Basta con ser "un espectador mínimamente informado y progresista" para darse cuenta. Abran los ojos y crean. El Gobierno está siendo víctima del conciliábulo "de unos señores con puros que se juntan" para intentar "derrocarlo". Rápido, hagan las maletas antes de que comience la revolución. Conozco algunos sitios en Hendaya, donde se refugió Unamuno, que puedo recomendarles.
Esos mismos señores, los de los puros, son quienes dirigen las "terminales mediáticas y oscuras" que acabarán con el Ejecutivo. Será el primer golpe de Estado posmoderno, porque lo de Cataluña ya saben que no cuenta. Aquí va a ocurrir algo de verdad. Es invisible, pero se está gestando a velocidad estratosférica. No habrá Bolaños, Ábalos ni Redondo que lo pare.
Algo ha debido de pasar. Hay algo que no sabemos. Porque el presidente y sus ministros, en estos cuatro años, nunca habían hablado de tal golpe. Lo han hecho ahora, como si hubieran detectado que el poder empieza a escurrírseles de las manos.
Esta es la síntesis del nuevo discurso de Pedro Sánchez. Los entrecomillados que van a leer son suyos. Extraídos, literalmente, de su ronda de apariciones de la semana pasada. No habrá en ellas ni una palabra de otra cosecha. Conviene dejar la frase desnuda para percibir la gravedad de lo que aquí vamos a tratar: el último libro del presidente. Este, quizá sí, escrito por él.
Sánchez acaba de encarnar el mayor giro atlantista de España desde la época de Aznar. Se ha comprometido con el presidente Biden a incrementar los efectivos militares en la base de Rota y ha prometido a la OTAN que duplicará el presupuesto de Defensa.
Sin embargo, mientras tanto, ha recorrido platós para dibujarse como autor de "un proyecto progresista que le trasciende" y víctima de los "poderes oscuros" (abstracción en la que reúne a las grandes empresas y al PP).
Se trata de un discurso renovado, ¡moderno!, porque Vox desaparece de la ecuación. Sánchez ya ni siquiera utiliza el término "ultraderecha". La ley de Memoria pactada con Bildu ha pasado a un segundo plano. José Antonio Primo de Rivera puede descansar tranquilo.
Los resultados de Andalucía y la consolidación en Madrid de Feijóo han restado eficacia al antagonismo tradicionalmente empleado por el líder socialista. Con los de Abascal fuera de las portadas y más débiles en las encuestas, Moncloa ha dibujado un escenario distinto. Vamos con él.
El equilibrio resulta asombroso. Porque lo que se aparece como un giro a la izquierda deberá rimar con la aplicación de políticas tradicionalmente vinculadas a la derecha: los ya mencionados compromisos atlantistas o la reducción del IVA. En cartera estará, forzosamente, la contención del déficit público para cumplir el plan de estabilidad.
Todo empezó durante la rueda de prensa del pasado sábado. "Resulta evidente que este es un Gobierno molesto para determinados intereses económicos, que tienen sus terminales mediáticas y políticas. Es algo que está a pie de calle, que cualquiera puede ver. Este es un gobierno muy incómodo", decía Sánchez a preguntas de los periodistas.
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No lo circunscribió a la actualidad, sino que lo estiró hasta su llegada a la presidencia. "Primero con la moción de censura y después con la coalición progresista. Pero no nos van a quebrar. Vamos a continuar defendiendo los intereses de la clase media y trabajadora de este país".
Para azuzar esta parte del discurso sacó lustre al impuesto a las grandes corporaciones energéticas, pero era cuando menos extraño escuchar ese lenguaje, "el de las terminales mediáticas y oscuras", en boca de quien se congratulaba de una bajada impositiva y se aparecía como gran anfitrión de la OTAN.
En realidad, Sánchez ya le había trasladado a alguien su nuevo mensaje. Días antes había concedido una entrevista a La Vanguardia, pero no fue publicada hasta un día después de la rueda de prensa.
"A este Gobierno de coalición progresista se le golpea mucho porque es un Gobierno incómodo, puesto que no olvidamos para quien gobernamos. Gobernamos para la clase media trabajadora y para los más vulnerables. Nos golpea una derecha económica con sus terminales políticas y mediáticas, pero no nos van a quebrar", dijo.
Eligió un mensaje parecido incluso cuando se le preguntó por la posibilidad de confluir con Yolanda Díaz: "Como les he dicho, hay una derecha económica, política y mediática muy activa contra el Gobierno".
Pero este discurso iría ganando en prolijidad. El miércoles fue el turno de la SER. Repitió, casi palabra por palabra, como si lo hubiera memorizado: "Este Gobierno es muy incómodo y muy molesto para determinados poderes ocultos que no se presentan a las elecciones y que tienen intereses oscuros".
