Es decir, por aclararlo mejor, la urna separatista contra la porra democrática porque, a pesar de las apariencias, es en la porra, en esta porra, en donde está la democracia y no en la urna, en esta urna que separa y divide a los españoles.
El nacionalcatalanismo busca hallar en la calle un escenario, una escenografía, que legitime sus pretensiones separatistas, que le favorezca (sobre todo en el exterior), tratando de poner en evidencia al “Estado español” cuando este, impresentable internacionalmente, sólo ofrece porrazos al “pueblo de Cataluña” que, sencilla e inocentemente, quiere “votar”.
El catalanismo pide a España urnas, y España le devuelve porras. Cataluña busca “democracia”, y España le da estopa autoritaria. Esta es la trampa ideológica que saca a la gente a las calles de Barcelona -a determinada gente- impulsada por una concepción completamente deformada, esperpéntica, de la realidad, tanto histórica, como política.
Y es que, resulta, que la porra policial, lejos de significar autoritarismo despótico, representa a cuarentaisiete millones de españoles, españoles cuyos derechos son vulnerados por el separatismo cuando este pretende que sólo siete millones, los catalanes, decidan sobre aquello que afecta a cuarentaisiete.
La urna, sin embargo, es representativa de la sedición separatista, esto es, de la usurpación del derecho de todos los ciudadanos españoles (incluyendo, naturalmente, a los catalanes) a decidir sobre su futuro. El “derecho a decidir” del que habla el catalanismo es, en realidad, el “arbitrio de excluir”, por el que se pretende que solo unos pocos privilegiados decidan por todos.
La porra, esta porra es la igualdad y la democracia; la urna, esta urna, el privilegio y el despotismo. En las urnas ganó Napoleón III; también en las urnas ganó Hitler. Ambos son prueba histórica de que con una urna se puede dar un golpe de Estado.
Sin embargo, en ese mundo paralelo, en ese show de Truman que ha creado el nacionalismo, se produce una “inversión de todos los valores” -por decirlo a la nietzscheana- y se trata de extender la idea de que Cataluña, el pueblo catalán, es un pueblo pacífico y democrático que lo único que busca es “votar”, así inocente, ingenuamente. Un “votar” que, bajo esta piel de cordero “democrático”, oculta el lobo de la exclusión y la segregación social y política ejercidas sobre muchos catalanes y sobre el resto de los españoles ("bestias con forma humana", dice Torra), a los que se les despoja de sus derechos políticos en tanto titulares, todos los españoles (incluyendo los propios nacionalistas, claro), de la soberanía nacional.
Porque, en cualquier caso y sea como fuere, no existe ninguna autoridad institucional en España (ni las Cortes, ni el Rey, ni el Gobierno, etc.) que pueda negociar la propia fragmentación del Estado, y menos de la Nación, que es lo que supondría la concesión de un referéndum de “autodeterminación” tal como quiere el catalanismo.
Decía Spinoza que “toda determinación es negación”, de tal modo que conceder la posibilidad de un referéndum (como ejercicio del llamado “derecho de autodeterminación”) a solo una parte de los españoles, es negárselo al resto, que se le hurta, y ninguna institución del Estado está legitimada para ello, y menos un parlamento regional.
La porra significa, en definitiva, esta unidad del poder público; la urna su quebranto por decisión arbitraria de determinadas facciones en abierta sedición. La violencia está en la urna, no en la porra.