La misión que tenemos por delante quienes trabajamos en Oxfam es construir un futuro sin pobreza. Es una tarea retadora y apasionante, a la que dedicamos toda nuestra energía. Lo hacemos al lado de millones de personas que sufren crisis humanitarias donde peligra su vida, que luchan por su tierra y por su agua, que reclaman sus derechos sociales y buscan oportunidades de tener un empleo con un ingreso digno.
En todas estas situaciones, la desigualdad es un factor esencial para lograr cambios sostenibles. Si quisiéramos limitarnos a la tarea asistencial, no tendríamos que preocuparnos más que por la eficiencia de nuestra acción reparadora de daños. No es el caso. Junto con otras muchas organizaciones, aspiramos a provocar cambios sostenibles junto con quienes sufren pobreza, violencia y vulneración de sus derechos.
La mayor desigualdad se sufre precisamente en las crisis humanitarias que, cuando se ciernen sobre países desarrollados, tienen un impacto cientos de veces menor que cuando se abaten sobre las personas con viviendas frágiles, sin protección institucional ni recursos para hacer frente al desastre. El impacto más severo del cambio climático lo está sufriendo la población vulnerable, en el Sahel o Bangladesh, aquélla que menos contribuye a su génesis. Otra terrible desigualdad.
La concentración de la riqueza y los recursos naturales se convierte en un freno a la reducción de la pobreza
En un mundo que sabemos es finito y que consumimos a un ritmo insostenible, la concentración de la riqueza y de los recursos naturales se convierte en un freno a la reducción de la pobreza y en un disparador de la fractura social. Hace tiempo que el 1% de la población mundial superó en su riqueza al 99% restante. Oxfam ha mostrado en estudios recientes que el año pasado 4 de cada 5 dólares de la riqueza creada fue a parar a manos de ese 1%, mientras que el 50% más pobre no recibió nada, un 0%. En España los frutos de la recuperación también se concentran cuatro veces más en los más ricos que en quienes más lo necesitan y sufrieron los efectos de la crisis, la población vulnerable.
La estadística es imbatible. A más concentración de riqueza en el 10% más rico, más personas bajo el umbral de la pobreza. Que en España ya alcanzan el 22,3%, de la población, el récord desde 1996.
Las causas de este desborde de la desigualdad hay que buscarlas en una fiscalidad injusta y en un empleo tan precario que no permite vivir dignamente. En el lado tributario hay que luchar en serio, de una vez, contra la evasión que encuentra en los paraísos fiscales su refugio. Se calcula que los más ricos del mundo evaden 120.000 millones de dólares, usando una ingeniería fiscal solo a su alcance. El gasto público tampoco acostumbra a orientarse por la senda de reducir las desigualdades. Por ejemplo en España, donde el 10% más vulnerable solo recibe 4 de cada 100 euros de las transferencias sociales, motivo por el que nuestro país ha sido apercibido por la UE.
La desigualdad crea desafección hacia la democracia y sus instituciones, y da pie al populismo autoritario
En el lado del empleo, el mundo avanza hacia una menor relevancia de los salarios en relación con las rentas de capital, 4 puntos menos en España desde 2009. Una dilución de vértigo que, traducida a la vida cotidiana, se refleja en millones de jóvenes con empleos precarios que, cuando entran en el mundo laboral, lo hacen cobrando de media un 36% menos que antes de la crisis. Jóvenes y mujeres son las perjudicadas, con una brecha salarial del 20% entre mujeres y hombres, siendo ellas quienes ocupan los empleos de peor calidad y remuneración.
El asunto del salario se vuelve indignante si analizamos las cadenas de valor globales, al final de las cuales encontramos a mujeres de India o Vietnam que no pueden salir de la pobreza con los 900 dólares anuales que cobran por trabajar 12 horas diarias en el sector textil o el alimentario. Mientras, en el otro extremo de la misma cadena, se encuentran ejecutivos que cobran en 4 días lo que ellas en toda su vida y accionistas mayoritarios que reciben cientos de millones en beneficios. ¿No habría antes que asegurar una vida digna, para cualquier ser humano que haya puesto valor en ese producto?
Lo que resulta inquietante no es solo la foto de la desigualdad extrema hoy, abismal. Es la trayectoria desbocada que sigue en la mayor parte de los países, España incluida. A Oxfam Intermón nos ocupa por el freno que supone para erradicar la pobreza. A toda persona sensible con lo que ocurre en el mundo, debería preocuparle por su impacto en el crecimiento sostenible, así como en la cohesión social, la desafección hacia la democracia y sus instituciones y el surgimiento del populismo autoritario.
Lo esperanzador es que la desigualdad se puede enfrentar sí, con mucha determinación y más igualdad.
*** José María Vera es director general de Oxfam Intermón.