Cuando se escribe una columna semanal sobre ciencia toca devanarse los sesos para, sin faltar al rigor, aportar frescura informativa. Hoy es probable que esperes una información pormenorizada de la alerta que se ha lanzado por la llegada de la viruela del mono a nuestro país.
¿Y qué puedo hacer si no se dispone de datos sólidos para emitir un juicio, no tenemos la suficiente casuística para proponer una hipótesis ni, mucho menos, dar un veredicto perspicuo de lo que está ocurriendo?
A diferencia de otras áreas, la ciencia necesita el reposo, la perspectiva y el análisis sosegado de los resultados. También se requiere de la experimentación, que lleva tiempo, precisa recursos y exige silencio.
Dicho esto, me aventuro a responder algunas preguntas sobre la alarma.
¿Qué sabemos de este brote? Poco y en lenguaje científico me atrevería con un "nada". La viruela en los seres humanos está erradicada desde hace cuatro décadas, pero la de los monos es endémica en ciertos lugares del planeta como África occidental y central. Aunque se la conoce como viruela del mono, la mayor fuente de transmisión a humanos viene de los roedores que funcionan como reservorios naturales del virus.
Por otra parte, no es algo muy desconocido, el primer reporte en humanos data del siglo pasado. Con precisión, de 1970.
¿Por qué nos asusta y se ha decretado una alarma? Ha llamado poderosamente la atención que la mayoría de los casos identificados en Europa se restringen a varones que han mantenido relaciones homosexuales. Sin embargo, aún no hay indicios claros de relaciones entre los afectados, ni de que se contagie por encuentros sexuales. Así que empecemos por evitar el estigma y no repitamos lo ocurrido con el VIH/SIDA.
Lo que se conoce es que el contacto físico estrecho sí podría ser una cadena de transmisión. En cuanto a los síntomas, estos son muy evidentes e incluyen lesiones o erupciones cutáneas infrecuentes que se han observado alrededor de la zona genital en los infectados identificados. Las lesiones cambian de aspecto con el tiempo y pueden recordar a la varicela o la sífilis. Al final, se formará una costra que terminará sanando.
Los pacientes también muestran síntomas típicos de una infección viral, como fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, dolores musculares, dolor de espalda, fatiga extrema y, a diferencia de la viruela humana, ganglios linfáticos inflamados. Salvo giros de última hora, se especula que todo quede en un brote puntual y que la explicación esté en la pérdida de inmunidad debida a la desaparición de la viruela humana.
De cualquier manera, contamos con una vacuna que podría ser efectiva y antivirales que se han probado en este contexto con éxito. Pero queda aún mucho por estudiar.
"¡Qué lentos sois!" quizá sea la exclamación que surca tu pensamiento. Mas en las prisas está la equivocación y no será la primera vez que diga: "La ciencia se cuece a fuego lento y en el silencio de un laboratorio en penumbras".
Cuando se plantea un problema a resolver, lo primero es intentar una formulación lo más precisa posible de la pregunta, porque en ella puede estar implícita la respuesta. Luego viene la implementación de una metodología que nos permita resolver las incógnitas y a la vez reproducir cada uno de los pasos que hemos dado.
Por el camino se suceden los fracasos en las hipótesis, los fallos en las observaciones, los imprevistos técnicos y el etcétera nunca finito de vicisitudes. Al final puede que encontremos una luz o una tapia a derribar que nos haga replantearnos las preguntas iniciales.
Y si, cosa rara, el éxito encumbra nuestros experimentos, llega la comprobación y el cuestionamiento riguroso por nuestros iguales para dar por válido un dato científico.
Esta y no otra es la razón primera de nuestra supuesta lentitud. Esta y no otra es la energía que nos alimenta para defender nuestras posiciones ante las opiniones que se vierten, con la ligereza, por quienes pasean por una red social y sólo tienen en su currícula una conexión a internet.