la observaba, pero Meryl no dejaba ella no dejaba de bailar y reír, como si el mundo le perteneciera.
Ya en la ceremonia de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Streep aguantó a un lado del escenario, desprovista de afán exhibicionista y con la melena acariciándole la espalda. Vestía un pantalón ancho, negro con flores rojas. De no ser porque las flores españolas más características son los claveles, en cualquier momento la actriz habría podido lanzarse a dar unos pasitos de baile flamenco. No hubiera desmerecido de su proclama: "La empatía es el corazón palpitante del don del actor". En el teatro Campoamor, donde fue la más aclamada, a Meryl Streep se le perdieron los folios del discurso, pero su voz era tan limpia que los espectadores ni se enteraron.
Antes de la ya tradicional ceremonia, en la que recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, había visitado Gijón, y la escuela de Arte Dramático donde mantuvo largas conversaciones con los alumnos. Habló del teatro, incluso del teatro español, dándose el gusto de evocar a García Lorca y a nuestros clásicos del Siglo de Oro (El caballero de Olmedo, Doña Rosita la soltera, La casa de Bernarda Alba, La vida es Sueño…).
En vísperas de la ceremonia la actriz también había conversado largamente con Antonio Banderas y ambos, mano a mano, cantaron las excelencias de la gastronomía asturiana. Eso ya fue en el fin de fiesta. Solo faltaron las filloas. Digo frixuelas.
Hay que traer más a esta chica. Es un portento. Divina.
Sonsoles Ónega
La primera vez que la vi tuve la impresión de que se había obrado un milagro. En aquel momento ejercía de cronista política y su terreno de juego era el Congreso, concretamente el patio del alterne, donde Sonso iba continuamente de la Ceca a la Meca entrevistando a unos y a otros sin dejar de hacerles de hacerles putaditas finas.
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No es por meterme con los políticos, pero con demasiada frecuencia aquello parece una feria de muestras. Perdón por la cacofonía: me refiero a una feria de fieras. Un día, de pronto, se inició la sesión en el palacio de la carrera de San Jerónimo y, ay, Sonsoles Ónega (Madrid, 45 años) no estaba. La periodista había dejado los pasillos de la Cámara para quedarse en los platós, con un formato propio. Telecinco había premiado su buen hacer con la jefatura de Ya es mediodía. Ya no volvió al Congreso. En lugar de entrevistar a los políticos se dedicó a presentar programas de televisión (primero en Mediaset, luego en Atresmedia) y a escribir libros,
Un día publicó un libro, y al siguiente otro y otro más. Así hasta siete. Luego vino Las hijas de la criada y con él ganó el Premio Planeta. El finalista fue Alfonso Goizueta, un periodista de 23 años que se atrevió con una biografía de Alejandro Magno. La sangre del padre.
Qué lista es la gente joven de ahora.