Fue entonces cuando, por primera vez, asoció explícitamente al PP y a Vox con esas fuerzas de la oscuridad: "Hay dos partidos que no son autónomos".
Para justificar su acusación a Génova, mencionó lo sucedido con Pablo Casado: "Denunció un caso de corrupción y le fulminaron, le cortaron la cabeza". Sánchez ya conocía entonces que se habían archivado las diligencias contra Ayuso que trató de impulsar Casado.
Después acusó a Feijóo, aunque sin nombrarlo, de esa "falta de autonomía" y de estar al servicio de "una minoría que quiere volver al viejo orden de antes de la moción de censura".
No es baladí la variación introducida por Sánchez en esta entrevista respecto a los días anteriores. En la SER, el presidente no situó el inicio de los ataques de "las terminales oscuras" en su llegada a la Moncloa, sino en 2015, cuando se convirtió por primera vez en secretario general y fue apuñalado por los suyos.
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Un día más tarde, el jueves, Sánchez arrancó el día con una entrevista concedida a TVE en el interior de la cumbre de la OTAN, en Ifema. Allí, por razones obvias, adoptó un tono más institucional, pero al final de la conversación incluyo la siguiente postdata: "Este Gobierno sabe para quién gobierna. Para la clase media y trabajadora de este país, para los colectivos más vulnerables".
Y fue por la noche, en La Sexta, cuando dio rienda suelta al discurso que había ido pergeñando a lo largo de la semana. "La derecha anhela la vuelta a un viejo orden donde cuatro consolidaban privilegios", empezó. Disfruten con lo que viene ahora, enciéndanse un puro si quieren. Uno de esos gruesos, con humo espeso. Un puro de conspirador. Empieza una película a medio camino entre El señor de los anillos y Star Wars.
Con ironía, Sánchez acusaba: "Dicen 'esto de la igualdad es importante, pero vamos a dejarlo a un lado'. Luego 'el cambio climático es importante, pero vamos a dejarlo a un lado'. Seamos conscientes de que España está abordando una tarea de modernización y avance social con pocos parangones a lo largo de nuestra historia democrática. Eso genera resistencias. (...) España no se puede permitir el lujo de volver a un viejo orden de esos poderes ocultos".
Ferreras insistió en saber si hablaba del PP. Sánchez asintió: "Sí. No estoy descubriendo América. (...) Mire algunos editoriales, informaciones. Los intereses en contra del impuesto a las energéticas o la subida del SMI. Hay grandes compañías que mueven esos hilos".
A modo de conclusión, Sánchez definió su proyecto, el del PSOE, como el único "autónomo" y que de verdad "se debe a los españoles". Los demás "surgen de componendas y tienen hipotecas". La oposición es "negacionista y destructiva".
Pero hubo un instante en que pareció improvisar, en que las palabras ya no eran las mismas que a lo largo de estos días. Se le vio visiblemente molesto cuando Ferreras le preguntó por los rumores que lo sitúan en busca de un puesto internacional y con la intención de abandonar la candidatura a las generales si las encuestas auguran su descalabro.
Ahí improvisó lo de los "puros": "Eso se dice en algunos cenáculos de Madrid. (...) Señores con puros que se juntan y dicen 'vamos a contar que Sánchez se quiere ir porque va a perder las elecciones'. Dicen que estoy aquí por un interés personal. Lo que me mueve es afianzar a España en Europa".
Por último, concedió una entrevista a El País. Sus interlocutores enarcaron las cejas con visible preocupación (no hay ironía en esto). Le dijeron: "Es una acusación grave, presidente, habla de subvertir la decisión democrática de los españoles". Y el presidente ni se inmutó.
Nos ha costado un buen rato llegar hasta aquí. Varias horas y casi media docena de entrevistas. Todas con grandes "terminales mediáticas", se entiende que estas muy luminosas, lejanas al lado oscuro de la fuerza.
Lo que hizo Sánchez a lo largo de la semana pasada (una gira mediática a lo Mick Jagger sin pregunta incómoda que lo inquietara) sólo puede hacerlo quien se siente mucho más poderoso que los hombres de los puros. Y quien efectivamente lo es. Lo que pasa es que Sánchez no fuma y eso da mejor a cámara.
Una moción de censura, muy necesaria, lo llevó a Moncloa. Una sofisticada ingeniería social, sostenida principalmente en el "miedo a la ultraderecha", lo mantuvo. Y este cuento chino, canción de desamor desesperada, lo derroc… lo derrotará.