Claro, si los números dan, ¿por qué no las voluntades? Marine Le Pen se relame. Si su candidato machaca a la candidata de Emmanuel Macron en las elecciones europeas, dime, ¿por qué no apuntar más alto? ¿Por qué no pensar que será ella, a su debido tiempo (2027), quien machaque a quien le suceda (Attal, Lecornu, quien venga)?
Será más sencillo, sabe Le Pen, si gana la primera batalla en Bruselas. ¿Qué se puede conseguir si la derecha radical es, en lugar de la tercera o la cuarta, la segunda fuerza del Parlamento Europeo?
¿Y cuántas puertas abre una alianza estratégica con Giorgia Meloni, la primera ministra de la tercera potencia de Europa? ¿Y cuántas votaciones con el viento a favor? ¿Alguna comisión parlamentaria? ¿Alguna vicepresidencia?
Se entiende mejor así el aullido de Von der Leyen: es su instinto de supervivencia. Los democristianos quieren neutralizar a sus competidores por la derecha antes de verse devorados por la corriente de los tiempos. ¿Por qué no integrar a los Hermanos de Italia en el PP europeo, se preguntan, como hicieron con Forza Italia de Berlusconi antes?
Escriben los cronistas de Bruselas que se respira en el ambiente la voluntad de los tres grupos radicales [Identidad y Democracia, de Le Pen; Conservadores y Reformistas, de Meloni; y los desheredados de Orbán] de fusionarse en un supergrupo, pero es demasiado lo que los separa.
Dentro de ese demasiado no entran ni las detenciones de colaboracionistas de los chinos y los rusos, ni las declaraciones más o menos sospechosas sobre la relatividad del mal de los funcionarios nazis, ni el modelo económico (más liberal o más proteccionista) indicado para nuestros países. Nada de eso es demasiado. Demasiado es que, dentro de la cueva, hay quien rema a favor de la democracia ucraniana y hay quien rema a favor del fascismo ruso, y así no hay quien enderece el rumbo de la galera.
Lo más interesante es que Ucrania y la resistencia a Rusia son un motivo de división a la derecha del PP en Bruselas, pero un caso clarísimo de entendimiento a la izquierda del PSOE en Madrid.
Miren, Volodímir Zelenski vino a España, se tomó unas fotos, se reunió con el rey y con el presidente, y firmó un acuerdo de seguridad bilateral histórico. En Madrid, arrancó el compromiso de 1.100 millones de euros, de partida, para la defensa y la reconstrucción del país, golpeado por los drones y misiles rusos, iraníes y norcoreanos y desesperado por la lenta y limitada determinación de los europeos para evitarlo.
El partido de la vicepresidenta Yolanda Díaz puso el grito en el cielo. "Decimos al PSOE de manera muy clara y solemne que algo tan relevante como el envío de armamento a una zona en conflicto no puede realizarse falto de transparencia y sin que haya un debate en el Congreso de los Diputados", dijo Ernest Urtasun, ministro de Cultura y portavoz de Sumar. "Queremos instar al PSOE a trasladar ese acuerdo al Congreso para que sean las Cortes las que valoren con toda la información cuál es el alcance de ese acuerdo y que los distintos grupos parlamentarios puedan fijar su posición una vez se conozcan los detalles".
Urtasun tiene razón. Los españoles merecen un ejercicio de transparencia. Conocemos la opinión de los dos partidos más votados, inclinados a hacer valer el derecho internacional y a procurar la supervivencia de un país candidato a entrar en la Unión Europea. Pero nos falta información de los otros 97 diputados. Los representantes de EH Bildu, ERC, BNG y Podemos se negaron a recibir a Zelenski, y Sumar puso mala cara. ¿Por qué? ¿Acaso sugieren que es demasiado apoyo para una mala causa?
Los cuatro grupos sostienen que es la hora de las negociaciones, di no a la guerra, pero pasan el micrófono en el turno de los detalles. Veamos. ¿Creen que los ucranianos mueren por sed de sangre, por capricho, por emperramiento? ¿Creen que esta Rusia, construida sobre la mentira y la violencia, regida con puño de hierro por los herederos del KGB, con la industria militar funcionando a tres turnos y un economista al frente del Ministerio de Defensa, tiene algo que negociar que no sea el sometimiento de un país vecino? Pongamos que soplan las velas y el deseo se cumple. ¿Qué creen que llegará a continuación? ¿Un futuro feliz? ¿Una paz duradera?
Si sobran unos minutos en el Congreso, en un arrebato de transparencia, podríamos resolver otros misterios. ¿Por qué no les preocupan los derechos humanos de los ucranianos? ¿Por qué las ciudades arrasadas como Mariúpol, las mujeres violadas de Bucha y los niños secuestrados de Donetsk no merecen una palabra? ¿Por qué nunca, nunca, hablan de genocidio cuando el genocida es Rusia? ¿Por qué nunca, nunca, hablan de imperialismo cuando el imperialista es Rusia? ¿Por qué siempre, sin falta, disculpan el colonianismo cuando el colonizador es Rusia? ¿Sería igual si, en lugar de Ucrania, se tratase de España? ¿Depondrían las armas, repartirían las llaves, renunciarían sin resistencia a la paz, la libertad y la independencia?
Sumar cree que la transparencia consiste en detener los barcos, abrir las cajas, contar los proyectiles. Pero ¿por qué limitarnos? Seamos más ambiciosos. Abramos el debate. ¿Por qué no descubrirnos quién rema a favor de la democracia ucraniana y quién rema a favor del fascismo ruso, con qué finalidad y a qué precio, a riesgo de que el gran público juzgue por sí mismo e identifique cuánto hay de inocencia y cuánto de complicidad interesada?