El pacto de gobierno de Alfonso Fernández Mañueco y Vox en Castilla y León, que le dará a los de Santiago Abascal una vicepresidencia y dos consejerías, supone la ruptura de un tabú tanto en el PP como en España. Por primera vez desde la Transición, un partido nacional a la derecha de los populares formará parte de un gobierno regional.
El pacto de Mañueco con Vox, al que Pablo Casado se negaba hace apenas dos semanas, es el primero de los cambios provocados por el previsible relevo en la presidencia del PP y el aterrizaje de Alberto Núñez Feijóo en la cúpula de Génova. El todavía presidente gallego, a diferencia de Casado, ha dado libertad de negociación a sus barones. Es decir, vía libre a los gobiernos con Vox.
El pacto no ha tardado en ser criticado por el presidente del Partido Popular Europeo, el polaco Donald Tusk, con el argumento de que este ha sido para él "una triste sorpresa". Tusk ha expresado también su deseo de que el trato sea sólo "un incidente" y no una tendencia en España, y ha afirmado que Pablo Casado era la garantía de que ese tipo de pactos con la extrema derecha jamás se darían en nuestro país.
Problema para Feijóo
El acuerdo también ha sido criticado por el presidente del Gobierno con el argumento de que el PP "lo pagará caro". Fuentes del PP han señalado, sin embargo, la hipocresía de que afee los pactos con Vox el mismo Pedro Sánchez que gobierna junto a Unidas Podemos en la Moncloa y que cuenta con EH Bildu, ERC y otros partidos populistas, extremistas y nacionalistas entre sus socios en el Congreso de los Diputados.
Pero a diferencia de las críticas de los partidos de izquierdas, que se daban por amortizadas en el PP, las críticas de Donald Tusk suponen un problema de primer orden para un Alberto Núñez Feijóo al que le ha estallado en las manos el primer conflicto de su presidencia sin haber ocupado siquiera el cargo.
El PP, como hemos explicado en algún editorial anterior, puede quejarse (con razón) de la injusticia que supone que Pedro Sánchez pacte con partidos extremistas y antisistema mientras le exige a los populares una pureza prístina. Pero también es cierto que las sociedades española y europea consideran más inaceptables los pactos con la extrema derecha que con la extrema izquierda o los nacionalistas. Y esa es una realidad de la que el PP puede quejarse, pero no escapar.
Un pacto impaciente
El pacto de Mañueco con Vox es fruto también de la impaciencia del futuro presidente de Castilla y León, que podría haber jugado sus cartas con mayor habilidad. Y entre esas cartas, la de una nueva convocatoria de elecciones. Está por ver, sin embargo, hasta donde llegará el pacto con Vox y cuál será su fuerza real en el gobierno de Mañueco.
El acuerdo supone, en cualquier caso, un contratiempo de calado para Feijóo, que es probable que se vea obligado a realizar gestos en sentido contrario al del programa de Vox para compensar las posibles consecuencias negativas del trato en Castilla y León. También para Juan Manuel Moreno Bonilla, que aspiraba a gobernar en solitario en Andalucía tras las futuras elecciones autonómicas.
Pero lo que demuestra el pacto es que el PP se equivocó gravemente al convocar elecciones en una Comunidad que gobernaba plácidamente junto a Ciudadanos. Donde hace unos meses estaba el partido naranja, hoy está Vox. Feijóo está ya en el punto de mira de Bruselas. Y la izquierda por fin tiene la prueba tangible de aquello de lo que lleva avisando desde hace dos años.
Es probable que el contacto con la maraña burocrática del poder frustre a un partido de activistas y de amateurs como Vox y lo reduzca a la irrelevancia de la propaganda, como ha ocurrido en cierta manera con Podemos. Pero es precisamente eso lo que más daño puede hacerle a Feijóo: la utilización propagandística del pacto con Vox en su contra.