Aunque Alberto Núñez Feijóo ha apelado este miércoles a las convicciones más profundas de los diputados para que votaran su investidura libremente y en conciencia, finalmente se ha impuesto la disciplina de voto. El candidato a la presidencia no ha podido recabar más apoyos de los que ya tenía amarrados, 172, antes del debate iniciado este martes, que no han sido suficientes frente a los 178 del bloque de Pedro Sánchez.
Pero aunque Feijóo ha perdido la primera votación en el Congreso de los Diputados, ha salido no obstante investido de una autoridad moral de la que hoy carece su rival por la presidencia.
Porque ha podido presumir de que "ninguno de los miembros de mi grupo tendrá que votar en contra de sus principios, de la palabra dada, del programa electoral, o de lo que defendimos hace dos meses". Un dardo contundente dirigido a los parlamentarios del PSOE por haber transigido con el "cambio de opinión" de su líder sobre una amnistía que muchos deploran en privado.
Si bien Sánchez parece contar hoy con una mayoría más amplia que Feijóo, le ha sucedido lo contrario que al líder del PP: sale de estas dos sesiones en el Congreso con la credibilidad y la reputación diezmadas.
El presidente en funciones ni siquiera se ha atrevido a debatir con Feijóo. Lo cual sólo redobla a ojos de los españoles el carácter oprobioso de los arreglos políticos secretos con los que espera pedir la confianza de la Cámara, cuando previsiblemente fracase la investidura del popular.
Esta opacidad es la que ha denunciado el único socialista que hoy habla a las claras, Emiliano García Page, al declarar que "todos queremos saber lo que se está negociando". Pero aun con la no comparecencia de Sánchez, el debate ha servido al menos para algo. Para "retratarnos todos, con nuestras palabras y con nuestros silencios", tal y como ha reivindicado el líder de la oposición en su intervención final.
También ha logrado Feijóo salir fortalecido en el plano ético por su firme repudio a EH Bildu. Sin perder las formas templadas, ha mostrado más colmillo que nunca en su réplica a los legatarios del terrorismo, proponiendo someterles a un cordón sanitario mientras no pidan perdón por las víctimas de ETA. Al precisar que "los votos de Bildu se los dejo al señor Sánchez", ha vuelto a retratar la comprometida política de alianzas del sanchismo, mientras que él ha podido vanagloriarse de que no le apoyen.
Un tono más liviano, aunque no menos mordaz, han tenido el resto de las respuestas del candidato a los demás portavoces, cuyas críticas ha manejado con tino y sarcasmo. Se ha mostrado firme incluso con el PNV, preocupándose por su "deriva" como satélite de Bildu y recordándole que sus votantes "son de la misma base social que los nuestros". Pero todo ello sin cerrar para el futuro la única vía a la que el PP había apostado sus escasas opciones.
Al distinguir entre Bildu y un "soberanismo respetable", Feijóo ha alternado entre la complicidad y el reproche al PNV y a la extinta Convergencia. Un movimiento que tal vez pueda leerse como la estrategia de Feijóo para sus relaciones con el nacionalismo moderado a largo plazo. Una seducción paulatina que podría concretarse cuando pasen las elecciones vascas, y quizá las catalanas.
Ha sido hábil el líder del PP al replantear el marco de la discusión, moviéndose del eje identitario al económico. Al enredar al PNV con Bildu y a Junts con ERC, ha sembrado la discordia y explotado las contradicciones de la "mayoría progresista" de Sánchez, que como bien ha precisado Cuca Gamarra en su discurso no va más allá de una "minoría secesionista".
Más allá de su alarde de dotes parlamentarias, Feijóo le ha sacado partido a este debate que muchos calificaron de estéril para reforzar su liderazgo ante su partido y ante los españoles. Por eso han trasladado a este periódico unas entusiasmadas fuentes populares que "ha demostrado al PP que hay líder para rato y a España que sería buen presidente".
De esta manera, el expresidente de Galicia no sólo ha sellado el falso debate sobre el liderazgo del PP que una cierta maledicencia ambiental quería alentar. También ha logrado superar el duelo por su amarga victoria del 23-J, reinventándose como un líder de la oposición solvente que ya ha empezado a contraponer un modelo alternativo al de la deriva populista y radical de este Gobierno. Y lo más loable es que ha sido capaz de hacerlo sin incurrir en un frentismo inverso, sino abogando por restituir el clima de concordia de tiempos más serenos.
El líder del PP ha abierto estos días en el Congreso una rendija por la que los españoles han podido atisbar un país distinto y un escenario político diferente, menos tabernario, agresivo y ventajista.
Desde la otra esquina del Congreso, Sánchez ha intentado taponar esa rendija con lodo. Previsiblemente, el presidente seguirá tratando de embarrar el escenario para que los españoles dejen de imaginar un futuro alternativo y se rindan a respaldar la escapada del PSOE hacia el precipicio.
De poco servirá que Sánchez persevere en el marco chantajista, haciendo creer a los ciudadanos que la elección es entre él y Vox. En este debate de investidura Feijóo ha demostrado que la tercera vía existe.