Confinada y asintomática, con suscripción a todas las plataformas digitales, bicicleta estática, hamaca en el jardín, wifi, libros y cómics pendientes, chocolate y la nevera llena, me siento un poco George Sand diciéndole a mi Robert Graves particular que esto es el paraíso, si eres capaz de soportarlo.
Más allá de la frontera de mi particular e impenetrable Xanadú, está el Gran Drama.
Y en medio de este tedio pecaminoso -por momentos me siento culpable por estar sana, por que lo estén los míos, por aburrirme obscenamente en medio de esta tragedia- leo predicciones apocalípticas, los más negros augurios, un atisbo de esperanza y mensajes wonderfuleros dignos de agresión.
Observo a los que aplauden y a los que no, a los que se ponen épicos, a los del lenguaje bélico, a los del “resistiré” a voz en grito y cacerola en mano, a los que critican la gestión del gobierno y a los que creen que no es el momento.
Veo a los afectados, a los agoreros, a los apesadumbrados, a los optimistas, a los melindrosos, a los que dicen que jamás volveremos a ser los mismos, a los que creen que seremos mejores. A los que insultan desde las ventanas, a los que salen con cualquier excusa, a los que no tienen más remedio que salir, a los del “lo peor está por llegar”. Los que lloran a sus muertos, los que rezan por sus enfermos, los ateos cuyo último refugio es el estupor. Columnas de opinión, artículos de información, editoriales, tribunas, secciones especiales y un señor de Cuenca que, con un palillo en la boca y acodado en la mesa de su salón, cree que su Manoli lo haría, si la dejan, muchísimo mejor.
Todo es coronavirus, no hay nada más allá. ¿Es desalmado que el cuerpo me pida desconectar? ¿Es inhumano querer, aunque sea por un rato, mirar para otro lado? Hacerme bicho bola, no hablar con nadie, rodar por la alfombra haciendo la croqueta, creer durante un rato que no salgo porque no quiero y que todo ha sido tan solo un sueño de Resines.
Me siento casi como si llevara demasiado tiempo enamorada: agotada de estar alerta para no perderme ninguna señal importante, al borde del infarto cada vez que suena el teléfono, queriendo saberlo TODO.
Si el paraíso es esto, Robert Graves, creo que no puedo soportarlo.
Siempre tuya
Tu Aurore.