En su más reciente ensayo, César Rendueles describe un ser humano igualitarista por naturaleza. Cuenta que las familias viven en armonía y los amigos se ayudan mucho cuando van de campamento. Es el capitalismo, sinónimo de muerte, el que nos ha hecho perversos; afortunadamente, tendría los días contados.
La igualdad material es la razón de ser de la izquierda. En ese sentido, Rendueles es un soplo de aire materialista en medio de tanta polución cultural, nocturna y diurna. Pero también ejemplifica dos errores de moda: falsear la naturaleza humana y profetizar el fin del capitalismo.
La naturaleza humana es compleja y contradictoria, tiene pulsiones egoístas y altruistas, es agresiva y pacífica, combativa y colaborativa. Si la analizamos con edulcorantes, es normal querer volver a la buena vida del pasado. Pero si somos críticos con ella y con nuestra evolución, descubriremos un abanico de atrocidades en toda época y latitud. No hay pasado justo al que volver.
Al contrario, con la televisión apagada y el Twitter fuera de cobertura, la Humanidad progresa de manera espectacular. Hace dos siglos, el 80% vivía en la extrema pobreza; hoy es menos del 10%. La esperanza de vida estaba en torno a 30 años; hoy está en 73 y en España supera los 83. Progresos similares pueden observarse en los índices de alfabetización y democracia, los derechos de la mujer, el acceso al agua potable, las vacunas y cuanto queramos comparar.
La globalización capitalista, origen de tantos problemas, también ha salvado a millones de personas. Las hambrunas, endémicas en muchos países hasta hace apenas 20 años, casi han desaparecido gracias al comercio y la tecnología.
A pesar de las burlas de quienes no lo han leído ni entendido, Fukuyama tenía razón: el corpus ideológico liberal-capitalista quedó sin rival con el hundimiento del comunismo. El capitalismo no se puede eliminar, se debe reformar. Es ahí donde caben discusiones poliangulares sobre lo posible y lo imposible, el pragmatismo, el idealismo y el cinismo. Se equivoca la izquierda que propugna su destrucción sin llevar rueda de recambio.
El discurso solidario de redistribución pierde atractivo cuando la declaración de la renta sale a pagar
En un asombroso ejercicio de contorsionismo intelectual, algunos ejemplos históricos de políticas “alternativas” al capitalismo se toman precisamente de los países capitalistas durante la Guerra Fría: fuerte presencia del Estado en la economía e impuestos altos a los más ricos.
Otras medidas igualitaristas como el cooperativismo, la renta básica o los impuestos ecológicos son compatibles con la tradición socialdemócrata y perfectamente legales en cualquier régimen capitalista que quiera legislarlas. Otra cosa es tener mayoría parlamentaria para ello.
Con el crecimiento económico posterior a la Segunda Guerra Mundial, quedó patente que los ciudadanos occidentales no iban a secundar ninguna agenda rupturista. Como bien explica Kahneman, el ser humano tiene más miedo a perder lo que tiene que motivación por ganar lo que puede.
Cuando las clases populares alcanzan cierto nivel de bienestar se hacen más conservadoras. El trabajador bien colocado acepta horas extras y empieza a pensar en cambiar casa, coche y vacaciones. Difícilmente aceptará una subida de impuestos o una reducción de jornada y sueldo para repartir el trabajo. Y si junta cierto patrimonio defenderá con uñas y dientes que sus hijos lo hereden con la mínima carga fiscal.
El discurso solidario de redistribución pierde atractivo cuando la declaración de la renta sale a pagar. De ahí que la izquierda se sacara de la manga los ases post-materialistas y empezara a usar de forma partidista movimientos como el feminismo y el ecologismo, que deberían ser transversales y plurales.
La España reciente es un caso de libro. Zapatero no tenía una política económica alternativa a la de Aznar. La burbuja inmobiliaria resplandecía y había que fabricar otras diferencias. De ahí que jugara las cartas de la memoria histórica y el Estatut. Quince años después, por no discutir de economía hemos acabado en crisis existencial.
Si la derecha y la izquierda no reaccionan, los trabajadores girarán hacia la extrema derecha, como en Francia
El igualitarismo no está condenado al fracaso, pero sólo puede tener éxito en versión reformista, aliándose con la clase media para ensancharla y mejorar el nivel de vida del mayor número de ciudadanos. A pesar de su mala imagen entre los círculos de izquierda, el concepto de clase media sigue vigente en la mente de millones de personas como un estilo y nivel de vida que se quiere conservar o que se aspira a alcanzar.
Muchos conflictos de hoy se dan precisamente porque grandes masas de población no pueden acceder a una vida de clase media y no se conforman con verla por internet. Apoyarles ha de ser el objetivo prioritario del Estado cuando interviene en la economía.
Mejorar las condiciones de vida de todos, empezando por las personas con rentas más bajas, es mucho más importante que reducir la desigualdad por motivos éticos. Si consiguiéramos eliminar la pobreza, acabar con el paro y duplicar el salario mínimo, ¿sería tan grave que Bill Gates viviera en una mansión de 120 millones de dólares? Sólo con su construcción y mantenimiento ya estaría creando decenas de puestos de trabajo.
Con todas las adaptaciones necesarias, la igualdad de oportunidades y la meritocracia siguen siendo válidas para organizar la educación, la función pública y la empresa. Si el esfuerzo no tuviera premio, la creatividad y la productividad se hundirían. ¿Por qué volcarme en un proyecto todas las noches si voy a cobrar lo mismo que mi vecino que se las pasa quemando Netflix?
Aumentar el nivel de vida de las clases populares es garantía de estabilidad y ha de ser la preocupación constante de cualquier gobierno. Si la derecha no se siente aludida y la izquierda se pierde en trincheras culturales, antes o después los trabajadores girarán hacia la extrema derecha. En Francia, el primer partido obrero es el de Le Pen. La etimología de la palabra nacionalsocialismo es cristalina.
Herederos de la Ilustración, vivimos el mejor de los mundos vividos pero no el mejor de los posibles. Tenemos capacidad y medios para asegurar el progreso de todos. Pero sólo con el diagnóstico correcto podremos encontrar las respuestas adecuadas a los desafíos que afrontamos. Reformar el capitalismo es difícil, pero soñar con su destrucción es inútil y crea expectativas imposibles.
*** Josep Verdejo es periodista.