Te llegan anécdotas que son difíciles de olvidar. Como que Harvey Weinstein pretendió que Tarantino eliminara la escena de la cuchilla y la oreja (el baile y la tortura) de Reservoir Dogs. El distribuidor tenía un argumento: "Mi mujer no querrá ir al cine a verla". Tarantino tenía una respuesta: "¿Qué te hace pensar que la hice para tu mujer, Harvey?".
La escena se conservó a su manera. La cámara se retira, la imagen se omite: nos quedan los gritos, la música, sangre aquí y allá. La imaginación sirve, en fin, el plato principal.
Hay conversaciones más incómodas que una intervención cartilaginosa, como sabe Weinstein, y mañanas de radio más violentas que una selección cinematográfica de amputaciones, como saboreó la ministra María Jesús Montero, que bebió un café o dos y se aclaró la voz y levantó el teléfono, con Carlos Alsina al otro lado de la línea, sin ánimo de sobresaltos.
Pero el periodista radiofónico tiene energía desde las 6:00 de la mañana y exploró sin piedad la etimología de las propuestas fiscales del Gobierno. "¿Qué es para usted la clase media trabajadora?", preguntó, y la ministra respondió a trompicones: "El 99% de los españoles, o el 98%".
—¿Disculpe?
Montero proporcionó un par de significados adicionales; no tan incisivos como la cuchilla de Michael Madsen, pero menos da una piedra.
Primero: "Cuando hablamos de clase media trabajadora, nos referimos a la mayoría social. A aquellos que tienen que utilizar los recursos públicos para curarse o para que sus hijos puedan estudiar o para tener una pensión tras tantos años de trabajo".
Después: "La gran mayoría de nosotros".
La polisemia es asombrosa. El primer significado determina, medio millón de españoles arriba o medio millón de españoles abajo, que la clase media son todos, salvo los del puro.
El segundo traslada que clase media es el que no puede permitirse un médico privado, una escuela privada y unos ahorros razonables, pero no descarta a los agarrados.
El tercero es revelador. Asume que hasta una ministra es clase media.
El resultado del baile y la tortura de Alsina a Montero proyecta, sin necesidad de silla, nudo y almacén en las afueras, una o dos verdades. Que el Gobierno anda perdido con los cálculos y con los significados. No identifica ni al rico ni al pobre y así llegan las facturas: cobrándole al rico a precio de millonario y al apurado a precio de desahogado. Y que en España, y probablemente no sólo en España, habita un misterio inexplicable. No hay tanta clase media como representantes de la clase media.
El problema reside en los parámetros, imprecisos, y no cambia lo esencial: el que sirve y el que se sirve. Pero sacudámonos la ambigüedad. Si tienes dos o tres casas y uno o dos coches y uno o dos apartamentos en la playa y/o la montaña y un sueldo de seis dígitos o casi y crees que compartes clase social con la mujer que plancha tus camisas, con esmero en los puños y el cuello, y el hombre que te sirve el lenguado, al vapor y sin espinas, puedes estar muy seguro de algo: estás equivocado.