Antes de su reunión con Felipe VI en el marco de la ronda de consultas este martes, un miembro del equipo de Pedro Sánchez reconoció a este periódico que "hoy sólo somos 121", en referencia a los únicos apoyos que el PSOE tiene garantizados para la investidura.
Y tras haber recibido y aceptado el encargo de formar Gobierno de manos del jefe del Estado, fracasada la investidura de Feijóo, Sánchez sigue contando únicamente con los votos favorables de su propio grupo parlamentario. Aunque se da por hecho que, después del encuentro que mantendrá esta mañana con Yolanda Díaz, tendrá los otros 31 de Sumar.
En cuanto al resto de sus socios, también parecen asegurados los votos de EH Bildu, PNV y BNG, por mucho que hayan querido escenificar que aún no hay acuerdo. Y aunque a Sánchez le suponga un ejercicio de malabarismo —en el que ya es experto— para conciliar el alud de exigencias de la constelación nacionalista.
Por eso, el foco de su comparecencia tras la consulta con el Rey se ha centrado en la negociación abierta con Junts —asumiendo también que los de Puigdemont arrastrarán a ERC al mismo acuerdo cerrado—.
El mayor trabajo que tiene ahora por delante el candidato es el de empujar al prófugo a mentirse a sí mismo o a mentir a los suyos, en esta sociedad de engaños mutuos de la que participan el presidente en funciones y el ex president. Algo que se materializará, según informa EL ESPAÑOL, derivando a una mesa de diálogo el debate sobre el referéndum durante toda la legislatura, con un trile análogo al que se prestó ERC la legislatura pasada.
Pero el verdadero problema con el que tendrá que lidiar Sánchez es de la logística de la amnistía que negocia con el independentismo. En realidad, con tres problemas.
El primero es el jurídico. Es revelador que el candidato haya mencionado que "el Tribunal Constitucional se tendrá que pronunciar" sobre los acuerdos de investidura alcanzados.
Esta alusión denota que Sánchez se está poniendo la venda antes que la herida, legitimando la amnistía con un eventual futuro aval de constitucionalidad. Aunque se trata de un brindis al sol, porque el TC sólo podría pronunciarse con la ley aprobada, y no existe un mecanismo ni de recurso ni de consulta previa.
El segundo problema es el político. Esto es, si el olvido penal de los delitos del procés sirve efectivamente para desinflamar el movimiento independentista en Cataluña.
Este es el revestimiento retórico con el que se pretenderá justificar. Como este martes Sánchez, queriendo hacer de la necesidad virtud y argumentando que los resultados han demostrado que la decisión de los indultos "fue acertada".
Por lo pronto, hay señales contradictorias sobre si "hoy somos un país más unido". Es cierto que el separatismo ha perdido mucha fuerza en las urnas y también en las calles, como ha probado también la tímida asistencia a los actos del 11-S y el 1-O. Pero, al mismo tiempo, sus reivindicaciones están en máximos históricos, como también su poder decisorio en la política nacional. En cualquier caso, si la indulgencia de Sánchez con el nacionalismo es útil para "la restauración de la concordia y la convivencia" sólo lo dirá el tiempo.
El tercer problema, y el más difícil, es el ético, asociado a la percepción social que se tiene de él. A nadie se le oculta que la negociación de la amnistía es un puro do ut des a cambio de los siete escaños de Junts. Uno que no tiene precedentes en cualquier medida de gracia otorgada con anterioridad, porque nunca se habían concedido en el curso de la negociacion de una investidura.
A esto se le suman las flagrantes contradicciones sobre la cuestión independentista que jalonan la hemeroteca del presidente, habiendo descartado explícitamente la amnistía él mismo, varios de sus ministros y muchos de sus diputados.
Ahora Sánchez pide a los españoles que se fíen de él. Pero ¿por qué iban a creer hoy el compromiso de Sánchez contra el referéndum? ¿Porque "no lo contempla la Constitución" y porque "es contrario a lo que siempre he defendido con mi palabra y mi acción"? ¿Acaso no sostenía lo mismo sobre la amnistía hace unos meses?
De momento, el ya candidato sigue sin pronunciar esa palabra, por lo que será noticia cuando lo haga. Igual que lo fue la pronunciación en 2008 de la palabra "crisis" en boca de Zapatero después de haberla esquivado durante meses.
Y eso si Sánchez llega a pronunciarla, y no se sirve de algún vericueto eufemístico como el de "alivio penal" o similares.
Pero a la vista de la debilidad del separatismo —este martes Clara Ponsatí ha cargado contra el diálogo de Junts y ERC con el Gobierno—, y tomando en cuenta que este será el último tren de Puigdemont, Sánchez va a tener más fácil granjearse el asentimiento de los separatistas a sus planes que el de la opinión pública. Y más cuando la fuerte oposición transversal a la futura amnistía preludia la intensidad de las protestas que se sucederán en la calle contra ella.
El mayor problema que hoy tiene Sánchez es que él mismo es el testigo de cargo contra sí mismo.