Sólo uno de los cinco participantes en el debate de la SER estuvo ayer viernes a la altura de lo que se espera de un líder político democrático.
Desde luego no Rocío Monasterio, cuyas provocaciones, falsedades y barbaridades no pueden ser excusadas con el argumento de que su destinatario, Pablo Iglesias, es el principal responsable de que esa hostilidad, esa mala educación y esos argumentos demagógicos irrumpieran en 2015 en el escenario político español mimetizando las formas y la violencia dialéctica de los populismos sudamericanos.
¿Qué está diciendo, en definitiva, Monasterio? ¿Que las maneras de Podemos son reprobables y antidemocráticas pero que, para luchar contra ellas, sólo cabe doblar la apuesta? El argumento es absurdo. Mejor dicho. Es la esencia del populismo.
Tampoco estuvo a la altura un Pablo Iglesias que, como revela hoy EL ESPAÑOL, incumplió esa regla que se comprometen a obedecer todos los participantes en los debates electorales y que les obliga a no utilizar el móvil (para no recibir consejos de sus asesores que les permitan aprovecharse con ventaja, por ejemplo, de la reacción en las redes sociales).
Iglesias lo hizo, despreciando al resto de los participantes, la SER se lo permitió a él y sólo a él, y eso alimenta las sospechas de que su impostada indignación estaba planeada de antemano. Iglesias, en fin, creyó que tenía más que ganar fingiendo espanto democrático y huyendo a la carrera que debatiendo con sus contrincantes o rebatiendo a Monasterio con argumentos.
Orden de sus asesores
Tampoco lucieron como deberían un Ángel Gabilondo y una Mónica García que, tras la espantada de Iglesias, siguieron debatiendo durante una hora con ella y Edmundo Bal hasta que, durante un descanso, fueron informados por sus asesores del revuelo que el incidente estaba generando en las redes sociales. A la vuelta de ese descanso, decidieron abandonar el estudio de la SER y dar por acabado el debate.
Dicho de otra manera. Los candidatos de PSOE y Más Madrid fueron incapaces de juzgar por sí solos la mucha o la poca gravedad de las palabras de Monasterio y sólo las consideraron intolerables y merecedoras de su abandono cuando sus asesores les ordenaron dar por finiquitado el debate.
La actitud de Edmundo Bal fue la única madura e impecablemente democrática. Tras conminar a sus compañeros de debate a debatir con argumentos, en vez de escenificar indignación con una hora de retraso, el candidato de Ciudadanos citó ese espíritu de la Transición que logró poner de acuerdo en 1978 a los Iglesias y los Monasterio de la época.
¿Qué habría sido de la Constitución española, en fin, si los partidos moderados hubieran huido a la carrera tras el primer aspaviento de falangistas o comunistas?
El centro es necesario
Si algo quedó claro ayer viernes es que, tras el encanallamiento de la campaña electoral madrileña a la que nos han conducido los partidos extremistas, es más necesario que nunca un partido centrado como Ciudadanos capaz de evitar que Gabilondo convierta en vicepresidente a un populista como Iglesias o que Ayuso se vea obligada a recurrir a los votos de Vox.
Habría sido deseable que la necesidad de un partido como Ciudadanos se decantara en la mente de los votantes por la normal evolución de una campaña electoral sin mayores exageraciones y sobresaltos que los razonables.
Pero lo ocurrido en el debate de la SER (un debate por cierto pésimamente gestionado por sus responsables y que debería llevarles a alguna que otra reflexión) ha hecho que la realidad golpee de forma brutal en la cara de los madrileños.
Un futuro lastimoso
Los ciudadanos de la Comunidad de Madrid saben ahora lo que les espera si sus votos le conceden la más mínima influencia a Vox y a Podemos en el gobierno que salga de las urnas el próximo 4 de mayo.
Los votantes de izquierdas y de derechas tienen alternativas razonables al voto extremista en PSOE y PP. Los de centro, ya sea este liberal o socialdemócrata, tienen a su alcance el voto a un partido que ha garantizado por activa y por pasiva que sus votos serán empleados para convertir en innecesarios los de Vox y de Podemos.
Si alguno de esos 600.000 votantes dudosos, en su mayoría exvotantes de Ciudadanos, siguen teniendo dudas sobre qué hacer el próximo 4 de mayo, que le echen un vistazo a los vídeos del debate de la SER o a las imágenes de los disturbios de Vallecas. Porque lo que se decide el 4 de mayo no es tanto un presidente como un vicepresidente.
Y ahí sólo hay tres opciones. O Iglesias para Gabilondo, o Monasterio para Ayuso o Bal para quien sea que obtenga la mayoría de los votos y aplique el programa que ha llevado a la Comunidad de Madrid a convertirse en el motor económico de la Nación.
Visto lo visto durante los últimos días, ningún demócrata que todavía no haya decidido su voto debería albergar duda alguna sobre qué votos nos conducen al desastre y cuáles a una autonomía libre, competitiva, próspera y tolerante.