Sin duda que estos inicios del siglo XXI se caracterizan por la brutal paradoja de ser, al mismo tiempo, la época de la más avanzada ciencia y tecnología y al mismo tiempo, la época de una pobreza moral suicida. Gigantes técnicos y pigmeos morales. Dominio del espacio exterior y abandono de nuestro espacio interior. Mucho suelo y poco cielo. Vista abajo y de frente y poca curiosidad por lo anímico y espiritual, salvo claro está, por esos seudo metafísicos de la cartomancia, el horóscopo y otras banalidades de psíquicos de pacotilla. Tiempo de crisis. De obligada reflexión y de volver a los criterios morales, a la ética, en fin a un nuevo modelo axiológico.
Frente a la doble moral y el cinismo incoherente de líderes, instituciones y gobiernos que dicen lo que no se corresponde con su pensamiento y mucho menos con su actuación, el mundo necesita de líderes coherentes que implanten el orden moral. Mucho más que lo que se llamó el nuevo orden económico, ya más que superado pues no contribuyó al desarrollo sino, a lo más, al crecimiento de unos pocos y al retroceso de los más necesitados. Lo que necesitamos es el desarrollo del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Esta crisis financiera mundial como las anteriores, son en cualquier orden, producto y efecto de una crisis moral. La ausencia de moral es su causa eficiente.
Hoy, en estos momentos, el setenta y cinco por ciento de la humanidad es analfabeta, está enferma y muere de hambre. Aunque solo fuera por egoísmo hay que ayudarlos, atacar las causas y, en paralelo, llevar las ayudas que, por años, serán necesarias hasta lograr invertir esos porcentajes apocalípticos de miseria, enfermedad y muerte.
Defendamos el ambiente pero, antes están las familias, los pobres... si no tendremos un mundo maravilloso pero sin gente
La Unesco lo llamó el círculo infernal: analfabetismo, desempleo, hambre, enfermedad y muerte, especie de pescadilla que se muerde la cola una y otra vez. La forma de romper el círculo es por vía de la educación y la solidaridad. Si algo ha conseguido la globalización es evidenciar que lo más global que tenemos, como siempre con excepciones, es la insolidaridad. Algunas reflexiones para meditar sobre la anterior afirmación. Hablamos de libertad, democracia, justicia y derechos humanos y...
- No se firman, por todos los Estados, el tratado antiminas y el Acuerdo de Kyoto.
- Frente a los millardos que se gastan en armas... ¿no podemos hacer algo mejor que dar el 0,7% del PIB para ayudar al desarrollo de los más necesitados?
- ¿Las leyes internacionales no son para todos? ¿Debe el Tribunal Penal Internacional hacer excepciones?
- Son muy importantes los delfines y las ballenas pero, ¿no deberíamos tener una jerarquía de valores y prioridades donde los seres humanos ocupen el primer lugar?
- ¿Qué hacer con los millones de niños que mueren de hambre y sida o se asesinan por abortos y con los que vuelan por los aires por las minas que no se desarman por falta de medios y que siguen vendiendo algunos países?
- ¿Qué hacer con las plagas bíblicas del siglo XXI como el sida y la droga?
Defendamos el ambiente pero, antes y con generosidad, están los niños, las familias, los pobres... si no lo hacemos y siguen estas tendencias, al final tendremos un mundo maravilloso, con aguas limpias, ozono abundante, millones de osos pandas, delfines, ballenas y todo tipo de animales, como Noé jamás soñó, pero... sin gente.
Para construir un futuro plenamente humano debemos tener presente el pasado y luchar por los valores superiores
Entre el aborto y la eutanasia... ¿Qué se elegirá para los humanos...? ¿Matarlos de pocas semanas o ya cuando sean viejos?
Es tiempo de reflexionar. De autocriticarnos. De mejorar. De ocuparnos. De aprovechar todas las maravillas de la ciencia y de la técnica. De dar la batalla por la solidaridad total.
Peor que el calentamiento global, mucho es el congelamiento moral. Esta realidad obedece a que, como dijo el canciller Palmerston, del Reino Unido en el siglo XVII: "Solo tenemos intereses permanentes". Hoy esta frase está más vigente que nunca.
El orden moral es imprescindible para alcanzar un mundo nuevo, donde imperen los principios y la ética. Un mundo para todos. De todos y con todos. Se imponen la promoción de la educación y la paz y la condena de todo tipo de violencia, armamentismo, guerras, terrorismos y otros ismos degradantes e inhumanos.
Para construir un futuro plenamente humano debemos tener presente el pasado y luchar por los valores superiores de paz, libertad y justicia. Es hora de engrosar las filas de los miles de hombres y mujeres que, como Teresa de Calcuta y Juan Pablo II, hicieron del prójimo su meta y lucharon, de verdad, por la solidaridad y la justicia. Y con amor.
*** José Domínguez Ortega es abogado y fue asesor de la Misión Parlamentaria de Venezuela a la promulgación de la Constitución Española.