El pasado 20 de enero, el Gobierno español comunicó el envío de la fragata Clase F-100 Blas de Lezo y el Buque de Acción Marítima (BAM) Meteoro al mar Negro como parte del despliegue de la OTAN destinado a disuadir a Rusia de escalar su agresión contra Ucrania. A los buques se unirá pronto un destacamento del Ejército del Aire (probablemente 6 cazabombarderos Eurofighter Typhoon) que serán desplegados en Bulgaria. Esta muestra de solidaridad militar vino acompañada de las tradicionales declaraciones de fe en la Alianza Atlántica. La titular de Defensa, Margarita Robles, subrayó que Madrid es “un aliado serio”. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, subrayó desde Washington “el compromiso español con nuestros aliados”.
La contribución a la seguridad de los límites orientales de la OTAN decidida por el gabinete de Pedro Sánchez es un intento de recuperar el favor de EE. UU. cuando el declive de la posición internacional española pasa factura en las relaciones con Marruecos.
Desde las protestas de Rabat por la asistencia medica prestada en España al dirigente del Frente Polisario, Brahim Ghali, en abril de 2021, las relaciones con el vecino del sur no levantan cabeza. El Gobierno alauí ha retirado a su embajador, promovido un asalto masivo de inmigrantes ilegales en Ceuta y establecido ilegalmente una piscifactoría en aguas españolas de las islas Chafarinas.
"España entrega su apoyo político y se suma al consenso occidental siempre que demande una contribución militar de bajo riesgo"
La diplomacia marroquí ha sido transparente sobre el precio de la reconciliación: Madrid debe aceptar las tesis de Rabat sobre el Sahara Occidental y enterrar cualquier solución al conflicto en su antigua colonia que tome consideración a la población autóctona. La baza marroquí para este órdago es su convicción de que cuenta con el apoyo de EE. UU. después de que el presidente Donald Trump se adhiriese a su posición sobre el Sahara Occidental.
El plan de Sánchez para volver a ganar el favor de Washington se basa en que la presidencia de Trump fue una anomalía y puede conquistar el favor de la Administración Biden siguiendo la fórmula de anteriores gobiernos socialistas: ambigüedad calculada, riesgos militares mínimos y exhibición de solidaridad política. De acuerdo con este guion, España siempre se presenta como el aliado más apaciguador en cualquier crisis enfrentada por EE. UU. Luego, entrega su apoyo político y se suma al consenso occidental siempre que demande una contribución militar de bajo riesgo.
Esas fueron las bases de la participación española en la primera guerra del Golfo y Yugoslavia que se saldaron con éxitos diplomáticos para la Administración de Felipe González. Son también los principios que guiaron a José Luis Rodríguez Zapatero para que España cubriese el expediente en Afganistán sin mucho entusiasmo, ni grandes riesgos.
"Los buques y aeronaves españoles en nada alteran el balance militar"
Ahora la estrategia es la misma. A pesar de que España tiene buenas razones para sumarse a los esfuerzos para disuadir a Vladímir Putin (recuérdese la injerencia del Kremlin en Cataluña y los ciberataques contra instituciones españolas) la diplomacia de Madrid ha tenido un cuidado exquisito en enfatizar el aparente valor mágico del diálogo para frenar a los más de 100.000 soldados rusos concentrados en las fronteras ucranianas. Los buques y aeronaves españoles en nada alteran el balance militar. En realidad, nadie espera que tengan que entrar en combate después de que el propio presidente Biden haya desechado una intervención militar en defensa de Ucrania. Son sólo un gesto para hacer visible el respaldo político a Washington.
El problema con esta ofensiva para recuperar simpatías en Washington es que no va a funcionar por una sencilla razón: los años 90 quedaron atrás y las reglas de juego han cambiado. Como señala Richard Haass, presidente del Council of Foreign Relations de EE. UU., en The Age of America First (Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 2021), la acción exterior de Trump guardó una sorprendente consistencia con la de su predecesor en el cargo, Barack Obama, y se ha perpetuado en la Administración Biden.
