De un modo descorazonador nos volvimos ajenos a la vida misma, que explica con naturalidad la dificultosa convivencia de los imperios: a ratos calmada, a ratos gobernada por la agitación. Durante años asumimos, por interés mutuo, las condiciones de los chinos para la copia, la mentira y la organización.
Para la copia de los productos diseñados en Occidente, después de siglos de progreso incomparable, tras la sofisticación de las tecnologías en inicio más rudimentarias.
Para la mentira, cuando nos convencieron de su integración honesta en el orden internacional, como equiparados a los japoneses o los alemanes, sin ofrecer una sola garantía de su honestidad.
Para la organización, porque se demostraron trabajadores diligentes, planificadores estructurados, capacitados para levantar, a una velocidad inaudita, ciudades con todos los avances.
Los europeos y los estadounidenses despreciamos que esa disciplina está diversificada y se traduce, por ejemplo, en la aniquilación de la disidencia, en el control de los ciudadanos y en el exterminio de los compatriotas uigures. Y lo cierto es que, de algún modo, la ingenuidad se vuelve en contra, porque también apuntan contra nuestro modo de vida.
La China inmensa, pero pobre, abrió paso a la China inmensa, ambiciosa y rica, con una influencia dominante en África, América Latina y Rusia, con la aspiración de eclipsar a las potencias del siglo XX en todos los escenarios, incluso en el espacio. Como demuestra, entre otras cosas, el hallazgo de 270.000 toneladas de agua en la Luna, a cargo de la sonda Chang’e 5. Lo que prevalece de la transición de la penuria al esplendor es el Partido Comunista.
La pandemia y la invasión nos sacaron del sueño. Pero el despertar nos alcanza con el paraíso perdido y el mundo repartido entre varios, con los chinos presentes en todas las esferas de poder y las lecciones aprendidas sobre el talón de Aquiles de nuestra civilización: el respeto de las libertades. A menudo nos rasgamos las vestiduras por las Liu Sivaya de turno, como portavoces indiscretos de la tiranía de Putin. Pero dejamos de lado, con frecuencia, la cantidad de agentes de China introducidos en la política, los medios de comunicación, las multinacionales y las academias españolas.
No eres un loco que busca helicópteros amenazantes en el cielo, como el Ray Liotta pasado de rosca de Uno de los nuestros, si te alarma la familiaridad con la que los ríos de desinformación china desembocan en las radios y televisiones de nuestros países, incluso en nuestros parlamentos democráticos. ¿Acaso no escuchaste al catedrático Ramón Tamames en el Congreso, con motivo de la moción de censura?
«¿Tiene que venir China a salvarnos de la guerra de Ucrania?».
— Jorge Raya Pons (@jorgerayapons) March 21, 2023
Virgen santa.
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Durante su intervención en el Wake Up, Spain! de EL ESPAÑOL, Josep Borrell concretó una par de ideas para el momento. En la guerra de Rusia a Occidente, China escogió bando. Y la guerra no se reduce a los territorios en disputa de Ucrania, sino a cada espacio de debate en Europa y Norteamérica, donde actúa la perversidad de los grupos organizados contra la democracia, con colaboradores a menudo disfrazados de librepensadores que contribuyen a la riqueza de la discusión.
No es su única vía de intrusión. Caben cada vez menos dudas de que TikTok es la herramienta más esmerada de Beijing para el propósito: un pozo sin fondo de información sensible y un algoritmo a disposición del único garante de cualquier compañía china. ¿Se entiende ahora mejor que Estados Unidos y la Comisión Europea obliguen o inviten a sus funcionarios al borrado de la aplicación? ¿Por qué no iban a apremiar, más pronto que tarde, a la prohibición en nuestros países?
Algunas cronistas de la revolución tecnológica sugieren que TikTok sólo imita las prácticas de las compañías americanas, embarradas por las prácticas de Cambridge Analytica y Facebook. Como si fuera poca cosa, y como si fuera el único factor a considerar. Si detrás de una red social aparentemente inofensiva, cargada de coreografías y animalitos expresivos, aguarda el principal enemigo de nuestras libertades, ¿cuál es el propósito de protegerla?