Hay una historia paralela a la del procés, sin la cual este no se puede entender. Es la historia de las frases balsámicas que se ha ido repitiendo el constitucionalismo con respecto a lo que estaba sucediendo en Cataluña.
Desde el "no van a llegar hasta el final" que se decía en tiempos de Artur Mas al "esto es una pantomima para preparar unas elecciones autonómicas" que se decía en vísperas del 1 de octubre de 2017, pasando por el incombustible "el frente independentista se está resquebrajando", las frases han sido muchas, variadas y sorprendentemente transversales. Pero todas se han basado en un diagnóstico, presuntamente bien informado, del verdadero estado de ánimo del separatismo. No en vano el recurso habitual de articulistas y tertulianos para apuntalarlas ha sido otro latiguillo, el "y los nacionalistas te lo dicen en privado". El mensaje, por otro lado, ha sido siempre el mismo: la situación no es tan grave como parece. En realidad, esto se arregla prácticamente solo.
La última incorporación a esta fecunda historia es el "ellos saben que han perdido". Como sucedía con sus antecesoras, la frase se puede escuchar en labios de un socialista, de un conservador o incluso de algún simpatizante de Ciudadanos. Y, también como sucedía con las anteriores, la frase tiene unos efectos bastante agradables. En primer lugar, le dice al constitucionalista lo que quiere oír: que esta lucha se ha ganado. Y, encima, de una manera tan contundente que hasta los separatistas se han dado cuenta de ello.
En segundo lugar, la frase señala la necesidad de una gestión inteligente de la victoria: por ejemplo, con indultos a los políticos presos. Lo único que haría falta para que todo vuelva a su cauce sería mostrar a los separatistas el camino de una rendición digna. La frase incluso promete la satisfacción de dos impulsos tan profundos como son la vanidad y el anhelo de calma: ¿quién no quiere mirarse al espejo y ver a un astuto estadista que gana la paz? Y ¿a quién no le gusta que la solución inteligente sea también la que implica menos confrontaciones?
Solo hay un pequeño problema: es difícil sostener que los separatistas verdaderamente hayan perdido. Claro que ningún gobierno extranjero reconoció la proclamación de independencia, y por supuesto que el panorama judicial de los líderes del proceso es muy complicado. Pero, en otros ámbitos más profundos, el independentismo ha conseguido unos logros impresionantes, casi increíbles.
Un año después de que se demostrara lo delirante de su hoja de ruta, y de que se estrellaran contra cualquier barrera impuesta por la realidad que se nos pueda ocurrir -desde la fuga de empresas hasta el rechazo internacional-, las élites independentistas han conseguido que sus bases no solo no les abandonen, sino que se encuentren más radicalizadas de lo que estaban antes. Es decir, más dispuestas a participar en el hostigamiento al discrepante, y mucho menos propensas a votar, en algún momento de su vida, a un partido no-nacionalista. Por otra parte, esas élites mantienen intacto su control sobre poderosos mecanismos de creación de hegemonía, como son los medios de comunicación públicos, los organismos educativos y culturales, y la política de subvenciones.
Por si esto fuera poco, con el recuerdo del 1 de octubre de 2017 y la situación de los políticos encarcelados, el independentismo ha añadido dos nuevos y potentes temas a su repertorio de tergiversaciones victimistas. Y también ha logrado, moción de censura y apoyo al sanchismo mediante, atraer al PSC a una zona mucho más próxima que la que ocupaba hace un año. Esto por no hablar de su exitosa difamación de quienes se atreven a disputar el dominio separatista del espacio público, a los que presenta como poco menos que paramilitares falangistas. Una difamación tan eficaz que hasta algunos madrileños la han hecho propia. Pablo Iglesias, por ejemplo.
Así que, muy bien, es posible que las élites separatistas crean que han perdido. Es posible incluso que lo digan en privado. Pero entonces la pregunta es: con derrotas así, ¿quién quiere victorias?