Horas después de que la voz en busca y captura de Josu Ternera nos leyera el último comunicado de ETA, aparecieron pintadas a favor de la organización terrorista en el barrio de Egia, en San Sebastián. "ETA muchas gracias" y "ETA el pueblo está contigo". Aquellos garabatos solo significaban que el comunicado final había cumplido su efecto entre los devotos del hacha y la serpiente: había justificado la irremediable existencia de la banda terrorista, había iniciado el camino hacia los altares de sus sacrificados militantes y había arengado a los suyos recordándoles que siguen necesitándolos porque lo que antes hacían con las armas, ahora lo harán desde las instituciones.
Casi al mismo tiempo que descubríamos las pintadas, se celebraba en Cambo la traca final de los interminables actos del cierre de ETA. Decía Fernando Savater esta semana, en la presentación del manifiesto ETA quiere poner el contador a cero -que ya supera las 70.000 firmas-, que alrededor de los terroristas siempre ha funcionado a la perfección una suerte de compañía de coros y danzas experta en adornar cada acto, cada comunicado y cada anuncio público. Estos días no han sido una excepción: la maquinaria, bien engrasada, ha trabajado a pleno rendimiento para sacar el máximo partido de la maniobra blanqueante en la que ETA ha convertido su desaparición.
Aun así, hay quien se sorprende de que estas últimas semanas hayan sido tristes para las víctimas. En este “tiempo nuevo” en el que tanto se habla de paz, en el que tanto se nos pregunta por qué no damos saltos de alegría ante semejante “momento histórico”, permítanme que les responda citando a Joseba Arregi, uno de los intelectuales vascos que más ha analizado el terrorismo nacionalista de ETA: “Cuando ellos, ETA y su entorno, hablaban de libertad, nosotros hablábamos de paz. Ahora que ellos hablan de paz, nosotros tenemos que hablar de libertad. Porque nunca su libertad fue la nuestra, ni su paz será la nuestra”.
Una vez asimilado el alivio por el cese de las bombas, los disparos en la nuca, los cócteles molotov, los carteles con nombres y apellidos dentro de una diana y una frase de “ETA mátalos” desperdigados por localidades vascas y navarras, pájaros muertos o balas con nombres dentro de los buzones, impuestos revolucionarios y un largo etcétera de métodos de imposición del terror de forma explícita, toca mirar más allá.
No espero nada de quienes mataron, secuestraron, extorsionaron y forzaron al exilio a miles de personas
ETA era una pieza fundamental de un movimiento que pretendía poner un proyecto político, pero no era la única pieza. Además de sus comandos y sus estructuras de banda criminal perfectamente organizada, el terrorismo etarra ha contado con otros “aparatos”, el ideológico y el político, que han sido clave en su trayectoria. Es desmantelamiento policial de ETA nos permite dejar de mirar a los encapuchados, pero no podemos perder el foco que apunta a las instituciones, donde los fieles a la doctrina etarra se han sentado con la intención de lograr desde allí lo que no han conseguido echándose al monte.
Mientras una parte de los ciudadanos continúe legitimando el terrorismo etarra, y tanto los herederos políticos de los pistoleros como sus ideólogos estén haciendo política, ETA seguirá de alguna manera viva y será necesario deslegitimarla. Mientras la izquierda abertzale continúe asumiendo el proyecto político de ETA, así como evitando condenar el terrorismo y admitir su parte de responsabilidad en la historia criminal de la banda terrorista, habremos alcanzado la paz, pero no la libertad.
No espero nada de quienes mataron, secuestraron, amenazaron, extorsionaron, intimidaron y forzaron al exilio a miles de personas. Tampoco su perdón porque para mí, quien tiene que perdonar está muerto. Nada tengo que decir a quienes mataron a mi hermano y no tengo nada más que preguntarles porque, cuando me senté cara a cara con Valentín Lasarte, había perdido la memoria. Al menos sé por qué lo mataron: porque defendía la libertad y porque estaba a punto de seguir haciéndolo desde la alcaldía de San Sebastián.
La conquista de la libertad, la batalla que mi hermano no pudo librar, es la que nos queda por ganarle a ETA. El día que no haya manipulaciones del pasado, mentiras, justificaciones de crímenes injustificables, homenajes a terroristas en plena calle, pintadas dando las gracias a ETA por lo que ha contribuido “al pueblo”, estrategias políticas para que terroristas cosechen beneficios de su trayectoria criminal, miedo a decir abiertamente que se es guardia civil, linchamientos a guardias civiles por el solo hecho de serlo y a sus novias por el solo hecho de ser sus novias, ese día habremos ganado la más difícil de las batallas. Y ese día sí estaré contenta y sí podré afirmar, alto y claro, que el Estado de Derecho y los ciudadanos defensores de la democracia hemos derrotado a ETA y hemos deslegitimado su proyecto político totalitario y excluyente.
*** Consuelo Ordóñez es presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite).