La invasión de Ucrania, que tantos analistas negaban y calificaban de "bulo" e incluso de "histerismo" a principios de año, cuando Rusia acumulaba decenas de miles de tropas en la frontera, cumple este viernes cien días.
Lo hace con las operaciones militares estancadas, o con pírricos avances por una y otra parte. Muy pocos en Occidente apuestan ya por una rápida resolución del conflicto. Desde algunos Gobiernos europeos se habla hoy, incluso, de una guerra de años.
No eran esas las expectativas cuando el pasado 24 de febrero Vladímir Putin ordenó una "operación militar especial" contra Ucrania. Operación que el Kremlin vendió como una acción de autodefensa en respuesta a los ataques del régimen "neonazi" ucraniano contra las regiones rusohablantes del Donbás.
En realidad, esa "operación militar especial", más parecida a un blitzkrieg que a una pequeña acción quirúrgica, tenía el indisimulado objetivo de conquistar Kiev, controlar el país entero y capturar o asesinar a Volodímir Zelenski con el probable objetivo de sustituirlo por un dirigente-marioneta a las órdenes de Moscú.
Una doctrina militar pésima
El resto es historia. La resistencia ucraniana, espoleada por la ayuda militar y financiera de Estados Unidos y Reino Unido, y en menor medida de algunos países europeos como España, provocó unas cifras de bajas inasumibles incluso para una doctrina militar rusa que considera a sus propios soldados como poco más que material desechable, carne de cañón al servicio de unas tácticas militares anticuadas, indolentes y suicidas.
Paralela a la guerra estrictamente militar se ha librado una segunda guerra en el terreno diplomático.
Guerra por la ruptura o el mantenimiento de los contratos de suministro de gas que muchos países europeos, y especialmente Alemania, mantienen con Rusia.
Guerra por la posible entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN (o de la propia Ucrania en la UE).
Guerra por las sanciones contra el régimen ruso y sus oligarcas.
Y guerra por cuál debería ser la estrategia más adecuada para poner punto final a ese conflicto en Ucrania que ninguno de los dos bandos parece hoy en condiciones de ganar de forma clara.
El tercer vector de esta guerra, más allá de las operaciones militares y de la batalla diplomática y económica, es el nuclear. Porque nadie duda ya de que el escenario sería hoy muy diferente si Rusia no fuera una potencia nuclear y la amenazante opción de una ofensiva rusa con armas nucleares tácticas no estuviera sobre la mesa de Vladímir Putin.
Revitalización de la OTAN
Ni Rusia ni Ucrania pueden presumir de ir ganando la guerra, pero tampoco es posible afirmar que la estén perdiendo. El repliegue estratégico de las tropas del Kremlin y su reagrupamiento en el este del país les ha permitido frenar unas pérdidas que amenazaban con ser catastróficas y facilitado algunas victorias que parecían impensables para los rusos tras unas primeras semanas de inimaginable incompetencia militar.
En contraste con el estancamiento del escenario bélico, el geopolítico se mueve ya a una sorprendente velocidad. A la revitalización de la OTAN, convertida hoy, de nuevo, en el deseado garante de la seguridad de las democracias liberales occidentales, se suma el aceleramiento por parte de los EEUU de la construcción de esa "tela de araña" cuyo objetivo es frenar la creciente influencia china en Asia, África e incluso Latinoamérica.
El debate está hoy en el terreno diplomático. ¿Debe Ucrania, como defienden los realistas, Kissinger, Francia, Alemania y el ala más izquierdista del Partido Demócrata americano, renunciar a una parte de su país para acabar con la guerra? ¿O eso sólo estimularía el expansionismo ruso, aceleraría la invasión de Taiwán por parte de China y mandaría a todos los sátrapas del planeta el peligroso mensaje de que la violencia sigue siendo una herramienta mucho más efectiva, eficiente y provechosa que la diplomacia?
Pero si el resultado de la guerra en Ucrania está todavía por escribir, algo parece en cambio muy claro tras cien días de hostilidades. Este conflicto es el primero de ese nuevo orden internacional cuya construcción se ha acelerado dramáticamente durante estos poco más de tres meses. Si ese nuevo orden será comandado por EEUU o por China y sus aliados dependerá, en buena parte, del desenlace de la guerra ucraniana.