Ucrania ha tocado fondo este mayo y las primeras semanas de junio. Entre enero y mayo de 2024 Kiev no recibió ni un sólo proyectil de 155 mm pagado con dólares estadounidenses debido al bloqueo de la ayuda a Ucrania.
Paralelamente, los voluntarios para enrolarse en el ejército ucraniano habían caído en picado ante la lejana perspectiva de una victoria, mientras la ley de movilización (para reclutar personal por la fuerza) no entraba en vigor. Es decir, material y humanamente, en mayo Ucrania tocó fondo.
Aquel mayo, Ucrania empezó a ver la luz. Y más que el final del túnel ese haz luminiscente era un tragaluz en el túnel, ya que a este aún le queda un largo recorrido. Sin embargo, poder ver algo en medio de la oscuridad es todo un alivio.
En mayo la Rada Suprema firmó la ley de movilización, que según los parlamentarios miembros de la comisión encargada de elaborarla tomará hasta octubre-noviembre para desplegar sus efectos, si bien un escenario más optimista permitiría pronosticar que rendirá sus dividendos a partir de septiembre-octubre. Ese mismo mes, el bloqueo a la ayuda ucraniana se rompió, y todo ello a la vez que Europa se ha movilizado para comprometer ingentes recursos económicos y materiales para facilitar una victoria de Kiev.
Llegados este punto, a mediados de junio sabemos a ciencia cierta que, primero, Rusia está a la ofensiva. Segundo, que el material enviado por Estados Unidos ya ha arribado al frente. Y tercero, que Ucrania no ha tenido tiempo de reforzar el frente con más efectivos.
Con todo este contexto, Rusia apenas ha logrado avances de un máximo de cinco kilómetros en sus dos ejes de avance principales en Chasiv Yar y al noroeste de Avdiivka. Un avance paupérrimo.
¿Significa esto que la ofensiva ya ha fracasado? No, aún es prematuro y deberemos esperar a julio para confirmar qué logra y qué no logra Rusia. Aun si son capaces de partir en dos la cabeza de puente ucraniana al este del río Oskil y arañar uno o dos kilómetros a Chasiv Yar, sus objetivos estratégicos y operacionales estarán muy lejos de ser alcanzados.
Si la poco imaginativa y predecible ofensiva rusa sigue su curso como el último mes, para septiembre no solo es probable que se haya consumido toda la iniciativa estratégica rusa de los últimos 11 meses, sino que habrán desperdiciado su mayor ventana de oportunidad. Y existe el riesgo de que a finales de año Ucrania tenga la oportunidad de lanzar una ofensiva limitada. Este escenario militar es el que probablemente se habrá asentado una vez llegue Trump a la Casa Blanca, si es que llega.
Pero ¿y entonces qué?
En realidad, si Joe Biden se impone es probable que la guerra se alargue varios años más, hasta que ambos bandos se agoten, muy probablemente sin que ninguno logre alterar demasiado las líneas del frente que tenemos hoy día.
Ante un escenario de guerra larga, con una horquilla de duración de cuatro a diez años, el riesgo para Ucrania será la quiebra demográfica o emocional de su sociedad, lo que probablemente obligaría a Zelenski a adoptar una estrategia principalmente defensiva y tendente a potenciar la calidad del material y de las unidades sobre una cantidad en la que no podría competir con Rusia. Eso sí, el suministro de armamento occidental en masa está casi garantizado.
Para Rusia, en cambio, el reto sería material, ya que a medida que avance la guerra sus fábricas de munición y cañones serán atacadas. Y la realidad es que sólo las enormes reservas de artillería de Corea del Norte y las viejas reservas de calibre soviético chinas podrían suplir la destrucción de las fábricas rusas de munición.
Eso sí, a medida que se desarrolla la guerra, y si esta dura cuatro o más años, existe el riesgo de que las irrupciones tecnológicas auspiciadas por la guerra electrónica, la inteligencia artificial y los drones hábilmente implementadas por uno de los bandos permitan que rusos o ucranianos se lleven el gato al agua en alguna ofensiva capaz de reactivar la movilidad del frente, cuando todos lo daban por inamovible.
¿Y qué sucedería si gana Donald Trump?
A tenor de las declaraciones de este, parece obvio que está dispuesto a negociar con Vladímir Putin. Pero lo que no está claro es hasta que punto está dispuesto a ceder ante el mandatario ruso, y sobre todo, hasta que punto está dispuesto a quemar a Ucrania para satisfacer las apetencias del Kremlin.
En este punto cabe recordar el comportamiento de Trump en su primera etapa de gobierno. Es cierto que fue un político atípico en materia de política internacional, y que tomó decisiones audaces e incluso contrarias al establishment. Pero también es cierto que a menudo continuó las políticas de Barack Obama de replegar a las tropas de Afganistán, o mantenerlas en Siria y redesplegarlas en Iraq para combatir al Dáesh y proteger a los kurdos.
Con respecto a Rusia, tuvo altibajos, tensó y estiró la acuerda. Puede que Trump no fuera un halcón ante los rusos, pero tampoco fue una paloma.
Como quiera que ningún presidente es omnipotente, y apuestas de Estado como la de Ucrania no se pueden abandonar de la noche a la mañana, mi opinión personal es que Trump, con el inestimable apoyo de diversas cancillerías europeas que hoy prefieren permanecer en silencio (caso de Alemania e Italia), estaría dispuesto a aceptar como máximo que:
1. El frente se quede congelado.
2. Ucrania y/o la OTAN dejen por escrito la no incorporación formal de Kiev a la alianza y la imposibilidad de que Kiev desarrolle armas nucleares so riesgo de una intervención militar.
3. El levantamiento parcial de las sanciones sobre los bienes congelados del Estado ruso, por tramos de varios años y a medida que los acuerdos se cumplan.
La Administración Trump tendría capacidad de ejercer una presión enorme para que Zelenski admita este acuerdo, especialmente si también logra recabar el apoyo de las cancillerías europeas. Sin embargo, Zelenski podría oponerse y en última instancia rechazar la propuesta de Trump, y en todo caso podría ganar varios meses antes de optar por aceptarla.
Con todo, aún existiría una gran incógnita. ¿Está Vladímir Putin dispuesto a firmar algo así? ¿Qué pasaría con los países de la OTAN que bilateralmente apoyan a Ucrania?
Además, este acuerdo implicaría que ni Ucrania ni Occidente reconocen Crimea o el Donbás como parte de la Federación Rusa. A mi modo de ver, Putin sí podría llegar a aceptar algo así, pero dista de ser una certeza.
Todo esto, excluyendo del análisis los posibles cisnes negros, como la muerte de Zelenski o de Putin, una escalada nuclear, una victoria militar total de una de las partes o un golpe de palacio en Ucrania o en Rusia.
En conclusión, para que exista una posibilidad realista de alcanzar la paz en 2025 se tendrá que producir una carambola:
1. Deberá ganar Trump
2. Putin deberá estar dispuesto a ceder en sus objetivos mínimos (la captura del Donbás) y a asumir la salida definitiva de Ucrania de su esfera de influencia.
3. Trump deberá tener capacidad de imponer a Zelenski una paz que probablemente no desee.
Si establecemos un árbol de decisiones de probabilidad acumulada, podríamos decir que esta carambola (la única que conduce a una paz en menos de un año), tiene <25% de probabilidad de materializarse. De no hacerlo, es probable que la guerra se alargue hasta 2026 o más allá.