Las prioridades de Washington están ahora mucho más determinadas por una visión estrecha y de corto plazo de los intereses nacionales mientras se otorga menos importancia a la preservación de las alianzas, a menos que hayan demostrado un valor tangible (Reino Unido) y/o un amplio respaldo doméstico (Israel).
"Los gobiernos del PSOE han pasado por encima de las preocupaciones de Washington en América Latina manteniendo relaciones con Venezuela"
Este cambio en la política exterior norteamericana hunde sus raíces en el 11-S. De hecho, fue José María Aznar quien vio con claridad que la vieja receta de la política exterior española había dejado de funcionar y apostó por una relación privilegiada con Washington para salvaguardar los intereses nacionales. Vale la pena recordar que las actuales tensiones con Marruecos guardan similitudes con la crisis de Perejil.
En aquel momento, Rabat respondió al apoyo español a los esfuerzos de la ONU para resolver el conflicto del Sáhara con la toma del islote. La diferencia es que entonces el Gobierno español contó con el pleno respaldo de EE. UU. para frustrar las pretensiones marroquíes. La solidaridad estadounidense no fue casualidad. Se trató de la contrapartida al respaldo irrestricto de Madrid en las horas negras después del ataque a las Torres Gemelas. Todo un ejemplo de cómo se forja una alianza
Frente a este antecedente, las trayectorias de Sánchez y su antecesor socialista en el cargo, Rodríguez Zapatero, no pueden resultar más distintas. Sus gobiernos han pasado por encima de las preocupaciones de Washington en América Latina manteniendo relaciones con la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. Y su contribución militar en momentos críticos siempre ha sido mínima. Ahí está el escaso papel de Madrid en la intervención de la OTAN en Libia en 2011.
Finalmente, el papel de Podemos en el actual gabinete tampoco ayuda. Al margen de la histeria pacifista, el partido morado (que siempre se echa de menos en escenarios como Siria o Venezuela), y las fluidas relaciones de algunos de sus dirigentes con las embajadas de países como Rusia o Irán, no resultan estimulantes cuando se trata de los aliados compartan información o coordinen decisiones.
"Si Sánchez quiere recuperar el respeto de Washington, puede anunciar que contribuirá con tropas a la operación Takuba liderada por Francia en el Sahel"
En consecuencia, se pueden esperar muestras de agradecimiento de Washington a cambio de los gestos de Madrid. Pero si de lo que se trata es de conseguir cambios reales de la política norteamericana a favor de España, las cosas van a ser difíciles.
Imaginar, por ejemplo, que la administración Biden va a desdecir a Trump y volver a respaldar a España en la cuestión del Sáhara Occidental equivale a pensar que la Casa Blanca esta dispuesta a dar una bofetada a Marruecos, un socio predilecto de Israel en el mundo árabe. Ese podría ser un precio que Washington prefiere no pagar después de poner en la balanza lo poco que ha recibido de Madrid, lo bastante que le ha dado Rabat y lo mucho que tiene con Jerusalén.
Esto no quiere decir que sea imposible reconstruir la asociación estratégica con Estados Unidos. Si Sánchez quiere recuperar el respeto de Washington, puede anunciar que contribuirá con tropas a la operación contraterrorista Takuba liderada por Francia en el Sahel y en la que EE. UU. confía para poder reducir su presencia en África.
De igual forma, el Gobierno español podría presentar un plan para incrementar su gasto en defensa a corto plazo hasta el 2% del PIB (gastó el 1,02% en 2021), el compromiso fijado por la Alianza en la cumbre de Gales de 2014. Pero este tipo de pasos parecen más allá del precio que Sánchez está dispuesto a pagar para recuperar la confianza de EE. UU. Otra política exterior es posible y mejor para los intereses de España. El problema es que el actual presidente no tiene ni la voluntad política para tomar esa hoja de ruta, ni el valor para asumir los riesgos que implica.
*** Román D. Ortiz es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.