"Me da tristeza ver a mi país así. Me da tristeza ver hoy a los políticos mirando sus egos. Me da tristeza hoy mi país”, escribe Dani Martín. No es el único. A muchos entristece España. A muchos enfada, también, este país. Como advierte el cantante en su cuenta de Twitter, “la ciudadanía necesita soluciones, no sus cajones de mierda, ni sus luchas políticas”.
Los comentarios de Martín sirven para subrayar que los músicos sí han estado a la altura que requería esta pandemia. En las redes, ofreciendo reflexión y entretenimiento; en una parte íntima de los oyentes, esa a la que solo ellos tienen acceso, ofreciendo ternura y apoyo; en nuestras pantallas, esas que ya copan cada ángulo de nuestras existencias, ofreciendo consuelo, o forjando el recuerdo. Y todo, todo esto, de forma altruista.
Martín, como Juancho de Sidecars o Leiva, como Elton John, James Taylor, Jackson Browne o Chris Martin de Coldplay, han regalado su tiempo y su esfuerzo con el único empeño de cobijar, al menos un poco, a un buen número de personas en estos tiempos trágicos.
Pero los políticos no han hecho eso. Siguen enredados en sus mismas luchas de siempre, como aduce el autor de Insoportable, aunque esta vez con la pandemia de fondo. En la última sesión de control al Gobierno quedó más claro que nunca: los mismos rencores, idénticos ataques. La más cayetana de la bancada popular pretendiendo descalificar a Iglesias llamándole “hijo de terrorista”; el de Galapagar -de residencia- preguntando a un adversario si estaba alentando la insubordinación de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado.
El ministro Marlaska soportaba numerosos agravios, entre ellos la calificación reiterada de “miserable”; se defendía lanzando otros no tan arrogantes, y filtrados por cierta compostura. El hemiciclo parecía llenarse de odio, a pesar de estos tiempos en los que debería reinar la concordia y el trabajo en común.
En el Congreso resulta sorprende que, como viene ocurriendo en las últimas conferencias de prensa de Sánchez, ya nadie contesta a lo que le preguntan; cada vez parecen más irrelevantes las cuestiones que se plantean porque los interpelados contestan lo que les parece. Asombra, también, que los diputados tienden a utilizar insultos en vez de argumentos, como si de los primeros se desprendiera la razón; como si de los segundos solamente surgieran debilidades.
Mientras los políticos que hemos elegido se pelean en sede parlamentaria, ahora sobre la actuación de un coronel de la Guardia Civil, conocemos que nuestros muertos no son los 27.117 oficiales contabilizados a media tarde del miércoles, sino alrededor de 43.000, según cifras del MoMo, el Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria, después de incluir los registros civiles.
Mientras los ciudadanos intentan seguir viviendo en medio de este mundo empeorado y peligroso, los defensores de unas luchas políticas salen a la calle a protestar porque consideran que la jornada del 8 de marzo lo cambió todo; los defensores de las otras luchas argumentan, utilizando supuestos criterios de especialistas, que las consecuencias de la manifestación del Día de la Mujer en Madrid fue en realidad “marginal”, por muy poco creíble que eso parezca. Afloran, aunque disfrazadas, las mismas luchas, las de siempre.
La de los músicos, sin embargo es otra. Parece que luchan por causas que los políticos han olvidado, o que nunca conocieron. Pero, desde luego, parecen vivir en un mundo paralelo y mejor.
En este otro planeta las sucesivas ediciones del Festival #Yomequedoencasa han constituido un éxito notable. El grupo Los Secretos ha cedido los derechos de su icónica Pero a tu lado a la Comunidad de Madrid. La banda Vetusta Morla ha grabado Los abrazos prohibidos y donado los beneficios de la canción al CSIC para contribuir en la investigación sobre el Covid-19.
Fuera de estas fronteras ahora cerradas, Lady Gaga creó el One World: Together at Home, que reunió a un beatle y a todos los stones, además de a Stevie Wonder, Niall Horan o Taylor Swift, entre muchos otros. La cantante estadounidense no solo hizo felices a milllones de personas en todo el planeta, sino que generó numerosas donaciones para estudiar cómo derrotar al coronavirus. El mundo que crean los músicos resulta mucho más solidario y apacible que ese en el que se pelean los políticos.
A Dani Martín le entristece su país. Es comprensible, esa sensación la comparten muchos ciudadanos. Pero al menos debería estar orgulloso de lo que él y sus compañeros de profesión están haciendo, en este tiempo feroz, por él.