Juan Carlos I y Corinna pactaron y firmaron la donación de los 65 millones de euros que fueron ocultados a la Agencia Tributaria y a los herederos del Monarca. Así lo muestra el documento al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL y en el que la amiga del Emérito acepta ser beneficiaria de tal montante en la cuenta bancaria abierta en el paraíso fiscal de Bahamas.
La firma de Juan Carlos y de Corinna al pie del documento es un motivo de oprobio y el testimonio más elocuente de que el padre del Rey ha dilapidado su legado como muñidor de la Transición. Pero no sólo eso; el hecho de la ocultación al fisco y a sus hijos -legítimos herederos- del regalo saudí es la prueba de que el anterior Jefe del Estado ha ejercido con total impunidad prácticas corruptas, amparado en su privilegiado estatus.
Paso al frente
Más allá de la indignación que generan esta actividades de Juan Carlos I, hay otras derivadas que conviene no pasar por alto: la principal, la actitud de Felipe VI hasta el momento, principal damnificado de estas corruptelas.
El Rey debería dar un paso al frente y repudiar públicamente a su padre. Que todavía no lo haya hecho es un error de comunicación, flagrante, de la Casa Real. Tampoco ayudan en ese sentido las incomprensibles manifestaciones del presidente del Gobierno.
Credibilidad
Entiende Pedro Sánchez que es de agradecer que Felipe VI "marque distancia" respecto de "las inquietantes informaciones" sobre su padre publicadas por EL ESPAÑOL. Seguramente, busca de esa forma quitar de en medio de la polémica al Jefe del Estado. Pero eso no será posible sin que éste condene expresamente al Emérito. Es más, puede quedar la sensación de que Sánchez alienta el silencio cómplice del Monarca.
A la luz de los hechos, Felipe VI no tiene nada de lo que avergonzarse. Por eso debería establecer una frontera clara con su antecesor, y hacerlo más pronto que tarde. Acaso porque está en juego la propia credibilidad de la Corona.