Cuando el siglo XIX moría, los principales miedos que los parisinos vislumbraban en el siglo XX eran la invasión de los cosacos, la moda de incinerar cadáveres y el neokantismo. A ningún parisino le preocupaba entonces la peste que acabaría contaminando el futuro del mundo: el nacionalismo.
Hoy muere el año 19, amaneciendo la década de los 20: ¿seremos capaces de prever el futuro o nos pasará como a aquellos franceses distraídos?
Cuando el siglo XIX moría, la principal ilusión de los españoles era Europa, ancla regeneradora para sujetar un país que había dejado de ser un imperio (una Europa donde Alemania también iluminaba como faro). Sin embargo, aquella Europa culta, pacífica y próspera que parecía eterna llegó a su fin con la Primera Guerra Mundial, siendo Alemania la gran derrotada. Paul Valéry se lamentaba: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”.
Si la pólvora, la brújula y la imprenta construyeron el puente para pasar de la Edad Media a la Moderna, el siguiente puente lo construirían la máquina de vapor, la electricidad y la tecnología. (En 1930, Keynes pronuncia en Madrid la conferencia Las posibilidades económicas de nuestros nietos. Como si vislumbrara el siglo XXI a través de un agujero negro, habló de las ventajas de la tecnología —reducción de la jornada laboral, aumento del nivel de vida…—, pero también de los inconvenientes —el gran desempleo, por ejemplo—).
Entre dos aguas —tradición y progreso— navegaba siempre España. Aunque las reflexiones de Joaquín Costa, Ortega y Madariaga señalaron el camino que a Europa llevaba, al final fue (como escribió Josep Meliá) “el frac de Alberto Ullastres el mejor pasaporte que jamás ha podido tener la idea europea”.
La liberalización económica de Ullastres (ministro de Comercio entre 1957 y 1965,
y primer representante de España ante las Comunidades Europeas) abrió la primera puerta a Europa. Y en 1986 entrábamos definitivamente en la modernidad gracias a la Comunidad Económica Europea. Felipe González proclamó: “España aporta la sabiduría de una nación vieja y el entusiasmo de un pueblo joven”.
Las nuevas tecnologías han hecho que las ilusiones de los jóvenes tengan el mundo entero como horizonte
No obstante, en 2020 la sonrisa de la vieja Europa es triste, su rostro apergaminado. Las nuevas tecnologías han hecho que las ilusiones de la mayoría de jóvenes tengan el mundo entero como horizonte. Si las primeras ciudades se formaron alrededor de los mercados, hoy el comercio mundial es un gigantesco mercado llamado Globalización.
De visita por España, cuando le preguntaron a William Saroyan qué le habían parecido los madrileños, respondió que a quienes iban por las calles, compraban en las tiendas y consumían en las cafeterías ya los había visto en California.
¿Qué es hoy la globalización, ese proceso cuyo origen coincide, curiosamente, con la creación de una miríada de Estados independientes que trajo consigo el final del colonialismo? (Para el historiador Felipe Fernández-Armesto, la época más globalizada de la Historia fue el Paleolítico porque la economía, basada en la caza y la recolección, era similar en todas las tribus).
Entre los pensadores más críticos destaca Ignacio Ramonet, creador de la consigna “Otro mundo es posible”. En su libro La crisis del siglo, publicado en 2009, Ramonet habla de “la violencia del capitalismo como un instrumento de explotación y alienación”. Y añade: “El dogma del mercado infalible se ha autodestruido. En cambio, el modelo de los países que han mantenido algún tipo de control de cambio —Venezuela, por ejemplo— se ve ahora reivindicado. Y aunque el impacto de la crisis se hará sentir en todo el planeta, esas economías que no adoptaron la desregulación ultraliberal saldrán mejor paradas”. El profeta Ramonet…
En El mercado y la globalización, José Luis Sampedro escribe: “En el siglo XX, la potencia política y militar de la Unión Soviética refrenó los abusos del poder económico. Así, a los dos fenómenos propiciadores de la globalización (la informática y la desregulación) se ha sumado un nuevo factor: el desplome de la potencia comunista que ha dejado libre el paso a la expansión mundial del poder financiero y especulador”. La Unión Soviética, paradigma de todo abuso de poder y colapso económico, como ejemplo… En las últimas páginas del libro Sampedro llega a justificar la violencia de algunos antiglobalizadores (“reacción explicable a la opresión cotidiana de los abusos”).
