La banda terrorista ETA ha prologado su inminente disolución con un comunicado en el que divide a las víctimas entre inocentes y culpables; en el que convierte su actividad criminal poco menos que en la consecuencia natural de un “conflicto” cuyo origen remonta al bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor en 1937; y en el que pide que el conjunto de la sociedad española reconozca también el padecimiento de sus pistoleros “para que ese sufrimiento no vuelva suceder”.
Con esta carta de despedida, ETA escupe en la memoria de sus víctimas y da sobrados motivos para que nos cercioremos de que, tras seis décadas de terror salvaje y absurdo, y pese a haber sido derrotada por el Estado, no ha perdido ni un ápice de su primigenia abyección. Además, demuestra que ni renuncia al delirante objetivo de construir una Euskal Herria independiente, ni se arrepiente sinceramente de sus atrocidades.
Perdón selectivo
Ningún demócrata puede sentir otra cosa que repugnancia moral ante la clasificación de las víctimas presentada por ETA, según la cual entre sus más de 850 asesinatos hubo bajas colaterales ajenas al conflicto a las que sí pide “perdón” y bajas merecedoras del tiro en la nuca y el coche bomba porque, por su condición de militares, policías, políticos y jueces, eran el enemigo a batir. Con estas últimas, la banda se aviene a decir que “siente de veras” el dolor causado. No es de extrañar que las asociaciones de víctimas hayan considerado este “perdón selectivo” como un “insulto”.
Con la alusión -nada novedosa- al bombardeo de Gernika como causa primera del terrorismo, ETA deja claro que no está dispuesta a renunciar a la manipulación del pasado para legitimar su existencia. Es evidente que hay que librar la batalla por el relato porque es la única esperanza que tienen los terroristas de no ser recordados como la asociación de fanáticos criminales sin escrúpulos que son.
Blanquear a los asesinos
En este sentido, cualquier tentación de recibir con parabienes o aplausos la tímida disculpa final de ETA sólo contribuirá a blanquear a los asesinos y sus métodos. Todos los partidos, salvo Bildu, han criticado la catalogación de los mártires a manos de los verdugos.
Sin embargo, bien por la mera necesidad emocional de que acabe de una vez la pesadilla, bien por connivencia o simpatía hacia el mundo abertzale, hay quien se empeña en ver en esta despedida de ETA una buena noticia. La única verdad es que la banda, además de autojustificarse, nos emplaza a todos a dar por buenas sus sinrazones para lograr una “reconciliación” tasada en la excarcelación de sus presos y la impunidad por cerca de 400 atentados sin resolver. Ese perdón que propone ETA es una ignominia con la que intenta que sus herederos sean reconocidos como interlocutores por la misma democracia que pretendió derruir.