La semana pasada argumentaba en estas mismas páginas (véase La inmigración en España: inevitable, necesaria y conveniente) que el impacto macroeconómico de la inmigración en España ha sido muy positivo, como también lo ha sido en buena parte de los países desarrollados y en diferentes momentos de la Historia. Además, defendía que, en el caso europeo, es un fenómeno inevitable, dadas las enormes brechas de renta per cápita entre la Unión Europea y el África subsahariana o Latinoamérica, y que esas brechas se van a seguir ampliando en las próximas décadas.

Este desfase de rentas se va a ver alimentado, además, por una explosión demográfica en el continente africano, que ya no es una hipótesis teórica, sino una realidad en marcha. Finalmente, argumentaba que la inmigración es necesaria, por el envejecimiento de la población europea y la falta de oferta de trabajo doméstica para muchos servicios y bienes, que consideramos imprescindibles.

La pregunta con la que terminaba el artículo era: si la inmigración es tan positiva en su conjunto, ¿por qué produce un rechazo creciente y es motivo de máxima preocupación para los norteamericanos, los europeos y, en particular, para los españoles?

La respuesta es compleja, pues influyen muchos factores a los cuales es difícil asignar un porcentaje de poder explicativo. Pero los podemos agrupar en dos tipos de causas: una, de tipo cuantitativo, la reciente intensidad de los flujos inmigratorios en los países desarrollados. La otra, de tipo cualitativo, la percepción social de la población nativa ante el fenómeno de la llegada masiva de población extranjera.

La OCDE elabora anualmente una perspectiva de la migración internacional (International Migration Outlook) de la que podemos obtener los datos de la tabla 1 a continuación.

tabla 1

En la primera columna de la tabla he calculado el promedio anual, para la década 2011-2021 de los flujos de inmigración en miles de personas. Son los datos más recientes de la OCDE, correspondientes al International Migration Outlook 2023. Hay varias cosas llamativas de esa columna. La primera, que Alemania ha tenido, en promedio anual, el mayor flujo de inmigración de toda la OCDE, superando incluso a EEUU (1,3 millones anuales versus 1 millón, respectivamente). La segunda es que España ha tenido, en términos absolutos, con 400.000 inmigrantes al año en promedio, el tercer mayor flujo de entrada de los países de la OCDE, sólo superado por los dos países mencionados anteriormente.

Por tanto, un flujo de entrada muy superior al de naciones como Reino Unido, Francia, Italia, Japón o Corea del Sur, sólo por mencionar a algunos de los países con más población que nosotros.

Aunque la comparación en términos absolutos arroja algunos datos relevantes, conviene relativizar el tamaño de los flujos de inmigrantes con el de la población o, mejor, con el de la población activa o fuerza laboral de los países de destino. Esto es lo que hago en la tercera columna, donde he dividido el promedio anual del flujo de inmigrantes con el promedio de la población activa en esa época.

En esta tercera columna aparece lo que podríamos llamar la 'intensidad inmigratoria'. Cada año los países reciben un flujo de inmigrantes que representan un % de su población activa. Los países con mayor intensidad migratoria son Nueva Zelanda y Austria (con un 3,2% de su población activa), seguida de Alemania y Suiza (con un 3% cada una), y a mayor distancia Bélgica, Irlanda y Noruega (en torno a un 2%), seguidas por Suecia, Países Bajos y España (con ratios cercanos al 2%).

Por tanto, en términos absolutos España es el tercer país de la OCDE en número absoluto de inmigrantes y en intensidad migratoria el décimo, de un total de 28 países considerados (se ha eliminado a los países con los flujos inmigratorios más pequeños, como son Colombia y Costa Rica en Latinoamérica, los tres países bálticos, Eslovenia y Eslovaquia, en el este de Europa, Islandia y Luxemburgo, en Europa Occidental, y Turquía. En total, 38 países.

Estos datos de intensidad coinciden en muchos casos con el auge de movimientos de extrema derecha, xenófobos o populistas, con rechazo explícito a la inmigración, como es el caso de Alemania y Austria y los países escandinavos, así como de los Países Bajos y España. Ello podría avalar que la variable 'intensidad migratoria' es relevante a la hora de explicar el malestar social ante este fenómeno.

Pero hay excepciones interesantes, como la de EEUU (0,6%), Francia (0,8%), Finlandia (0,9%) e Italia (1,1%), donde el auge de la extrema derecha no se explica tan claramente a partir de la intensidad de los flujos de inmigración. Por ello, aunque se trate de una variable relevante, no puede explicar por sí sola el rechazo a la inmigración, y hay que acudir al segundo grupo de variables, más cualitativo, que englobo en la “percepción social ante la inmigración”.

