Tenía razón Nadia Calviño cuando afirmó el pasado lunes que, tras las elecciones del domingo 28 de mayo, Podemos había "desaparecido". La vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Asuntos Económicos se avanzó así en casi cinco días a lo que finalmente se certificó de forma oficial ayer viernes. El desenlace no pudo ser más extraño, dada la sensación de que Podemos lo ha cedido todo a cambio de nada.
Nadie supo a ciencia cierta qué estaba queriendo decir en realidad Ione Belarra ayer viernes al mediodía cuando la líder oficial de Podemos (que no oficiosa) compareció públicamente para afirmar que su formación se integraría en Sumar, pero que el veto a Irene Montero debía ser negociado "hasta el último minuto".
¿Significaba eso que Podemos aceptaba el veto de Yolanda Díaz a Irene Montero? ¿O estaba presionando Ione Belarra a Sumar fingiendo voluntad de acuerdo, pero amenazando sutilmente con reventar la coalición si la vicepresidenta y ministra de Justicia no reconsideraba dicho veto?
El acuerdo a última hora de la tarde confirmó que el partido morado aceptaba el veto a Irene Montero a cambio de una presencia de segundo nivel en Sumar. Presencia que, a la espera de las negociaciones que se producirán durante las próximas semanas y en las que se podrían mover algunas candidaturas, se concreta de momento en el número 1 por Navarra, Guipúzcoa, Álava, Cádiz, Murcia y Las Palmas, el 4 por Barcelona y el 5 por Madrid (para Belarra), además del número 1 en otras siete localidades en las que Sumar no tiene prácticamente ninguna posibilidad de conseguir representación.
Ninguno de esos puestos garantiza escaños a Podemos, lo que convierte la oferta de Sumar en un brindis al sol, por no decir en un ataúd para los morados.
Pero Unidas Podemos ha aceptado, al menos aparentemente, ese féretro. Un féretro que incluye el sacrificio de Irene Montero. A no ser que un cambio radical en los planes de Díaz lleve a recuperar a la ministra de Igualdad durante los días que queden hasta la configuración definitiva de las listas. Algo que hoy parece muy difícil.
Independientemente de que esa remota posibilidad pueda darse, si algo demuestra el sacrificio de Montero es que ni siquiera los propios líderes del partido confían en sus posibilidades electorales; que la alternativa a la disolución en Sumar, que es presentarse en solitario a las elecciones, no les garantiza mejores resultados; y que lo único que queda ya en Podemos es la esperanza de un escaño para algunos de sus miembros.
Es muy probable que el resultado de las duras negociaciones de las últimas semanas entre Sumar y Podemos no sea el deseado por ninguna de las dos partes.
Para Yolanda Díaz, porque Podemos es hoy un activo altamente tóxico en las urnas y porque la líder de Sumar habría preferido con total seguridad que los morados hubieran renunciado a integrarse en su plataforma y anunciado su disolución.
Para Podemos, porque una presencia testimonial en las listas de Sumar equivale a su desaparición del foco público, por más que el partido continúe administrativamente vivo.
La vencedora, en cualquier caso, ha sido una Yolanda Díaz que ha logrado el principal de sus objetivos: laminar a Podemos. Un mérito nada desdeñable si se tiene en cuenta que los resultados en las pasadas elecciones municipales y autonómicas de los partidos que han anunciado su integración en Sumar no fueron mucho mejores que los de Podemos.
La virtual desaparición de Podemos del escenario político español no puede ser lamentada. Podemos ha crispado la convivencia en España hasta extremos inéditos en democracia. Ha normalizado los escraches y el acoso a sus rivales políticos e incluso a sus familiares. Ha dado a luz normas tan dañinas y técnicamente amateurs como la ley del 'sí es sí' o la ley trans. Ha dado voz y voto a las ramificaciones más extremas de los movimientos feminista y LGBT, haciéndoles un daño incalculable que costará años enmendar. Y ha sido coprotagonista de una deriva intervencionista que ha incrementado el poder del Estado y aumentado exponencialmente el intervencionismo estatal.
Podemos muere como mató: a hierro. La ironía es que ha sido la heredera designada a dedo por el propio Pablo Iglesias la que ha echado la llave a Podemos.
En este sentido, la licuación de Podemos es coherente con el cainismo que siempre presidió una formación de la que poco a poco se fueron cayendo todos sus fundadores hasta convertirse, en la práctica, en un partido de dos. Desaparecidos ambos, Podemos es ya sólo un cascarón vacío.