"Yo siempre he hecho lo que se esperaba de mí" dijo una vez José Luis Martínez-Almeida con un Dewar's White Label en la mano y aún no tengo claro si lo decía con narcisismo o como flagelo. Hacer siempre lo que se espera de él consistió, en verano de 2020, en asumir el desgaste provocado por la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo aceptando el cargo de portavoz, uno de esos con los que los partidos incineran a rivales internos incómodos y en los que se suele perder más de lo que se gana.
Hacer siempre lo que se espera de él ha consistido, en otoño de 2021, en consentir de nuevo que su nombre sea utilizado como ariete contra Isabel Díaz Ayuso en una guerra a la que el alcalde de Madrid ni siquiera se había presentado voluntario.
Convertido en el retrato de Pablo 'Dorian Grey' Casado, Almeida ha aceptado que su capital político, tan espontáneo e inesperado como el de la presidenta de la Comunidad de Madrid, se marchite con el objetivo de que el del presidente de su partido siga hermoso como un querubín de Rubens.
Si ese era el objetivo, hay que señalar la obviedad de que la operación Salvar al soldado Casado porque eso es lo que se espera de mí ha salido mal. Porque de la guerra alucinógena entre Génova e Isabel Díaz Ayuso tanto José Luis Martínez-Almeida, como Pablo Casado, como Teodoro García Egea, como la propia presidenta van a salir renqueantes y ya veremos si no definitivamente tullidos.
En el PP la historia rima, pero también se repite, y los que vivieron en su momento la guerra entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón azuzada por Mariano Rajoy no encuentran en lo de Ayuso, Almeida y Casado mayor novedad. "No es mi circo, no son mis monos" dicen en esas baronías regionales que confían en pescar en río revuelto y que quizá lo hagan en 2023 si Casado no suma con Vox. Más preocupada por la gestión interna de una hipotética derrota en 2023 que por la de su probable victoria, Génova se ha empeñado contra Isabel Díaz Ayuso con la beligerancia que en el PP parece reservada a los buenos amigos.
Volcarse en una guerra fratricida en el preciso instante en que el PP negocia con el PSOE la composición del nuevo Consejo General del Poder Judicial parece una idea digna del que asó la manteca y que PSOE y Vox celebran hoy por todo lo alto. Sólo ellos saldrán beneficiados de la contienda, sea cual sea su resultado. El problema para Génova es que a Cayetana bastaba con destituirla, pero a Ayuso la sostienen 1.631.000 votos, casi el doble que los de Casado en las elecciones de noviembre de 2019 (887.000).
Cuando un candidato, además, obtiene el 45% de los votos y suma más que todos los partidos del bloque contrario juntos se arroga el derecho de reclamar el cetro del centro, que no es una posición geográfico-ideológica concreta, sino el punto en el que coinciden la mayoría de los votantes. Y ese punto hoy en Madrid, y quizá también en buena parte del resto de España, es Ayuso, por extraña y contraintuitiva que parezca la afirmación. No Sánchez ni Casado y ni siquiera Inés Arrimadas. Nunca jamás, además, el bloque de la derecha, unido o dividido, había sumado en Madrid el 58% de los votos, 16 puntos por encima de la izquierda.
Génova está cometiendo en estos momentos dos errores desde un punto de vista demoscópico. El primero es pensar que los votos de Ayuso son todos del PP (en el mejor de los casos, lo es sólo la mitad: quizá a la vista de la guerra interna contra la presidenta lo sea hoy sólo el 30 o el 40%). Además, no todos los votos de Ayuso son de Ayuso (una buena parte de ellos proceden de Ciudadanos y otros tantos, de Vox).
El segundo, confiar en que el electorado del PP perdonará la guerra contra Ayuso como el del PSOE perdona las purgas de Pedro Sánchez. El electorado de derechas no desea que gobierne la izquierda, pero le es relativamente indiferente que la proporción de escaños en una hipotética coalición de gobierno de PP y Vox sea de 2 a 1 o de 1,5 a 1. Y el votoducto que conduce del PP a Vox y de Vox al PP es ancho y puede revertir el flujo a voluntad de los votantes.
A los que no va a dar igual que la proporción entre PP y Vox sea de 2 a 1 o de 1,5 a 1 es a Alberto Núñez Feijóo y a Juan Manuel Moreno Bonilla. Quizá tampoco a Jorge Azcón. Sobre todo si esa proporción de 1,5 a 1 ni siquiera conduce a la Moncloa, sino a la oposición.
