Como Zapatero es un tipo simpático, no le importó que nos sentáramos a mirar la entrevista. No había ramas, pero mirábamos entre las ramas. Éramos los voyeuristas de los parques, pero dejando a un lado la degeneración gracias a nuestra generación. Mirar a Zapatero esa mañana suponía volver a ser niños porque, cuando Pedro J. y él se vieron en la fecha conmemorada, teníamos doce años.
Han pasado dos décadas de aquel 2004. Gardel no habría escrito su tango si se hubiese topado con Zapatero. Veinte años son mucho, qué febril la mirada. Del Pedro J. de ese tiempo no podemos decir nada porque no trabajábamos para él. Veinte años a este ritmo robesperriano serían muchos, estaríamos muertos. Pero de Zapatero podemos hablar un poco.
Llegó a la presidencia y lo vimos como un señor majo, que paseaba por ahí levantando las cejas y que daba la brasa con eso del "talante". Éramos niños pero sabíamos que lo del "talante" lo traía Zapatero. La mañana de la entrevista reafirmamos lo aprendido en la patria de la infancia, pero sólo antes de empezar. En los saludos, en los comentarios, que si cuánto tiempo, que si te acuerdas de aquel día, que cómo están las cosas, qué barbaridad todo. Zapatero es el señor al que quieres encontrarte en el Metro.
Luego, como pasado por la novela de Stevenson, Zapatero se convirtió en Mr. Hyde. Ya no era el doctor Jekyll del "talante", sino el cirujano de la hemiplejia. Hasta a Pedro J., que tanto le conoce, se le cambió la cara al verlo en directo. Llegó a decirle: "¡Eso es maniqueísmo!".
A Zapatero le enloquece Borges. A nosotros no tanto, pero nos gusta mucho. En Ficciones hay un relato que lleva por título El jardín de los senderos bifurcados. Había en la pantalla de fondo que acogía la entrevista algunas de las respuestas de Zapatero en la entrevista conmemorada de hace veinte años.
Decía que iba a los medios contrarios, que asumía la crítica, que quería traer a España una "democracia ejemplar" y un puñado de cosas dignas de un catequista de los jesuitas de León. Estando en el poder, que es lo más difícil, lo cumplió en su primera legislatura. Le dio la primera entrevista a Pedro J., bestia negra de su partido.
Puso al frente de RTVE a un ex de UCD, a un conservador en el Supremo, a un acérrimo independiente en la CNMV. Fue el presidente que más compareció, inauguró el control en el Senado, se reunió diecisiete veces con el jefe de la oposición... y así sucesivamente.
Lo del CIS, lo de ahora en general, fue impensable en esos primeros cuatro años zapateriles.
Pero nosotros asistíamos en directo a esa bifurcación borgiana de los senderos. Zapatero, en algún momento, se perdió por el camino, quizá cuando se bebió el elixir de la Memoria Democrática. Y ahora sólo dice frases para enmendarse a sí mismo.
Evitó la crítica a Sánchez por no comparecer ante los medios, no quiso decir una palabra de Tezanos y hasta defendió la maniobra melodramática de los "cinco días de reflexión". Él (según contó) no lo habría hecho nunca, pero ha sido una genialidad de Sánchez. Gracias a ese gesto, todos estamos hablando, "deliberando", sobre la calidad de la democracia.
Nosotros habíamos escuchado a Zapatero en muchos mítines, habíamos hablado con él en algunos corrillos, compartimos eso del presidente más amable (aunque ahí compite con Rajoy), pero en directo nos impactó como si estuviéramos delante del Aleph.
Donde todo el mundo vio movilizaciones ridículas en favor de Sánchez (apenas 12.000 personas pese a la fletación de autobuses por toda España y estar el amado líder a punto de dimitir), Zapatero vio el gesto poderoso de un pueblo.
Donde todo el mundo vio muy raro que Sánchez no le enseñara la carta a su mujer antes de publicarla, Zapatero vio una razón para aquilatar la valentía del presidente.
Donde todo el mundo ve a un presidente al borde del alero por su frágil mayoría parlamentaria, Zapatero ve a un líder internacional que transforma su país.
Donde todo el mundo ve una Cataluña incierta, Zapatero ve un plan infalible.
Donde todo el mundo ve una marea de zumbados insultándose, Zapatero ve a una izquierda muy educada que soporta con resignación los ataques de la extrema derecha.
Cuando se trata de Sánchez, Zapatero responde con los ojos (con las cejas) alucinadas de los poetas. Es tan amable y tan enfático (no entendíamos muy bien por qué hablaba así) que debe de ser muy difícil de interrumpir.
En un momento dado, tanto enfatizaba Zapatero que parecía hablar en otro idioma, pronunciaba raro. Con las manos, se echaba hacia delante. Pedro J., viendo que podía caérsele encima, le pidió: "Oiga, no enfatice usted tanto".
El mayor exponente de la hemiplejia apareció cuando el expresidente, sin despeinarse, dijo que la derecha española no acepta la democracia en la derrota, que sólo lo hace la izquierda. Si eso fuera así, el 23-F se habría repetido en 1982, 1983, 1984, 1985, 1986, 1987, 1988, 1989, 1990, 1991, 1992, 1993, 1994, 1995, 2004, 2005, 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024. ¡Ni el siglo XIX!
Quizá nos ocurriera porque somos de otra generación, porque no hemos vivido transiciones ni momentos preocupantes en ese sentido. De ahí que nos parezca un delirio que Sánchez diga que la democracia "está en juego" y que Zapatero acuse a la derecha de no respetar las reglas.
Cuando el expresidente decía todas estas cosas, iban pasando por la pantalla que los iluminaba las frases del Zapatero que llegó al Gobierno. El Zapatero en la sombra, el del presente, era el Mr. Hyde que había llegado hasta nosotros desde ese periódico de 2004 a través de la bifurcación de senderos que escribió Borges.
Zapatero (nos cercioramos en la entrevista) tiene una cosa que no tiene Sánchez: lee, piensa y le da vueltas a eso que podemos llamar "idea de país". Se expresa con carisma. Sánchez solo tiene supervivencia. Y Zapatero (lean la entrevista) es el que riega con ideas esa España que nos toca. Zapatero es el hacedor.
Ojalá pudiéramos resucitar al Zapatero de 2004, pero no es posible. Aspiremos, entonces, a resucitar a Jesús... Quintero. Porque la metamorfosis de este expresidente sólo puede explicarse desde el psicoanálisis.