La percepción social ante la inmigración

En su libro Good Economics for Hard Times (Penguin, 2019), los premios Nobel Banerjee y Duflo se preguntaban a qué venía este pánico reciente global a la inmigración, cuando el porcentaje de inmigrantes en la población total de 2017 era el mismo que en 1960 o 1990: un 3%. Según ellos, todo se debe a un conjunto de “falsas percepciones”. Para empezar, sobre la verdadera dimensión cuantitativa del problema. Por ejemplo, en Italia, con un 10% de porcentaje real de inmigrantes, la gente cree que ese porcentaje es realmente un 26%. Lejos de calmar a la población con la verdad, muchas fuerzas políticas se aprovechan de esta inquietud social irracional para sacar réditos electorales. Además de esta percepción “cuantitativa”, existen multitud de falsas ideas sobre el impacto de la inmigración sobre la población nativa. Algunas las resumo a continuación: 

1. "Los inmigrantes nos quitan el trabajo". La idea detrás de esta falacia es que el mercado de trabajo está “lleno” (así lo suele describir el presidente Trump) o, si se prefiere, se trata de un juego de suma cero. Si vienen inmigrantes y se emplean, es a costa del empleo de los nativos. Hay dos errores en este razonamiento. El primero, el mercado de trabajo no es un juego de suma cero, pues la economía puede crecer y crear empleos para todos. No hay ninguna evidencia de que los países con más tasa de inmigración tengan más desempleo.

El segundo error es que los inmigrantes, en general, ocupan empleos que los nativos no quieren aceptar. No hay efecto sustitución. Son más bien complementarios. Y, de hecho, su entrada puede mejorar no sólo su empleabilidad, sino también la de los nativos. Pongamos el caso del cuidado de los niños o de los mayores. La presencia de inmigrantes para cubrir estas necesidades “libera” a nativos, generalmente mujeres, que pueden desarrollar sus carreras profesionales para las que tienen cualificación suficiente. Es decir, aumentan la tasa de actividad o de participación de la economía.

La idea de que los inmigrantes quitan el empleo de los nativos ha calado de tal manera en la población americana en las recientes elecciones, que un porcentaje significativo de los votantes latinos ha optado por Trump. Es decir, “nosotros ya estamos aquí asentados y no queremos que vengan otros a quitarnos el trabajo, aunque sean de los nuestros”. En el caso español y europeo, numerosos estudios señalan que no hay evidencia de que la llegada de inmigrantes perjudique las oportunidades de empleo de los nativos. Sin embargo, en un informe reciente de la Fundación ISEAK (2023), un 45% de la población piensa que los inmigrantes precarizan el empleo de la población nativa.

2. "Los inmigrantes nos bajan el salario". Es una percepción relacionada con la anterior. Si la demanda de trabajo está fija y aumenta la oferta por la inmigración, el salario de equilibrio bajará. Para que se cumpla esta hipótesis se tienen que dar varias condiciones. La primera, que la demanda de trabajo esté fija. Es decir, que no haya efectos expansivos agregados como consecuencia de la inmigración. La segunda, que el salario real inicial sea “de equilibrio”, es decir, sin rigideces. Finalmente, se debe cumplir, que no es el caso, que la demanda de trabajo sea la misma para los dos grupos de población. La demanda de trabajo que satisfacen los inmigrantes son del sector servicios, construcción o agricultura, que los trabajadores nativos no quieren cubrir. Por tanto, se trata de una demanda insatisfecha y que tendrá su propio salario.

Es cierto que ese salario, en general, será menor que el de los trabajadores nativos, pero es debido a que el nivel de cualificación de los empleos es inferior. Por tanto, no es cierto que lo inmigrantes “bajen el salario”, sino que aceptan un salario menor por un trabajo poco cualificado que los nativos no quieren hacer. Es decir, no cambian el salario de un puesto de trabajo ya existente.

En el caso español, en un artículo reciente de FEDEA, Raquel Carrasco afirma que tanto el salario bruto anual como el salario por hora de los inmigrantes extracomunitarios son un 30% inferiores a los de los trabajadores españoles. Ello se explica porque los inmigrantes tienden a ser más jóvenes, tienen menos años de educación formal, ocupan empleos a tiempo parcial o con contratos temporales y tienen menos acceso a puestos de trabajo cualificados o del sector público.

