Estamos en la fase final de este primer brote de la pandemia que sin piedad ha dejado un reguero de muerte en muchas familias y desolación en la sociedad en general. Seguimos con cientos de pacientes ingresados y aunque todos los indicadores son positivos, la crisis económica resulta igual de preocupante y podría agudizarse aún más, pues sobre ella pende la espada de Damocles en forma de posibles nuevos brotes.
Nada positivo cabe extraer de esta fatalidad, más allá de que el maldito virus nos ha obligado a mantener un confinamiento que nos permite valorar cosas que antes apenas se tenían en consideración. Estoy pensando en la posibilidad de dar un paseo cuando te apetece o compartir más tiempo con la familia.
También da que pensar que, a falta de un tratamiento eficaz y de la vacuna, los países más afectados sean los que cuentan con más recursos y posibilidades. Como si el virus o la naturaleza misma hubieran decidido dar una lección de humildad a los más arrogantes, a los que pensaban que nada escapaba a su control.
Por el contrario, países más pobres, más modestos en recursos, haciendo gala de humildad, recurrieron desde el principio a la medida más sencilla y más económica, el encierro precoz de la población, y ahí están los resultados en forma de pocos contagios y muchos menos muertos.
Lo que se ha vivido es una auténtica tragedia que podría haber sido menor con más previsión y otra gestión
En nuestro país ha quedado patente la debilidad del escudo de protección social y sanitario. Más allá de las buenas intenciones que nadie pone en duda, la falta de previsión, la falta de planificación cuando ya teníamos encima la pandemia, la escasez de recursos sanitarios y la poca coordinación entre nuestras administraciones públicas, son un hecho innegable que obliga a una profunda reflexión y a poner manos a la obra en previsión de futuras crisis sanitarias, que volverán a aparecer.
Sólo se ha salvado la actitud y el compromiso de unos profesionales que, en todos los centros sanitarios, se han dejado más que la piel para tratar a los enfermos, en muchas ocasiones sin los recursos necesarios.
Toca reconstruir nuestro sistema de protección social. Y con la sangre aún caliente de nuestros muertos toca hacerlo con voluntad reparadora. Sin importar el color político o la ideología, porque lo que esperamos todos es poder disponer del mejor sistema de atención socio-sanitaria al que podamos aspirar.
Choca ver, incluso en estos momentos, cómo algunos políticos se afanan en desprestigiar a sus oponentes recurriendo al insulto o a la mofa, sin respetar el drama que se ha vivido y sigue viviéndose en hospitales, centros de atención primaria y, sobre todo, en nuestras residencias, donde –más allá de que no tuvieran los recursos necesarios, porque son residencias, no hospitales de crónicos– sufrieron de forma directa la presión asistencial y no se les permitió derivar a los enfermos, aun a sabiendas de que fallecerían sin remedio.
Cualquiera que se dedique al servicio público y no sienta el sufrimiento de la población, que se permita mirar para otro lado y seguir haciendo lo mismo que hacía antes, traiciona su función y debería quedar descartado para el cargo. Porque lo que se ha vivido es una auténtica tragedia que podría haber sido menor con más previsión y otra gestión. Esa es la verdad.
He visto a diario la muerte, el dolor de los familiares y el espectáculo dantesco de las UCI
Toca ponerse a trabajar, por todos los que han muerto y sus familias. También para que quienes han perdido sus negocios o sus empleos no tengan que conformarse con el paraguas del Estado de una renta mínima vital. Miserias que no devuelven a los muertos ni sacan a las familias de la pobreza.
Toca ponerse a trabajar para reconstruir nuestro sistema de protección socio-sanitario, sin intereses particulares ni partidistas, para prepararnos y que esto no vuelva a pasar, para evitar también situaciones de pobreza y dependencia.
Toca enfrentarse con la realidad, mirar cara a cara a la tragedia y reforzar los sistemas de asistencia públicos, fortaleciendo la integración con los recursos privados para que se aprovechen todos de forma coordinada en posibles nuevas crisis sanitarias.
He visto a diario la muerte, el dolor de los familiares, el espectáculo dantesco de las UCI y la impotencia de los profesionales, obligados muchas veces a elegir a quien tiene más posibilidades de sobrevivir. La reacción política ante todo esto sólo me llena de amargura, frustración y pena porque parece que no aprendemos.
Toca ponerse a trabajar de verdad, por favor.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.