Tirar la basura a la hora de la nevada, cuando el más silencio todavía. Y después un amanecer que no es amanecer, sino una grisura que no deshace. Suena el telediario en bucle, el televisor tiene ruido de lata, nadie sabe nada y nadie tiene interés en saber y en la gaya ciencia.
Las historias de interés humano son un culebrón barato de viejas catódicas, las cacerolas ya no suenan tanto. España ha entrado en una implosión y sólo hay animación en Galapagar, como si esto de la pandemia y los muertos sin plañideras fuera un 15-M microbiano y cabreado.
Ahora es cuando uno más detesta a los psicomagos, a los coach, a Peppa Pigg y a todos los que tienen terraza. Sin sol, sólo queda la televisión, la cerveza, unas cartas Fournier que andan sobadas de desesperanza y unas conversaciones que siempre vuelven al sol de la infancia con Enrique, antagonista de la comedia que es mi vida en el sótano.
La nieve ha llegado tarde y triste, y de buena mañana ha cuajado donde ha querido: como la socialdemocracia. Leo a Céline a la hora en que debería estar en el Metro, y veo que me han metido en grupos de guasap muy raros, como si yo tuviera hilo directo con la oficina de patentes y marcas.
Marzo se va empalmando a abril y la muerte es una gráfica, una reducción del Hombre al Excel y eso, pienso, debe ser el morir.
Las redes sociales -era esperable- han pasado de la solidaridad al motín sostenido; la España de los balcones ha degenerado a la España de las delaciones: este país de porteras y envidiosas ya va chivando por sistema si el vecino tiene más perros que correas o si el poeta de Asturias baja demasiado a por tabaco. Pobre.
Los días pasan encalomados para darnos en mitad de la frente con una verdad sangrante: preferimos -o nos hicieron preferir- el "café para todos" al "hospitales para todos".
En España muchas clínicas de tetas y de implantes capilares se construyeron a la vera de un campo de golf, mientras, en los clínicos públicos era un milagro que funcionara la televisión a monedas. Y así en La Mancha, Madrid, Valencia y Villalpando.
A España se le ha quedado cara de domingo sin fútbol, hay demasiados intensos compartiendo amaneceres y la americana de Iglesias, inmensa, oculta todo un CNI de un futuro al que hay que empezar a llorarle.