Después del efímero y catastrófico paso de Liz Truss por el Gobierno británico, el ex secretario del Tesoro Rishi Sunak ha sido elegido el nuevo líder del Partido Conservador. El próximo primer ministro tendrá que hacer frente a una de las mayores crisis que ha atravesado Reino Unido. En Ucrania, el prorruso Partido Socialista ha sido ilegalizado por unos hilos de corrupción que conducen hasta el Kremlin. Y, de vuelta en Reino Unido, el ataque al museo de figuras de cera de Londres vuelve a desprestigiar al activismo con excusa "ecologista".
¿Tregua en la crisis de liderazgo tory?
El detalle más llamativo, al menos superficialmente, del ascenso al poder de Rishi Sunak, en esta segunda oportunidad después de que Liz Truss le arrebatase el liderazgo del Partido Conservador hace sólo unos meses, es que será el primer jefe de Gobierno británico de origen asiático e hindú.
Esto constituye todo un acontecimiento en la política británica, por lo que simboliza para la representación de las minorías étnicas y para la integración de las antiguas colonias en la metrópoli. Curiosamente, son los conservadores quienes han dado a Reino Unido la primera mujer como primera ministra. Y, ahora, con este hijo de inmigrantes keniatas y tanzanos de 42 años, también la primera persona de color.
Pero no debe caerse en la trampa de la diversidad que supone privilegiar la cuestión identitaria sobre todas las demás. Y conviene no perder de vista que el acaudalado Sunak es el prototípico perfil tory, de extracción social privilegiada, educación de élite y opípara fortuna.
Pero, sobre todo, este admirador de Margaret Thatcher representa el retorno a las esencias más liberales del conservadurismo inglés. Previsiblemente, su política no se apartará del programa de la austeridad, aunque cabe esperar que con mayores dosis de seriedad y realismo que la de Truss.
El mejor valorado entre los candidatos conservadores traerá algo de estabilidad al partido a corto plazo. Pero lo tendrá difícil para restañar la unidad entre las distintas familias tory, más divididas que nunca. También para volver a conectar con las clases trabajadoras, como hizo Boris Johnson. Algo que puede ser un problema si los electores siguen identificando a los tories como el partido de los ricos, en un momento en que los laboristas les aventajan ampliamente en los sondeos.
Sunak tiene por delante el titánico desafío de librar a su país de una aguda crisis económica y, sobre todo, de frenar la hemorragia de la degradación de la política británica. Una crisis permanente abierta por el brexit que ya se ha llevado por delante a cuatro primeros ministros. Y, aunque euroescéptico, la elección de Sunak es una oportunidad para restaurar las relaciones entre Reino Unido y la UE.
La democracia ucraniana no ilegaliza partidos a la ligera
La propaganda y la desinformación son la continuación de la guerra por otros medios. Por eso, y más en la guerra de Ucrania, resulta preceptivo contextualizar y corroborar honestamente todas las informaciones que se publican. Como la del pasado sábado, cuando se conoció que el Supremo ucraniano había ilegalizado el Partido Socialista de Ucrania.
El frente de quintacolumnistas del putinismo, entre los cuales se suele encontrar siempre el entorno de Podemos, no perdió la ocasión de utilizar esta ilegalización para abonar su chusca narrativa antiucraniana. Una mercancía retórica averiada y comprada al Kremlin.
Si el Gobierno de Volodímir Zelenski hubiera prohibido una decena de partidos en Ucrania sin motivo justificado podríamos acusarle de perseguir a la disidencia mediante purgas. Pero lo cierto es que el Partido Socialista de Ucrania es un auténtico caballo de Troya putinista, con hilos de corrupción que dirigen hasta el Kremlin.
La formación ya fue expulsada de la Internacional Socialista hace más de diez años. Y la prohibición de sus actividades, resultado de una sentencia judicial de principios de 2022, se entiende de la misma forma que la ilegalización de organizaciones ilícitas en el resto de países occidentales. En España también se han ilegalizado partidos. Por ejemplo, por sus vínculos con ETA.
Además, el líder de la formación, el exdiputado Ilya Kiva, fue expulsado del Parlamento por su apoyo a la invasión de su propio país. Kiva, que pidió la nacionalidad rusa, instó a Moscú a emplear armas nucleares. Por si fuera poco, el Partido Socialista de Ucrania es una formación sin representación parlamentaria desde 2007.
Su ilegalización, por mucho que tergiversen los intoxicadores moscovitas, no significa nada remotamente parecido a acabar con la oposición en Ucrania.
Un ecovandalismo inútil y contraproducente
El activismo tampoco escapa a las modas grotescas. En las últimas semanas, el ecologismo ultra no ha dejado de avergonzar al mundo con ataques a obras artísticas. Es decir, con performances inútiles que representan lo peor de la estetización de la política.
El último acto de ecovandalismo se produjo ayer en el Madame Tussauds de Londres. Dos activistas de la organización Just Stop Oil asestaron sendos tartazos en el rostro de la figura de cera de Carlos III, un monarca que si por algo se ha caracterizado es por su preocupación por el cambio climático.
Los ataques a museos perpetrados por los vándalos del nihilismo ecológico ya han afectado a cimas del patrimonio artístico universal como Leonardo o Van Gogh. El destrozo de la figura del rey británico ha ocurrido sólo un día después de que dos ecologistas alemanes se ensañaran con un cuadro de Monet arrojándole un bote de puré.
Resulta sorprendente que el activismo ecologista siga reincidiendo en una estrategia reivindicativa que no despierta las simpatías de casi nadie. Al contrario, el único logro del que pueden presumir estos vándalos es el de haberse hecho odiosos a ojos de esa ciudadanía que mantiene un respeto hacia la creación artística del que ellos carecen.
Tomarla con las obras de arte no sólo es un tipo de activismo estéril para la noble causa de la concienciación sobre la emergencia climática, sino también contraproducente. Los mayores enemigos del ecologismo son los más fanáticos de sus apóstoles.
*** El Merodeador es el seudónimo colectivo de la sección de Opinión de EL ESPAÑOL integrada por Cristian Campos, Jorge Raya Pons y Víctor Núñez.