Joe Biden y Mohamed bin Salman están condenados a entenderse
El precio de la gasolina le importa más al americano promedio que el asesinato de un periodista cualquiera. Y por eso a Joe Biden no le va a quedar más remedio que recuperar la relación con Arabia Saudí.
Tras cuatro años de vientos huracanados, los americanos eligieron a finales de 2020 a un apaciguador como presidente. Sin embargo, llegado a la mitad de su mandato, Joe Biden no ha conseguido reunificar al país. La proyección de una calma chicha desde la Casa Blanca no ha bastado para tranquilizar a los exaltados. La majestad presidencial ya no es lo que era ni quien la ostenta es precisamente un oasis de carisma.
Ese caminar que tanto recuerda a Mariano Rajoy le ha ganado a Joe Biden el mote de Sleepy Joe ("Joe el somnoliento"). En su defensa cabe decir que en política exterior ha mostrado recientemente todo lo contrario, poniéndose a la cabeza de la ayuda a Ucrania y coordinando la respuesta de la OTAN ante los delirios imperiales de Vladímir Putin.
Pero eso le gana pocos puntos ante el americano promedio, que cada vez está más encerrado en sí mismo. Como lo estaba, paradójicamente, durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el ataque a Pearl Harbor. En noviembre, cuando esté frente a la urna durante las midterm elections, ese ciudadano de Arkansas se tocará el bolsillo antes de tomar una decisión. El peso de su cartera será determinante.
Esas matemáticas sí se le dan bien a Biden. El presidente sacó sus cuentas y decidió tragarse algunas de sus palabras. ¿Cuáles?
A pocas semanas de haberse instalado en la Casa Blanca, Biden envió a Arabia Saudí a Brett McGurk, su principal asesor para Oriente Medio, con un mensaje personal para Mohamed bin Salman, el príncipe heredero y gobernante de facto del reino.
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El encuentro tuvo lugar en una carpa en la antigua ciudad de Al-Ula y el mensaje fue que la relación entre ambos países estaba empantanada.
No era para menos. Según una investigación de los servicios de inteligencia americanos, el noble árabe estuvo detrás del horrible asesinato de Jamal Khashoggi, un corresponsal de The Washington Post. Para ser exactos, el periodista fue torturado, decapitado y desmembrado en el consulado de su país en Turquía.
En ese momento, al que también hay que sumar la larga y sangrienta guerra de los saudíes en Yemen, Riad había perdido el apoyo de ambos partidos, el Demócrata y el Republicano, en Estados Unidos.
Poco antes, en plena campaña electoral, Joe prometió convertir a Mohamed bin Salman en un paria internacional. Eso fue en 2020.
Pero aceleremos hasta 2022. Washington anuncia, con bombo y platillos, que Joe Biden será recibido por la monarquía saudí tras meses de intenso cabildeo para lograr el encuentro.
¿Oyen la nota discordante? ¿Por qué el hombre más poderoso del mundo se ve obligado ahora que llamar a las puertas saudíes?
"El petróleo, que ya estaba al alza por la turbulenta recuperación económica tras los cerrojazos pandémicos, se montó en un cohete tras el cerco internacional al zar ruso y sus secuaces"
Mohamed bin Salman aplicó aquella máxima del beduino: si esperas el tiempo suficiente sentado a la orilla del río, verás el cadáver de tu enemigo pasar.
Los delirios de Putin han sacudido las placas tectónicas de la geopolítica. Biden ya tuvo que tragarse sus palabras hace unos meses, aunque a menor escala, cuando tuvo que enviar una comitiva a Caracas para reunirse con Nicolás Maduro.
Las razones, en parte, son las mismas: el petróleo. El oro negro, que ya estaba al alza por la turbulenta recuperación económica tras los cerrojazos pandémicos, se montó en un cohete tras el cerco internacional al zar ruso y sus secuaces.
Con el patio tan minado, la realidad dicta que no se puede convertir a Mohamed bin Salman en un paria. Con Putin y Xi Jinping al acecho ya hay suficiente en el plato.
Por eso a Joe Biden no le queda otra que hacer su particular peregrinación a La Meca. Para frenar a los extremos en las elecciones de noviembre, y luego en 2024, Biden deberá retornar a sus orígenes de político hábil. El precio de la gasolina y la inflación consiguiente le importan más al americano promedio que las andanzas de un árabe bajo sospecha de asesinato.
Las potencias no tienen amigos ni enemigos, sólo intereses.
*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.