3. "Los inmigrantes se aprovechan del sistema". Es decir, viven de paguitas, se llevan buena parte de las ayudas sociales, saturan los servicios públicos y aportan menos recursos al sistema. Según el informe mencionado de la Fundación ISEAK, un 61% de la población española piensa que la inmigración aumenta el gasto público y un 46% opina que colapsan la Sanidad. Sin embargo, el International Migration Outlook de la OCDE (2021) señala que, en todos los países estudiados, los Estados gastan menos per cápita en los inmigrantes que en los nativos. Y que el uso de algunos servicios públicos, como la Sanidad, es inferior por el perfil de edad de los inmigrantes, en general mucho más jóvenes que los nativos.

La OCDE ha sido especialmente beligerante con los datos de las contribuciones netas de los inmigrantes al sistema fiscal. En todos los países los inmigrantes contribuyen vía impuestos, directos e indirectos, y cotizaciones sociales más de lo que reciben del sistema en términos de sanidad, educación y protección social. Es cierto que el balance neto es superior para los nativos, pero lo es por el lado de los ingresos (al tener menos renta pagan menos impuestos y cotizaciones) y no tanto por el lado del gasto que reciben (véase tabla 2).

tabla 2

Los países en los que la contribución fiscal neta de los inmigrantes es mayor (por encima de la media de la OCDE, 1,56% del PIB) son, en general, los que tienen una mayor aceptación social de los inmigrantes. Es el caso de Australia, Canadá, Chile, Portugal y España. Hay algunas excepciones, como Austria, Italia y Reino Unido. Los países en los que los inmigrantes se “aprovechan” más (realmente su contribución neta es positiva en todos ellos, por lo que contribuyen más de lo que reciben) son países con más rechazo a la inmigración, como es el caso de EEUU, Países Bajos, Francia, Finlandia, Suecia o Dinamarca.

4. "Con la inmigración aumenta la delincuencia y la violencia". Este ha sido uno de los argumentos estrella de la campaña electoral de EEUU, con argumentos estrambóticos como que los inmigrantes llegan para violar a las mujeres y para comerse a las mascotas de la población nativa. La promesa de Trump de una deportación masiva de esos delincuentes ha sido uno de los factores decisivos para su victoria. En España, según el informe ISEAK (2023), un 54% de la población cree que la inmigración aumenta la delincuencia y nada menos que un 92% piensa que se debería exigir un certificado de antecedentes penales para autorizarles a entrar en el país. Porcentaje muy superior a los que piensan que se les debe exigir un contrato de trabajo (71%), que hablen castellano (62%) o que tengan un cierto nivel de educación (44%).

Según el economista y alumno mío, Francisco Nunes, revisando diferentes estudios, concluye que la inmigración no aumenta el crimen en los países receptores, incluido España. Sin embargo, los datos dicen que los inmigrantes, en especial los que están en situación irregular, están sobrerrepresentados (salvo en EEUU) en las condenas de cárcel respecto a su porcentaje de población. Pero esto no demuestra necesariamente que sean “más delincuentes” que el resto de la población. Puede ocurrir que los inmigrantes sean discriminados por la Policía o las autoridades judiciales y condenados en mayor proporción, sin cometer más crímenes que los nativos. También puede ocurrir que algunos inmigrantes hayan sustituido a criminales nativos en su actividad delictiva y, como resultado, no aumenten la tasa de crimen general, aunque sí la específica de los inmigrantes.

Para concluir, dado que la inmigración es inevitable, necesaria y conveniente, ¿qué se puede hacer para mejorar la percepción social ante este fenómeno?  Lo más importante es la labor pedagógica: informar desde instancias públicas y privadas, a ser posible alejadas de la política, sobre los bulos y falacias relacionadas con la inmigración y resaltar sus ventajas.

En segundo lugar, favorecer la integración de los inmigrantes, de forma que puedan participar activamente en la economía y en la sociedad: formación, empleabilidad, inclusión cultural y lingüística, etc.

En tercer lugar, reforzar los servicios públicos. Si hay congestión en algunos casos, se debe al aumento de la población (sea este causado por la inmigración o no) y por el envejecimiento (en este caso, no sólo no es consecuencia de la inmigración, sino que ésta contribuirá a su rejuvenecimiento) y esa congestión se debe corregir con una mayor inversión pública y privada.

En cuarto lugar, gestionar los flujos migratorios: que sean ordenados y legales, que se centren en los grupos de edad más beneficiosos para la dinámica de la pirámide de población y que tengan una mayor capacidad de integración social, económica y cultural. Solo así podremos hacer de la necesidad, virtud.