En un primer vistazo, resulta difícil entender los motivos por los que Bakhmut es hoy el epicentro de la guerra de Ucrania. Que una ciudad de 70.000 habitantes, sin un valor estratégico demasiado reseñable, se haya convertido en el "Verdún del siglo XXI" sólo se explica por la desesperación del ejército ruso por anotarse un magro tanto.
Esta "picadora de carne", como la han denominado ambos contendientes, lleva sitiada por Moscú desde agosto. La batalla más larga de la guerra hasta la fecha está siendo el escenario de los combates más encarnizados, con fuego callejero y bombardeos constantes que se están cobrando decenas de miles de vidas.
Pero ¿realmente compensa el valor simbólico de Bakhmut esta terrible sangría? Tal vez sí para Putin, que después del sonado fracaso que supuso la contraofensiva de Jersón, y en virtud de la consideración de sus ciudadanos como mera carne de cañón, está dispuesto a seguir enviando rusos a morir en esta carnicería.
Y, en cuanto a los ucranianos, ¿ha merecido la pena emplear tantísimos recursos humanos y materiales? Las tropas de Zelensky, aunque agotadas y diezmadas, llevan meses resistiendo tenazmente el cerco de los rusos, viviendo sin agua corriente ni electricidad, y evacuando paulatinamente a los pocos civiles que aún quedan en la zona.
Ante todo, el aguante se explica por la determinación y el valor de Ucrania, que pese a todo conserva la esperanza y algo que los rusos no tienen: un motivo por el que luchar. Moscú realiza movilizaciones masivas e indiscriminadas con efectivos que recluta incluso de entre las cárceles, lo cual da cuenta del contraste entre el coraje de los de Zelensky y el nihilismo de los de Putin.
Pero, además, que no hayan dado Bakhmut por perdida tiene que ver con que los ucranianos han optado por afrontar el sitio como una oportunidad para desgastar todo lo posible al enemigo. De hecho, aunque se rumoreaba que el ejército ucraniano se estaba retirando, Zelensky aclaró ayer que los generales ucranianos acordaron seguir con la defensa de Bakhmut. Y de momento afirman haber contenido y hasta repelido en pequeña medida el avance ruso.
Aún así, los soldados ucranianos han anunciado que se sienten desprotegidos por el gobierno, lamentando la escasez de municiones y armamento. Por su parte, curiosamente, el grupo Wagner también se queja de que siguen sin recibir el apoyo militar comprometido por el Kremlin, al que acusan de traición.
Está claro, en cualquier caso, que ambos bandos están dispuestos a pagar un precio muy alto. Y a la vista de la obcecación rusa con Bakhmut, los de Zelensky están decididos a hacer que a Moscú le salga muy caro cada metro de tierra ucraniana.
Por lo pronto, el altísimo número de bajas, especialmente entre las filas rusas, da muestra de que el invasor se está debilitando notablemente. Al desgaste de la nueva ofensiva rusa en objetivos como Bakhmut fía el ejército ucraniano la posibilidad de lanzar próximamente una segunda contraofensiva. Para favorecerla, ayudará el hecho de que Moscú esté descuidando otros flancos y perdiendo la capacidad de lanzar acciones militares en otras zonas, así como la llegada del apoyo militar occidental.
Independientemente del balance que acabe dejando la carnicería de Bakhmut, y teniendo en cuenta que aquí el Grupo Wagner ha dado rienda suelta a su sadismo, debe ser prioritario para la UE declararlo un grupo terrorista, para que sean tratados y juzgados como tales. Algo que ya se hizo con Rusia, cuando se le nombró "Estado patrocinador del terrorismo".
La única posibilidad de que Kiev pueda volver a dar un vuelco al curso de la guerra es que las potencias del mundo libre sigan enviando ayuda económica y militar y mostrando su apoyo político a Zelensky. Y que los aliados atlánticos se tomen en serio la disuasión, dejando claro que cualquier apoyo militar externo a Rusia (con especial mención a China) recibirá una severa respuesta en forma de sanciones.