La toma de Avdivka en la madrugada del sábado refuerza la moral de las tropas rusas y ofrece un elemento más para el contexto favorable con el que ha llegado a contar Vladímir Putin en las últimas semanas.
Cuando va a cumplirse el segundo aniversario de la invasión de Ucrania, el Kremlin puede presumir de su primer éxito en el campo de batalla en nueve meses. Una captura de notable valor estratégico, por su condición de llave para asegurar el control de las regiones de Donetsk y Lugansk, sobre las que Moscú ya reivindica la soberanía formalmente. Por eso, cabe esperar en los próximos meses una intensificación del cerco ruso en la línea del frente oriental y meridional ucraniano.
A la inversa, la caída de Avdivka constituye la peor derrota de Ucrania desde la conquista de Bajmut en mayo. Un revés que desmoraliza a las tropas de Zelensky al constatar el fracaso de una contraofensiva que sólo ha resultado en avances modestos. Es ahora Moscú quien recupera la iniciativa, mientras en Kiev ya se piensa en volver a adoptar una posición defensiva.
Si en el frente ucraniano ha caído un bastión que abre la puerta a nuevas conquistas, algo análogo cabe decir del ámbito doméstico.
La muerte en prisión de Alexei Navalny, después de reiterados intentos de asesinato por parte del Kremlin para silenciar su labor de expositor de la podredumbre moral de la cleptocracia gobernante, asesta un golpe casi mortal a la asfixiada oposición rusa. Porque si bien ahora tiene su propio mártir, que sin duda alentará otros ejemplos de integridad y coraje, redunda en que Putin tenga las manos totalmente libres en su política interna.
La muerte de Navalny (algunos meses después de haber eliminado también el foco de oposición del carnicero Prigozhin) debe entenderse como una continuación del expansionismo colonial de Putin por otros medios. Una pieza más del afianzamiento de un régimen de terror que va desarticulando progresivamente cualquier contrapeso.
Por eso, definitivamente, la única forma de tumbar al dictador es ya haciéndole perder la guerra en Ucrania.
Al renovado estado de euforia de Putin contribuye que se encuentre a un mes de ser reelegido presidente de la Federación, así como el bloqueo en el Congreso de la ayuda militar estadounidense a Kiev.
De ahí que Zelensky haya sentenciado que "Avdivka es la prueba" de que las acciones ucranianas "sólo se ven limitadas por la eficacia y el alcance de nuestra fuerza". Y de que haya atribuido al "déficit artificial de armas" la adaptación de Putin a la "actual intensidad de la guerra".
En efecto, la última conquista rusa brinda una triste y gráfica ilustración de las consecuencias que tiene relajar el envío de asistencia económica y militar a nuestros aliados ucranianos.
Al fin y al cabo, el golpe de Avdivka está pensado para retroalimentar la posición de los países escépticos que abogan por reducir el apoyo a Kiev por su presunta futilidad. Pero lo que hace esta derrota es demostrar precisamente que, cada vez que Occidente da un paso atrás, Putin da un paso al frente.
No sorprende que se haya extendido entre los países miembros de la OTAN la inquietud y la conciencia de necesidad de aumentar aún más el presupuesto de Defensa. Y no sólo por la circunstancia de un Putin desatado al que no puede dejarse lugar para que se crezca más. También por la incertidumbre que ha sembrado entre los aliados la amenaza de Trump de retirar a EEUU de la Alianza si gana la reelección.
Lo cierto es que, hoy por hoy, las posibilidades de un conflicto a gran escala en Europa son mayores. La Inteligencia de Estonia (cuya primera ministra ha sido declarada en busca y captura por el Kremlin), ha avanzado que Rusia está lista para invadir algún otro país miembro de la OTAN en la próxima década, con los Estados bálticos corriendo especial peligro.
A esto se le suma que la economía rusa ha resistido sorprendentemente bien a la política de sanciones, sostenida sobre su abundancia de materias primas y la potente maquinaria de la industria de la guerra.
No cabe descartar que Moscú vaya a poder compensar las pérdidas que ha sufrido en suelo ucraniano y restaurar sus fuerzas en los próximos años. Y si Occidente no se prepara para la contumacia y resiliencia del imperialismo ruso, y deja caer Kiev, el desenfreno de Putin será total, y la guerra se extenderá a otros lugares.
El mundo libre no puede olvidar que se juega también su futuro en Ucrania.