La noticia de que Boris Johnson es una de las docenas de personas multadas por la Policía Metropolitana de Londres por saltarse el confinamiento impuesto por el propio Gobierno durante la epidemia de Covid-19 ha convertido al líder británico en el único de los primeros ministros de la era moderna de su país sancionado por saltarse la ley.
La multa, que llega tras la participación de Boris Johnson en una fiesta de cumpleaños organizada por su mujer, Carrie Johnson, en su residencia oficial del número 10 de Downing Street el 19 de junio de 2020, forma parte de un paquete de más de 50 sanciones impuestas por la policía a miembros del equipo del primer ministro británico.
Tras informar personalmente de que él era una de las personas sancionadas, Boris Johnson ha pedido perdón a los británicos, ha anunciado que pagará la multa y se ha negado a dimitir, como exige buena parte de la oposición.
Su excusa ha sido, de nuevo, la misma que ha esgrimido desde que estalló el escándalo: la ignorancia de que estaba rompiendo ninguna regla en aquel momento.
Una excusa absurda
Es ocioso recordar que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. La excusa de Boris Johnson no podría ser además más absurda, tratándose del primer ministro que impuso a sus ciudadanos uno de los confinamientos más estrictos de toda Europa, junto con el español. ¿De verdad pretende Johnson hacer creer a los británicos que desconocía el alcance real de una medida dictada por él mismo?
La policía ha multado además a su esposa y al secretario del Tesoro británico, Rishi Sunak, también presentes en la fiesta.
El coste de la multa (poco más de 300 euros) es insignificante, sin embargo, en comparación con su coste político. Porque Boris Johnson ha hecho un arte de su habilidad para sepultar cualquier escándalo tras una imagen de infantiloide despistado a medio camino de la genialidad y el atolondramiento.
Pero quizá el recurso no le sirva en esta ocasión.
Las mentiras de Johnson
Boris Johnson mintió al Parlamento cuando afirmó que no había roto ninguna regla sanitaria de Downing Street. Y en la cultura política británica, a diferencia de lo que ocurre en la cultura latina, la mentira es una falta grave, casi un rasgo de carácter inhabilitante, que genera la idea de que ese líder no es de fiar.
Que Boris Johnson logre o no superar este escándalo sin verse obligado a dimitir dependerá de la presión de la prensa, de la de la oposición y del apoyo que pueda conseguir de su propio partido. Llueve sobre mojado, en cualquier caso. Johnson fue despedido del Times de Londres por inventarse una frase cuando era periodista, y sus mentiras y medias verdades han sido habituales a lo largo de su carrera política.
Pero esta podría ser la gota que colma el vaso de la paciencia de los británicos. Saltarse el confinamiento no es la falta más grave que podría haber cometido Johnson, pero sí es una de las que peor prensa tiene, dadas las molestias y los inconvenientes que dicho confinamiento provocó en los ciudadanos. Los británicos decidirán si esa mentira es suficiente para que Johnson dimita, o si será sólo una más de las excentricidades, meteduras de pata y pequeñas trampas de un primer ministro atípico como pocos.