La profanación este miércoles de la lápida de Franco en el Valle de los Caídos es la muestra definitiva del clima de crispación generado en torno a la exhumación de los restos del dictador. Sánchez anunció que el traslado se haría en julio y ya estamos en noviembre.
La noticia de la exhumación, anunciada a bombo y platillo por el Gobierno como una gran aportación a la democracia, no ha dejado desde entonces de generar sobresaltos y controversia. A estas alturas ya ha quedado patente que Sánchez no tenía un verdadero plan para cumplir su objetivo.
Torpeza
Tiene razón Unidos Podemos, socio de Sánchez, cuando denuncia su "torpeza" en este asunto. Antes de lanzar las campanas al vuelo, el Gobierno debería haber negociado con la familia. Como también tendría que haber pensado en la Iglesia como en un posible aliado.
Lejos de ello, consiguió unir a los descendientes de Franco en contra del proyecto y no ha dejado de contrariar a la Iglesia con cuestiones como la titularidad de los bienes eclesiásticos, la despenalización de la blasfemia o la pederastia.
Desmentido
El colofón a tanto despropósito lo hemos conocido esta semana con la rectificación del Vaticano a la vicepresidenta, un hecho insólito en nuestra diplomacia. Tras la visita de Carmen Calvo a la Santa Sede, anunció que la Iglesia se sumaba a la negativa a depositar los restos de Franco en la catedral de La Almudena, extremo que la curia ha desmentido.
Ahora el Gobierno anuncia in extremis que se acogerá a varios artículos de la Ley de Memoria Histórica para impedir que Franco acabe siendo enterrado en pleno centro de Madrid. Si fuera tan sencillo, lo podría haber hecho en verano y ahorrarse estos meses de zozobra. La realidad es que la exhumación de Franco está siendo para Sánchez una losa muy pesada.