Todas las cartas de amor son ridículas, decía Pessoa, pero los grandes ridículos, verdaderamente, son aquellos que no escriben nunca cartas de amor.
Pienso en eso bastante desde que se ha conocido la ruptura entre Rosalía y Rauw Alejandro, una pareja del todo empalagosa, tontorrona, espesa, cansina y emocionalmente pornográfica: hay días que dudo si me he llegado a acostar con ellos, luego me recuerdo a mí misma que no, pero me extraña, porque ya son años dentro de su cama y su vestidor y su ducha y sus backstages, y venga desayunito con globos en forma de corazón, y venga peluches inmensos y smoothies de fresa, y venga disfraces combinados y fotos semidesnudos en el espejo.
Lo de la muerte de la intimidad hace rato que ya es masacre.
Quizás tiene que ser así, quizás uno tiene que amar como si tuviera quince años o un traumatismo craneal. Uno tiene que amar como si le batiese molestamente un pájaro azul en el cerebro, como en aquel cuento de Rubén Darío, para que a ratos den ganas de volarse los sesos y descansar del incordio de tener a alguien viviéndote dentro del cuerpo, como un polizón de plumas y colores, o tal vez como algo mucho peor: un hombre.
No sería amor si no fuera tan exagerado, tan frenético y terrible. Droga dura. Aire acondicionado. Croquetas de puchero. Quitarse la parte de arriba del bikini dentro del océano. Los naranjos. Champán sudando en la botella. El pitillo de la conversación. Belleza gratuita. No sería amor si uno no se sintiese invencible. No sería amor si no pareciese tan osado. Y no sería amor, tampoco, si los demás, tan resabiados y repelentes, tan muertos por dentro y dignificados por fuera, no empezasen a mirarte un poco raro, como a un tarado o un antisistema, como a un mono con dinamita, como a un devoto a dos cafés de inmolarse. Esta niña se nos va a descalabrar.
Te vuelves peligroso, y si no, no es amor. Inspiras a la grada un poco de lástima, y si no, no es amor. Despiertas toneladas de envidia. Y si no, no es amor.
Todo pasa a la vez. Todo a la vez.
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La gente, cuando nos enamoramos, nos observa con morbo desde la seguridad de su balcón frente a las vías, esperando ver cómo algún tren desintegra a una vaca. Procura ser tú el tren.
Al damnificado le importa poco la catástrofe. Nació para ella. Parece decirnos al resto: "Déjame felizmente loco, déjame felizmente solo, déjame felizmente roto". Si le preguntas al tiempo, te dirá que valió la pena. Al final, toda fiesta dura sólo un rato.
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Hay un problema con la felicidad: no debe airearse. Es tan extraordinaria que siempre chirría. Los ojos de los desgraciados se clavan en ti como los de un ave rapaz oteando a un cachorro desde las alturas. Es lo que le ha pasado a Rosalía, enamorada de Rauw como una perra enferma, porque uno siempre se enamora así, como una criatura inferior, como una bestia ciega embistiendo a la nada, al mundo, a los infiernos, a las vidas posibles, al destino.
Ella lució su alegría, la gritó a los vientos, la filmó en vídeo y la subió a las redes, aireó su pedida de mano (preocupada por el rimmel, como las divas), hizo canciones a pachas con Rauw, un tipo bastante normalito que inventó un baile absurdo en el que parecía que fornicaba con el suelo, un chaval algo alelado, medio trabado, un niño incapaz de entender la hondura y gravedad de esa cosa goteante llamada amor. De ese material inflamable sabemos bien poco (cada vez es la primera vez), pero si algo hemos aprendido es que no se puede pregonar libremente porque enseguida la vida viene y te da un escobazo que te tumba.
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No conozco a Rosalía, pero la intuyo. Ella ama como las folclóricas, de una vez y para siempre. Su amor es puro, es leal y es choni. Ella ama como amaban antes las mujeres de la tierra.
"Amamos siempre igual, desde la infancia hasta la muerte. De todas las cosas que podemos modificar de nosotros mismos, la forma de querer es la más difícil". Esto lo dice Milena Busquets en Las palabras justas. Una forma de amar es una maldición, un juramento inquebrantable que te lleva por delante.
La mayoría de la gente se muere sin amar así. La mayoría de la gente usa palabras grandes que ni siquiera entienden.
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Los fans y los haters andan haciendo cábalas sobre fechas y viejas manifestaciones de amor. Dicen que Rauw miente cuando asegura que lo dejaron hace un par de meses. Seguro que miente, en general. Lo leo en el mensaje que ha publicado en Instagram. Le huelo la culpa desde Málaga a Puerto Rico.
"Por el respeto que le tengo a ella, a nuestras familias y a todo lo que vivimos, no podría quedarme callado y continuar viendo cómo intentan destruir la historia más real de amor que Dios me ha permitido vivir", escribe. Sí, claro. Rosalía es mucho más concisa, más parca, menos tierna. Dice que quiere, respeta y admira a Rauw. Es decir, nada. ¿No hacemos eso con mucha gente, no es eso distante?
Es la declaración de una hembra en quiebra que no piensa gastar ni una palabra caliente más.
¿Rompieron hace semanas? ¿Hace meses? ¿Cuánto? Yo digo: ¿importa? Pudieron romper ayer mismo. Esa es la gracia fatal del amor. Eso es lo que no parecen entender los detectives que les rastrean las redes. Ese es el secreto mejor guardado de esta ruptura.
Los que dicen que el amor es sólido no tienen ni puta idea. El amor es siempre frágil, como un truco de magia. El amor rueda como un neumático cuesta abajo, pero siempre está a punto de derrapar. Siempre está a punto de fallar.
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Me dice Álex que ha leído que las mujeres que salen con hombres jóvenes ahora reciben el nombre de "cougar". Esther rebate: "¿Cómo se llaman las mujeres que sólo salen con necios y narcisistas?". Creo que tenemos la respuesta y hay una palabra para ello. "Mujeres".