La entrevista que Alberto Núñez Feijóo ha concedido a EL ESPAÑOL y que publicamos hoy domingo es, probablemente, la más relevante de todas las que el candidato popular ha dado durante esta campaña electoral. En ella, Feijóo, lejos de esquivar las preguntas incómodas y refugiarse en los habituales lugares comunes, hace explícita su opinión sobre Vox, revela cuáles son sus planes para unas hipotéticas negociaciones de investidura y señala con precisión su posición en el escenario político español.
Sin caer en afirmaciones maximalistas, esas que tanto daño le han hecho a Pedro Sánchez ("no dormiría tranquilo con Podemos en el Gobierno") y, sin ir más lejos, a la misma María Guardiola, Feijóo afirma que Vox "no es un buen socio". "Vox provocaría unas tensiones innecesarias y España tiene que ocuparse de lo importante" señala el líder del PP. "No me siento cómodo con ese partido".
Feijóo también afirma que su posición política es la de la centralidad y que por ello se siente más cercano al presidente de la comunidad de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, que a Santiago Abascal. Y de ahí se deriva el escenario que prevé tras las elecciones del 23 de julio: si le faltan veinte escaños para la mayoría absoluta (lo que supondría un PP ganador de las elecciones con 155 escaños), Feijóo llamará al PSOE.
El escenario es potencialmente demoledor para el PSOE. Porque a lo largo de esta campaña, tanto Pedro Sánchez como otros altos cargos socialistas han repetido por activa y por pasiva que de ningún modo se abstendrán para que Feijóo sea presidente. Lo que en la práctica equivale a ser los artífices de la entrada de Vox en el Gobierno dado que la alternativa (ir a segundas elecciones) es hoy impensable.
¿Qué haría el PSOE en esa situación, obligado a escoger entre hacer presidente al moderado Feijóo o aparecer como el culpable de aquello contra lo que ha clamado a lo largo de esta campaña electoral: la entrada de Vox en el gobierno de la Nación?
De las respuestas de Feijóo se deduce que el líder del PP sabe perfectamente que cualquier acuerdo es hoy imposible con Sánchez al frente del PSOE. ¿Pero qué ocurrirá con un PSOE derrotado si sus resultados obligan a una renovación de su liderazgo?
La apuesta de Feijóo es clara. En ese debate interno por el futuro del Partido Socialista, Sánchez tiene muchas posibilidades de perder. Porque la elección para el PSOE no será entre un gobierno propio o uno del PP, sino entre uno del PP en solitario, centrado en lo económico y lo social, o uno del PP con Vox, con las consecuencias por todos conocidas. Y más que nadie, conocidas por el PSOE, cuya alianza con Podemos ha tenido buena parte de la culpa de su complicada situación actual, a tenor de los sondeos.
Feijóo tampoco se engaña sobre sus posibilidades ni construye castillos en el aire. Sabe que necesita dos puntos más de los que actualmente le conceden los sondeos para poder gobernar sin la rémora de un partido extremista mordiéndole a diario los tobillos y trabajando para la oposición. Sabe también que esos dos puntos van a depender en buena parte de que los españoles sean conscientes de que en estas elecciones el voto útil es más útil que nunca.
Feijóo tampoco se muestra dispuesto a pisar las minas que el gobierno de Sánchez deja a su sucesor. "No aceptaré que la UE exija a España una reducción de deuda en un año tras un lustro sin pedirle disciplina fiscal". Porque si Bruselas ha permitido a Sánchez endeudar a España muy por encima de lo razonable a lo largo de los últimos cinco años no será su gobierno el que cargue con el coste de ese populismo, que sólo ha beneficiado al propio Sánchez, ejecutando unos recortes draconianos.
Pero si algo se desprende por encima de todo lo demás tras la lectura de la entrevista a Feijóo es que el candidato del PP no parece dispuesto a retozar en la actual política de bloques, intentando aprovecharse del estado de crispación de la sociedad española, aunque eso pudiera beneficiarle a corto plazo.
Frente a los que pretenden forzar al PP a perpetuar las hostilidades y obligarle a asociarse con populistas, como ellos han hecho durante los últimos cuatro años, Feijóo ofrece centralidad, reformismo y transversalidad. Es decir, cambio.