La OMS constata que, por primera vez, en el mundo viven más personas con un peso excesivo que hambrientas
En el Manifiesto de los movimientos sociales reunidos en el II Foro Social Mundial de Porto Alegre, se lee: “El modelo económico neoliberal está destruyendo crecientemente los derechos y condiciones de vida de los pueblos […]. Condenamos los bloqueos económicos contra pueblos y naciones, en particular contra Cuba”.
Venezuela, la Unión Soviética, Cuba… Sí hay, siendo justos, en los libros de Ramonet y Sampedro y en el manifiesto de Porto Alegre certeras críticas a los excesos económicos de la globalización y propuestas razonables: la Tasa Tobin, la supresión de los paraísos fiscales, la anulación de la deuda externa del tercer mundo…
Entre los pensadores más favorables a la globalización destaca Mario Vargas Llosa: “Ha traído enormes beneficios a los países más pobres, que ahora, si saben aprovecharla, pueden combatir al subdesarrollo más rápido y mejor que en el pasado, como demuestran los países asiáticos y los latinoamericanos —Chile, por ejemplo— que, abriendo sus economías al mundo, han crecido de manera espectacular en las últimas décadas”.
Otro defensor es Jorge Bustos, quien escribió en uno de sus brillantes artículos que el capitalismo global había sacado de la pobreza a 1.200 millones de personas entre 1990 y 2000. En esta línea, hace unos meses la OMS afirmaba que, por primera vez, en el mundo viven más personas con un peso excesivo que hambrientas.
He dejado para el final el libro más humano que he leído para la preparación de esta tribuna, Hij@, ¿qué es la globalización?, un diálogo que Joaquín Estefanía entabla con su hija: “Mis padres no tuvieron jamás un automóvil y mi primera bici me llegó cuando aprobé la reválida. Tú bajas a la universidad en coche, estás aburrida de viajar en avión y la bicicleta es, como nuestros triciclos o los soldaditos de plomo, un juguete de la niñez […]. Necesitamos más globalización, no menos. No debemos apartarnos de la globalización, sino que esta debe estar vinculada al derecho internacional, al fomento de normas universales de derechos humanos políticos y económicos”.
Cuando la nueva década termine, ¿el mundo se habrá quedado pequeño y nuestra mirada volará hacia el universo?
El propio Sampedro admite en su libro que la técnica ha convertido en indispensable una “globalización global” —no meramente económica— que incluya la sanidad, la justicia, la educación y la política.
Si les preguntasen a los españoles cuáles son los principales miedos que vislumbran en este comienzo de la década de los 20, seguramente responderían el cambio climático (el Parlamento Europeo declaró en noviembre una “situación de emergencia climática y medioambiental”); los movimientos migratorios (durante los próximos 35 años se duplicará la población africana, mientras que la europea seguirá menguando); el desarrollo negativo de la globalización (como cualquier progreso, es poliédrico: globalización del narcotráfico, del terrorismo…).
Sin embargo, como aquellos parisinos de finales del siglo XIX, quizá no seamos capaces de vislumbrar algunos de los principales problemas que marcarán nuestras vidas y las de nuestros hijos, sobre todo teniendo en cuenta que la tecnología acelera la Historia más que nunca (¿quién es hoy capaz de adelantarse a su época?, ¿cómo encontrar un Colón, un Galileo?).
El horizonte europeo bañó nuestra mirada durante el siglo XX; el mundo entero lo ha hecho durante los primeros años del XXI. Cuando esta nueva década termine, ¿el mundo se habrá quedado pequeño y nuestra mirada volará hacia el universo?
El autor de 2001: Una odisea del espacio, Arthur C. Clarke, decía que existen dos posibilidades: “Que estemos solos en el universo o que estemos acompañados. Ambas son igualmente aterradoras”. ¿Hablaremos al final de esta década de “universalización” y “antiuniversalización”? De momento, por aquí abajo seguiremos discutiendo si Cataluña y el País Vasco son una nación. Pequeñas mentes. Infinita pereza.
*** José Blasco del Álamo es escritor y periodista.