Está bien no meterse en la vida de los demás. Nos pasamos gran parte de nuestro tiempo juzgando a los otros y, a menudo, elaborando juicios, mentales o expresados oralmente, que no aguantarían el menor embate por su condición de frívolos y, en numerosas ocasiones, también de ignorantes.
Pero hay veces que son los otros los que se meten en nuestra vida y, en algunas ocasiones, sin siquiera pretenderlo o decidirlo. Es, sin duda, el caso de alguien a quien muy pocos conocían hace pocas semanas, y que ya se ha convertido en el bebé más célebre del país. Ana Sandra Lequio, la nieta de Ana Obregón, ya es famosa. Muy famosa.
Es imposible, lógicamente, saber qué ocurre en la cabeza de aquellos que toman decisiones que se alejan de eso que consideramos “normal” o “bueno” o que, simplemente, resulta opuesto a cómo nosotros abordaríamos esa misma situación.
También, quienes hemos tenido la enorme fortuna de no pasar por ahí, solo tenemos una ligera idea de cómo debe de ser de trágico perder a un hijo veinteañero. Posiblemente, ni siquiera acertemos a vislumbrar semejante escenario en su verdadera naturaleza, tal vez la más atroz posible.
Pero no está claro hasta qué punto las licencias que te puede ofrecer la vida ante el reto mayúsculo de sobrevivir a esa miseria del destino incluyen la de generar otra, una sometida a la exposición generalizada desde el propio nacimiento, y también a una suerte de debate popular sobre la idoneidad del mismo.
Saltar por encima de las numerosas convenciones relacionadas con la evolución de los humanos, sobre cómo se conciben y se desarrollan, no resulta, necesariamente, un inconveniente. De hecho, así es como precisamente en algunos momentos surge la magia, o más bien la ciencia, que invita a la humanidad a un progreso inesperado.
La llegada al mundo de Ana Sandra se produce en el contexto de la desaparición, hace casi tres años, de su padre biológico; también en el de la selección en Estados Unidos de su madre biológica. Pero, en ambos casos, se trata más de donantes que de padres.
La paternidad y la maternidad tienen más que ver con la realidad existencial que con la transmisión del material genético. Quienes se ocupan de los niños, quienes los aman y los cuidan, quienes los alimentan física y emocionalmente y los preparan para una vida sin ellos mismos, esos son quienes verdaderamente constituyen las figuras paternales o maternales. En el caso de Ana Sandra, al parecer será su abuela, la exactriz y expresentadora de 68 años, quien en realidad ejercerá de madre, por mucho que los papeles establezcan que su papel en este nacimiento y crianza es el de abuela.
Sin duda, el mundo puede seguir sin saber todo esto, y sin valorar las circunstancias que rodean a la nieta más conocida y también más controvertida; de hecho, lo hace. Continúa la guerra y el triste reguero de muertos en Ucrania; Finlandia se protege convirtiéndose en un nuevo miembro de la OTAN; Donald Trump hace estallar sus ratings de aprobación con su insólita campaña de márquetin, intentando transformar delitos a partir de sobornos a prostitutas y actrices porno en votos que le aúpen en las elecciones de 2024.
Sí, podemos abstenernos de valorar la llegada al mundo de Ana Sandra. El planeta seguirá girando aunque no contemplemos las portadas de ¡Hola!, y todas las que quedan al respecto en el mundo de la prensa rosa sobre este mismo asunto.
Es bueno, sí, no meterse en la vida de los demás, aunque algunos de los otros pretendan, precisamente, que formemos parte del circo que han creado.