Pablo Iglesias ha estado siempre muy solicitado. Iglesias es un hombre que por donde pisa crecen los romances y se elevan las mujeres. Tiene un armario repleto de exnovias, algunas colgadas de las perchas-dimisiones.
En el partido se le conoce como el dothraki de Alcampo. Lleva la estela de los bandidos y desde aquel pico inocente a Irene Montero apoyado en la barra de un bar como nos hemos apoyado todos alguna vez, borrachos, hervíos, palpando las esquinas de los bolsillos, se le complicó la vida un poco.
Los chalés y los chiquillos son complicaciones por mucho que a Ussía —uno de los dos morancos de la prensa (Javier Marías)— le parezca avanzar, en general para la derecha avanzar significa complicarse la vida, y ahora la melena de la coalición vuelve a su mejor época gracias a la buena acción de Sánchez: hay vicepresidentas por sorpresa.
Me alegro por Iglesias, que lleva la chepa del teórico. Esas mañanas peinándose la papada debieron ser duras, cuando sólo tenía la calderilla de los círculos, el techo de frikis y chavalas por definir. Le ha llegado su hora, la hora tremenda de la responsabilidad. Pregonada primero por las redacciones, se dio la vuelta de honor del chismorreo enseñando su cupo en la alianza de revolucionarios, igual que hice yo cuando quería ser novillero, tan fantasmones los dos, que se lo contaba a todas las que me cruzaba por Mansul bastantes años antes de aquel triste debut y despedida en Los Califas.
A Iglesias la transformación en casta le ha dado verborrea y llantera y tirones en los gemelos: apenas podía andar camino del Consejo de Ministros. Lloraba por la dureza del cargo, abrazado a Echenique, el político-señuelo, y ahora lo compartirá con tres mujeres y podrá darse la vida que soñaba Gistau con Garci de escritor de películas en Fuengirola o por ahí, escribiendo a ocho manos el futuro de España. Iglesias tiene vía libre para dedicar la legislatura, acompañado de tres pibas, a lo que mejor se le da: enviar tuits y fruncir el ceño.
Resulta que Sánchez, como Jack Lemmon, en aquel abrazo provocado por los 52 de Vox, tenía a Carmen Calvo, Nadia Calviño y Teresa Ribera escondidas en el escritorio mientras Iglesias celebraba sin disimulo el cargazo. Sánchez es una abstracción dirigida por Redondo: es mejor cretino de lo que aparenta. Que Iglesias lo disfrute.