La invitación de Xi Jinping a Pedro Sánchez para tratar en Pekín del plan de paz para Ucrania que Estados Unidos rechaza implica tantos riesgos como oportunidades para un presidente del Gobierno que suele sentirse más cómodo en el terreno internacional que en el doméstico.
Porque Sánchez, que viajará a la capital china los próximos días 30 y 31, y que participará en diversos encuentros tanto políticos como comerciales, se arriesga con esta visita a provocar las suspicacias del gobierno americano, que ha criticado el plan de paz pactado con el Kremlin por considerarlo demasiado escorado hacia los intereses rusos.
La posición española, en cualquier caso, continúa siendo la misma que la de la UE: la paz sólo se alcanzará con la retirada del ejército ruso de toda Ucrania, incluida la península de Crimea. Una línea roja para el Kremlin que el gobierno chino respeta, aunque, de momento, sin que eso se traduzca en un apoyo militar explícito y oficial.
No ayuda a rebajar las suspicacias la reciente visita de Xi Jinping a Moscú. Un vídeo que muy probablemente fue grabado con la intención de su viralización en Occidente muestra a Vladímir Putin despidiéndose del presidente chino con la frase "se avecina un cambio que no ha ocurrido en cien años y estamos impulsándolo juntos".
Más allá de que esa frase haya sido diseñada y grabada para provocar el efecto deseado por el Kremlin, lo cierto es que la visita de Xi Jinping a Moscú ha servido para confirmar la estrecha sintonía entre los gobiernos ruso y chino. Algo que no ha gustado en los gobiernos occidentales, recelosos del papel protagonista que China ansía en el mundo.
Y es en este preciso momento, y a las puertas de la presidencia española del Consejo de la UE que dará inicio el próximo 1 de julio, cuando se producirá esa visita de Sánchez a Pekín que el presidente deberá manejar con la necesaria cautela para evitar las suspicacias de sus aliados, pero también con el suficiente arrojo como para conseguir, si es que eso es posible, una oferta de paz aceptable para Ucrania.
No es España desde luego un país clave en los intereses geoestratégicos globales chinos, pero sí una nación con la suficiente capacidad e influencia para "mover" voluntades en determinados ámbitos de la UE en su condición de puente con África, de puerta de entrada al Mediterráneo y de "patria madre" del continente hispanoamericano.
La visita tendrá también un marcado carácter económico y comercial, terreno en el que Sánchez deberá moverse también con pies de plomo dado el creciente impacto que los rápidos avances tecnológicos y el creciente expansionismo chino tienen en el statu quo geopolítico vigente en el hemisferio norte desde el fin de la II Guerra Mundial. Entre los temas que se pondrán sobre la mesa estará, con total seguridad, el contrato de 30.000 millones de euros que Airbus, participada por España, ha firmado con China.
No es la primera vez que el presidente español se reúne con Xi Jinping, con el que ya tuvo un breve encuentro de cuarenta minutos durante la pasada cumbre del G20 en Bali (Indonesia) el pasado 15 de noviembre. Pero sí será la primera vez que el presidente Sánchez mantiene una entrevista bilateral de este nivel con el líder chino.
Desde un punto de vista estrictamente realista, Sánchez debería primar durante su visita los intereses españoles por encima de cualquier otra consideración. Y entre esos intereses está tanto la relación privilegiada con un aliado como los EE. UU. como la creación de un vínculo de cordial interés mutuo con una potencia como China, llamada a la futura hegemonía política, financiera, comercial y militar en el continente asiático.
Pero desde un punto de vista idealista, el papel de Sánchez debería ser muy diferente y llevarle a defender los intereses europeos y de Ucrania frente a la bárbara invasión de esta última por parte de la potencia militarista y expansionista rusa.
Si Sánchez consigue un equilibrio entre ambas visiones de las relaciones internacionales, España, la UE y Ucrania podrían salir tan beneficiadas como reforzadas de su visita a Pekín. Pero un exceso de realismo o de idealismo del presidente podría dar al traste con esos objetivos. Y de ahí la especial cautela con la que Sánchez debe manejarse en un terreno tan complicado como el Pekín de 2023.