Dice ahora Mónica García, que nunca fue el lápiz más afilado del estuche, que hay que regular Tinder porque "hasta el 57% de sus usuarias se han sentido presionadas para tener sexo". El calor genera estas cositas, estas ocurrencias. Si ese dato tan impactante es cierto, ¿tendría sentido legitimar la existencia de una app de citas que segrega tanta violencia sexual?
¿Cuánto mejor no será reventarla o ponerla a arder, sabiendo como sabemos que tantos hombres la usan, llanamente, para tener sexo a domicilio, rapidito y analfabeto, deshumanizante, utilitarista, sórdido y encima anorgásmico (para ellas, porque el machista es eróticamente inútil)?
¿Por qué abrirles a estos majaderos un teléfono caliente (pero además gratuito, porque muchos son puteros incipientes y desplumados, puteros de la virgen del puño cerrado, puteros en el chasis, puteros sin un euro suelto)?
Hay un putero avispado que regatea hasta el cero, y ese es el usuario misógino de Tinder. Está quedando contigo, pero te detesta. Da igual que no seas una puta si te tratan como a una puta.
Algunos, más caballerosos, más performáticos, marean la gallina y proponen quedar en el bar de abajo de su casa para bajarse un tercio rápido que les temple los ánimos, por destensar, deslizando alguna diatriba tonta e insoportable, seguro egocéntrica. Un teatrito (pero ágil, que tampoco tenemos toda la tarde) para olvidar lo que son y hacerte olvidar a ti que estás a punto de ser usada. Os vais a usar, con más o menos éxito.
Cuando ya se hayan quejado lo bastante del curro, cuando hayan vomitado lo suficiente sobre este mundo sordo y ciego que no les reconoce como genios (hay un punto cómico en su búsqueda incansable de la fulana-psicóloga) te mirarán por fin a la cara, te besarán torpemente, clásicamente con una lengua áspera e invasiva, y te dirán de tomar la siguiente en su casa, que qué casualidad, está justo aquí arriba.
Me ha sorprendido la ideílla de García ya no sólo porque venga de una mujer feminista, sino porque viene de una mujer teóricamente de izquierdas: Tinder es todo lo que está mal en el mundo de los afectos y del affaire. Es puro neoliberalismo sexual. Es consumo bulímico de los cuerpos sin nombre -o con nombres olvidables-, es acumulación, es obsolescencia programada.
Es alienante. Es mercantilizante. Es morir de éxito. Es siniestro. Jamás tuve una cuenta, jamás la tendré. Detesto Tinder como concepto, filosóficamente, y jamás le di una oportunidad aunque muchos de mis buenos amigos y amigas -valiosos, bellos, inteligentes y sensibles- dancen por ahí de vez en cuando, si el frío aprieta. Yo les pido que salgan de la ratonera.
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Resulta limitante y ridículo definirse con una frase de brocha gorda -¿te gusta la cerveza, viajar, leer, la música?, no me digas, a nosotros no, eres muy especial-, resumir tus expectativas simplonas como sujeto en celo (lo cantaba Deluxe en El amor no es lo que piensas, "cuando nos conocimos, sólo buscabas libertad. Eso lo buscamos todos") y venderte en tres fotos medio monas como un pescado boqueante en el mercado.
Lo peor de una app de citas como ésta es que si tienes un poco de ganas de follar, se te quitan. Porque lo mejor del sexo nunca es el sexo, sino lo que lo rodea. El contexto. El misterio. La seducción. Los tiempos. Tinder es una bomba atómica turbocapitalista capaz de reventar todas las cosas que hacen interesante la intimidad.
Yo no es ya que no quiera tener sexo con un desconocido, sino que ni siquiera haría el esfuerzo de hablar por un chat con un notas salido de la nada, sin olor, sin biografía, sin amigos, un tipo absolutamente solo en el mundo que se me ofrece como un trozo de fuet. ¿Qué podría preguntarle, si no me interesa en absoluto, si es poco más que un bot para mí?
¿Qué podría contarle de mí, si la burbuja del azar y los engranajes de la sorpresa ya están rotos, si me he reconocido como un producto y así me he presentado ante él?
¿Qué gracia tiene jugar con las cartas bocarriba, autoseñalarme como disponible (¿lo estoy, en verdad, lo está alguien del todo, acaso? ¿Disponible significa dispuesta?), asumir que el de enfrente está en el ajo, leer en sus ojos el hambre o el aburrimiento vital que le ha traído hasta aquí y exprimirnos con la esperanza renqueante, lo más cívicamente posible?
Tinder es el camino más rápido para matar el deseo. Para abortarlo, de hecho.
Mi amiga Mar dice que le recuerda a Infojobs: "Tienes una cita absurda donde cuentas tu vida y tus logros... te sientes como 'ah, ya tengo un match, me van a llamar, tendré un encuentro y veré si me compran, si me contratan'. Qué desidia. Siempre el mismo protocolo". La vida no para de ser una entrevista de trabajo detrás de otra.
¿Y si nos bajamos a la plaza a ver qué pasa? Mi oficio es la primavera.
Viva el sexo, muera el Tinder.