Los Rubiales del periodismo de izquierdas
Periodistas misóginos que han acosado, humillado o abusado sexualmente de compañeras están ahora enviando a Rubiales a la guillotina y defendiendo a Jenni Hermoso.
Es un tanto difícil de procesar que periodistas que se definen de izquierdas y feministas, que han cometido acoso y abusos contra mujeres en su entorno laboral de forma reiterada estén ahora pidiendo la cabeza de Luis Rubiales por un "piquito". Te estalla la corteza occipital.
Eso es exactamente lo que le ha sucedido en los últimos días a muchas periodistas que han sido acosadas en su entorno laboral, humilladas, abusadas y agredidas sexualmente por sus compañeros o superiores en algún momento de su carrera. Están aireando esos agravios, constituyan o no delito legal, en lo que se puede interpretar como una masiva terapia de grupo, una catarsis a veces necesaria tras años de ostracismo.
Las pioneras han sido las de deportes. Pero no hay que perder de vista que el beso robado a Jenni Hermoso, que se considera según la última reforma "violencia sexista", ha sido la guinda de un pastel plagado de corrupciones, comisiones millonarias de compadreo y el blanqueamiento de dictaduras islamistas como Arabia Saudí.
Ya están empezado a caer, nadie es imprescindible. No hizo falta que la víctima de acoso laboral de un conocido periodista cultural lo nombrara para que todos supieran a quién se refería. El diario en el que se produjo el acoso guardia silencio, mientras sus columnistas siguen lanzando dardos plañideros contra Rubiales obviando el elefante en la habitación.
Esta nueva corriente de desquicie woke ha envilecido la honrada y necesaria lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. No se puede dejar en manos de estas voces la decisión de que un violador lo sea o no en función de su ideología. Los hombres de izquierdas también abusan y violan. Y sus pregoneros demuestran su impotencia para estar a la altura del puritanismo unicornio y atrofiado que ellos mismos pregonan.
Dirá usted que esto sucede en todos los sectores, y estoy de acuerdo. Pero merece la pena recordar que una de las funciones del periodismo es dar voz a las víctimas, exponer el abuso de poder y la corrupción y exigir justicia. Esa obligación de coherencia ética se puede y se debe reclamar a profesionales de instituciones como el judicial o el de las fuerzas armadas, que deben estar bien engrasadas para que una democracia sea efectiva. En el caso de los medios de comunicación, el problema afecta a la poca credibilidad que nos queda a los profesionales de un sector ya moribundo por su afiliación a narrativas políticas de una u otra facción y por malas praxis.
Los mismos hechos y sus consecuencias gravosas no son relativos según quien los cometa. Cualquiera que exija la dimisión de Rubiales por un beso o por sus orgías está en la obligación moral de exigir también la dimisión de Irene Montero por haber liberado a cientos de violadores por su incompetencia. Eso sería ser coherente y regirse por un código ético sólido.
"Algunos hombres que han sido testigos de estos delitos y que están horrorizados por la falsedad y la hipocresía que hoy exhiben sus medios"
Estos días he hablado con muchas periodistas agredidas y acosadas. Con algunos hombres que han sido testigos de estos delitos y que están horrorizados por la falsedad y la hipocresía que hoy exhiben sus medios. No hay ni una sola conversación en la que no se pronuncie la frase "los peores son los de izquierdas", porque a los de derechas ya se les ve venir y te puedes poner en guardia.
Esto por supuesto es un prejuicio, que sólo busca destacar la esquizofrenia de los agresores de izquierda, equiparable a la de predicadores religiosos que abusan de menores. Por cierto, en España el acoso sexual es un porcentaje bajo de un mal mayor que es el acoso laboral y que también ejercen las mujeres.
Según los expedientes de acoso laboral que llegan a tribunales y que se tramitan, que son un 2% de un total de casi medio millón de trabajadores afectados, un 2,11% son casos de misoginia y un 2,39% constituyen acoso sexual. A mayor precariedad en el sector, mayor incidencia del acoso, por lo que el periodismo es terreno abonado. La mayoría de acosadores, un 75,9%, son hombres, y el 51,2% son mujeres.
Harían falta peritajes psiquiátricos para comprender los perversos alambiques mentales por los que periodistas misóginos que se han magreado en público los genitales, bromeado sobre sus parejas como si fueran sus chachas, acosado y humillado a compañeras, o incluso abusado sexualmente de ellas están ahora enviando a Rubiales a la guillotina como si no hubiera un mañana y defendiendo jubilosamente a Jenni Hermoso.
