Soy una forofa de los anuncios de la tele. Me refiero a los buenos anuncios, aunque la mayoría no deben de serlo, pues casi nunca me entero de lo que anuncian. Ahora que lo pienso, me gustan los anuncios de Casa Tarradellas, con sus pizzas y sus fuets.
En uno de ellos sale una niña de unos doce años cuyos padres han decidido cambiar de casa. La niña está contrariada por ese motivo y trata de convencer a sus padres. Para ella es mejor la casa actual. “¡Yo estoy in love con esta casa!”, dice. Lo dice con acento argentino, que resulta más convincente.
En otro anuncio, con unos padres que mandan y otros hijos que se resisten, un estudiante de Derecho le comunica a su progenitor que quiere dejar la carrera y pasarse a la música.
Es la hora de la cena y los padres se muestran disgustados. De pronto, la hija, que seguramente tiene la misma edad que la niña del anuncio anterior, le suelta a su hermano: “Pues si tú dejas primero de Derecho yo me paso a quinto de influencer”. En la última escena del anuncio, todos comen pizza de Casa Tarradellas.
Y es aquí cuando llegamos al meollo de las influencers. Hace unos días, JJ, que no es Jorge Javier Vázquez sino Julia Janeiro, alias la Jesulina, cumplió 18 años y las revistas del ramo lo comentaron ampliamente.
No todas las chicas de 18 años son presumidas y enseñan nalgas, pero Julia sí. La tele ofreció un par de vídeos en los que la chica aparecía lamiendo un chupachup y poniendo morritos en primer plano.
Julia llevaba un atuendo perfectamente estudiado: vestido negro corto y escote hasta el ombligo. Larguísimas pestañas postizas. Poses con nalga incluida, jueguecitos con la lengua, etcétera. Entonces pensé que si a los 18 años yo me hubiera presentado así ante mis padres, me habrían cruzado la cara.
A las mamás de ahora les encanta tener hijas influencers. Están en todas partes. Entre una hija influencer y otra feminista, las mamás te dirán que no hay color. Si me apuran, muchas de esas mamás preferirían ser influencers a ser mamás. Las hay que ya han vendido su alma al diablo por seguir los pasos de la criatura.
A empoderadas no las gana nadie.