Es una opinión, quizás a contracorriente, pero me temo que lo peor que nos puede pasar a los españoles en los próximos meses es repetir el confinamiento total que padecimos en marzo, hasta llegar a la normalidad el 21 de junio.
También chocará, pero mucho me temo que los médicos han sido, están siendo, los protagonistas en la lucha contra el virus. La vieja receta del galeno de prueba y evaluación es lo que explica la reducción de la gravedad de la infección. Los médicos han sido mucho más eficaces que la ciencia, cuyo remedio y recomendación ha sido que nos quedemos en casa. Vamos, igual que en la Edad Media.
Otra cosa es la gran industria farmacéutica, que, ante la perspectiva de un enorme negocio de venta de vacunas (que bienvenidas sean), ha acelerado los plazos de pruebas y resultados.
España ha sido el país más estricto en el confinamiento y, sin embargo, ha sido el que ha tenido peor tasa de mortalidad (80.000 fallecidos para 46 millones de habitantes) y peor resultado en la gestión de su economía. Alguna responsabilidad tendrá el Gobierno.
Dado que la reclusión mayor a la que nos han sometido los poderes públicos no es garantía de solución del problema, la experiencia aconseja proceder con las limitaciones de otras naciones europeas sin llegar al extremo del confinamiento total, que no adopta ninguno de nuestros vecinos.
En este marco, es difícil de entender al acuerdo mayoritario de los medios de comunicación para suministrar información ciertamente llamativa (en algún caso alarmista) que parece destinada a inclinar a la opinión a la aceptación de lo inevitable por recomendable: el confinamiento total.
Frente a una oleada de presión mediática hay que agradecer que, en este tema, Pedro Sánchez y el ministro Salvador Illa sostengan que un confinamiento generalizado no es aceptable en estos momentos. Que procede aplicar soluciones parciales en áreas geográficas de limitación de horarios, reuniones, distancias y uso de mascarillas en tanto avanzan un proceso de vacunación. Sobre todo, en la población más expuesta.
Con estas precauciones se compagina la salud y la economía. Las ciudades vacías con toda la población recluida son una alternativa extrema, sólo para situación de catástrofe, que, en el caso de aplicarse requiere un acuerdo mayoritario de la representación de la ciudadanía en el Congreso.
La corriente de opinión a favor del confinamiento domiciliario es muy poderosa. El escritor liberal francés Guy Sorman, el pasado lunes en ABC, pedía el confinamiento total por uno o dos meses:
“Hay que dedicar el 100% de la acción pública a la lucha contra la pandemia, como han hecho, a su manera autoritaria, China y Corea del Sur. Sabemos que el confinamiento total durante uno o dos meses rompería la curva ascendente de la pandemia. Pero los gobiernos occidentales no se deciden, sino que buscan el equilibrio entre salud y economía. Política absurda y sin resultado, porque nunca habrá erradicación del virus ni recuperación económica al final de este ejercicio de funambulismo”.
Guy Sorman insiste en las medidas drásticas desde el Gobierno porque estamos en guerra con el virus:
“Solo la erradicación del virus comportará un regreso a la normalidad, por lo que los Gobiernos deberían dedicarse a erradicarlo y a nada más. Estamos en guerra y en tiempo de guerra, sólo hacemos la guerra”.
Siguiendo la lógica de la guerra de Sorman, durante la guerra, la parálisis es un suicidio; los ciudadanos se movilizan, las fábricas funcionan y producen y los niños acuden a las escuelas (si es posible). No se gana una guerra desde el domicilio. Se precisa producción, logística y movilización. Justo lo contrario de un confinamiento domiciliario.
Conviene un acuerdo de las fuerzas políticas parlamentarias en el que se aparte la tentación de la vuelta a la política del avestruz, al confinamiento total. Dada la diversidad de situaciones y alcance de los números de infección, parece lógico que la respuesta sea también diversa.
En los casos más extremos de extensión de la pandemia, si se tiene que producir un confinamiento domiciliario, este debe ser breve y localizado en un área delimitada, en absoluto nacional.
Mientras tanto, mejor poner el esfuerzo en la vacunación que en el debate y propaganda sobre restricciones ruinosas e ineficaces.