"¿Ninguno de estos medios va a publicar un editorial admitiendo que el acoso laboral y sexual existe en sus redacciones?"
Han perdido de vista la realidad. Tal vez por ser la única forma de sobrevivir cuando sus actos contradicen de forma tan bipolar la ideología que pregonan. Pero si han perdido de vista la realidad de hechos tan evidentes, tal vez no deberían dedicarse al periodismo.
Las intervenciones y publicaciones supuestamente feministas del periodista cultural caído en desgracia son hilarantes a la luz de su comportamiento. ¿Ningún directivo de los medios en los que trabajó conocía su comportamiento laboral ni va a asumir responsabilidades? ¿Fue contratado por su valor profesional real o por el clickbait de sus desvaríos? ¿Ninguno de estos medios va a publicar un editorial admitiendo que el acoso laboral y sexual existe en sus redacciones? Eso ayudaría mucho a las víctimas.
Es fácil comprender, al leer los tuits de mis compañeros misóginos, que su brújula moral desvaría con cada nueva vuelta de tuerca. ¡Viva el sí es sí!, silencio ante la reducción de penas a violadores. ¡Muerte a Rubiales! Están intentando complacer a sus superiores, que ahora son todas féminas y grandes tarotistas de la cancelación. Me consta que hay hiperventilación en sus redacciones y están poniendo sus barbas en remojo.
Mi entorno es el de los corresponsales extranjeros y de conflictos, que en casa tienen esa pátina de santidad y de heroísmo. Sus delitos no se ven, o se ignoran, desde Madrid. Los casos de machismo pata negra, insultos, humillaciones y agresiones a mujeres profesionales son conocidos y públicos en mi entorno. Incluso tenemos nuestros propios pedófilos, que acuden raudos a rescatar a desvalidos huérfanos en desastres y guerras. Una mayoría cómplice de hombres y mujeres calla.
¿Qué credibilidad pueden tener como periodistas cuando publican los crímenes de los poderosos? Un experto en acoso laboral me comentó hace tiempo que la única solución para acabar con este delito es que ese silencio se considere legalmente complicidad.
"El griterío machirulo ya anda histérico en redes acusando a las agredidas de vengativas, aprovechadas, inestables o victimistas"
Soy la primera en oponerse al linchamiento y a la cancelación, porque eso es precisamente a lo que se dedican a diario los misóginos y acosadores. Me consta, porque he hablado con ellas, que las mujeres que están denunciando a sus agresores también se oponen a esas prácticas. Por eso no han publicado sus nombres.
Sólo piden que cesen estos delitos y que no le suceda a nadie más. Después de muchos años, todavía padecen síntomas de trauma que son difíciles de fingir. He visto caer tíos como torres por estrés postraumático producido por acoso, no eran débiles. Por eso es un delito: tiene consecuencias graves.
Pero cómo no, el griterío machirulo sectorial ya anda histérico en redes acusando a las agredidas de vengativas, aprovechadas, putas, inestables, victimistas o idiotas. En su muy reducida comprensión de en lo que consiste el acoso y las consecuencias que puede acarrear para la salud física y mental durante años, consideran que si no se quejaron o denunciaron en su momento es porque mienten. O porque se acostaron con los maltratadores para conseguir algo a cambio, y como no lo consiguieron, ahora se vengan.
Esta narrativa la escucho y la leo cada vez que sucede uno de estos #MeToo. No acabo de comprender muy bien cómo funciona esa ecuación. Porque sí que hay un porcentaje de mujeres que se acuestan con sus superiores para conseguir el poder, de la misma forma que proliferan los machitos lameculos. Pero una vez lo consiguen, ¿por qué van a victimizarse? Algunas de las periodistas que se han quejado del acoso tuvieron relaciones con sus acosadores. ¿Eso las obliga a callar? ¿Justifica esa relación que la expareja las humille en público?
Que no haya denuncias legales no debería ser un impedimento para expulsar a estas sabandijas. Algunas empresas anglosajonas y europeas son muy expeditivas con estos casos. Se abre una investigación interna y si se concluye que ha habido delito o prácticas incompatibles con la credibilidad y los estándares del medio, se produce un cese fulminante.
Yo soy partidaria de denunciar, y eso hice en su momento. Porque, aunque no se consiga la justicia que se espera, durante el proceso el abusador empieza a tener miedo y se cohíbe. Y eso es lo que debe hacer quien no entiende los límites, el respeto ni la ética. Reprimirse.
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.