Se ha hablado también de la comida "secreta" en la Puerta del Sol entre Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida para limar "tiranteces". Dice el diario El Mundo que de esa reunión no sabían nada "ni los más cercanos colaboradores" de Almeida. En realidad, todos esos colaboradores, los verdaderamente "cercanos", la conocían. El que no la conocía es Ángel Carromero.
De Carromero, que anda en la actualidad ejerciendo de portavoz-filtrador espontáneo y no autorizado por Almeida de lo que supuestamente dice o piensa este, se cuenta en el PP que presume de fontanero cuando no es más que un ejecutor. Muy recordada es aquella ocasión en la que presumió de haber elaborado mano a mano junto con David Erguido las listas del PP al Congreso de los Diputados con la frase "nos hemos cargado a todos los viejos" en presencia (sin saberlo él) de uno de esos "viejos".
Hoy, Erguido lidia con su presunta implicación en el caso Púnica y Carromero genera un problema para cada solución. En el PP es conocida la arrogancia de muchos nuevasgeneraciones, sobre todo cuando su modelo son algunos viejosgeneraciones.
La carrera de Almeida tiene dos etapas. En la primera, tras las elecciones que le llevaron a la alcaldía, Almeida era "el alcalde de España". Ese tipo del que hablaban bien desde Felipe González hasta Rita Maestre. La segunda se inaugura con su aceptación de la portavocía del PP y su transformación, por supuesto involuntaria, en el equivalente de esos cactus que muchos colocan al lado del cargador del móvil para que absorban las "ondas electromagnéticas tóxicas" de este. Me ahorro explicar quién es el cactus y quién el cargador del móvil en esta metáfora.
Parece, en fin, que a Génova no le importa matar políticamente a Almeida convirtiéndolo en un apparátchik del partido, pero también parece que no hay nada que le convenga menos a Almeida y, probablemente, tampoco al PP.
"No hay solución fácil al problema" dicen los heterodoxos del partido. "La única tercera vía posible sería un tándem Ayuso-Almeida aceptado por ambos, con ella de presidenta del PP de Madrid y él de secretario general". Pero incluso ese bizcocho sería visto por Génova como un desafío a su autoridad.
Un último detalle. El PP estaba muerto tras las elecciones de Cataluña y de ahí ese anuncio de la venta de la sede de Génova cuyo objetivo fue minimizar y hacer más manejable el tamaño del partido para afrontar una larga travesía del desierto en la oposición. Fue la victoria de Ayuso en Madrid la que mutó la atmósfera en el PP y la que cambió la percepción pública del partido. Por primera vez desde 2018, los votantes populares vieron despejado el camino de vuelta a la Moncloa.
Matar políticamente a Ayuso (y a Almeida) ni siquiera servirá a los fines que se pretenden. Con ella o sin ella, una derrota en 2023 pondrá en duda el liderazgo de Casado como se puso en duda el de Rajoy en 2004 y 2008. Otra cosa es qué consecuencias tengan esas dudas esta vez. Casado pedía en 2021 "siete años como Aznar y Rajoy" para reunificar a la derecha y volver a llevar al PP a la presidencia. Es decir, el propio Casado le daba a Pedro Sánchez una legislatura más, hasta 2027. Hasta ahí llegaba su confianza en las fuerzas del partido.
Tras las autonómicas de Madrid, el PP va tan sobrado que incluso se permite el lujo de laminar a su principal activo demoscópico carbonizando en el empeño a otro de sus principales activos demoscópicos. Y todo por una presidencia regional que no le importa a ningún votante y que, salvo excepciones puntuales, siempre ha recaído en el presidente de la comunidad.
Quizá va siendo hora de que Almeida haga, por una vez, lo que nadie se espera de él. Y no para reventarlo todo, sino precisamente para conseguir lo mismo que pretendía conseguir cuando hacía lo que se esperaba de él: beneficiar a su partido. Que no es Génova, sino el PP. Mandaría huevos que el más leal de todos los implicados en este carajal fuera el pagano de la fiesta. Aunque sólo sea porque vivo en Madrid y no quiero que la médico y madre sea presidenta y convierta la comunidad en una nueva Barcelona.