Luis del Olmo: "Buenos días, España. Les añoro con toda el alma, pero no puedo volver"
"El miedo a ETA estuvo a punto de volverme loco, veía terroristas por todas partes" / "Juan Carlos I eligió un mal camino; me temo que su futuro no será bueno" / "Nos faltan estadistas y nos sobran maniobreros" / "Si un político sólo nos viene con el argumentario, enseñémosle la puerta".
5 diciembre, 2021 10:21Noticias relacionadas
Se abre la puerta tras el sonido de unos cuantos pasos. La imagen impresiona: en la oscuridad del descansillo, aparecen casi dos metros de Luis del Olmo (Ponferrada, 1937). El pelo blanco, como una antorcha. Primero, antes de sonreír y todavía en la penumbra, lanza una mirada profunda a la visita. Una mirada como la de la foto, a medio camino entre la averiguación y la nostalgia.
–Queridos amigos... Pasen, pasen –saluda como despertando de un mal sueño.
Entramos en un salón luminoso y de amplios ventanales. Del Olmo es "el ciprés que siempre sigue en pie" de la canción. No se separa del móvil: "Ya perdonarán, pero me temo lo peor. Antonio Rúa, ¡cómo es posible!, mi hermano Rúa... No me coge el teléfono. Estoy seguro de que ha muerto".
Hay veces que la información se anuncia con pálpitos como este. Antonio Rúa, el gran guionista de Protagonistas, efectivamente, ha fallecido. Del Olmo se enterará poco después de concluir esta entrevista.
Toma asiento en una mesa de madera enorme. La pobre mesa está llena de rayajos. Son las heridas de los autógrafos de un hombre que estuvo cuarenta años abrazado a la radio de éxito. Desde 1973 hasta 2013. Radio Nacional, la Cope, Onda Cero, Punto Radio. Como el flautista de Hamelín, se llevaba a los oyentes consigo. Padre de la radio moderna, inventor de las tertulias y el magasín. El hombre que abrió el camino.
"De tanto firmar dedicatorias, así está esto", sonríe Merche, su mujer. Merche, doña Mercedes, es muy importante en esta historia. Cuando Luis quiso dejar la radio atenazado por la persecución de ETA, ella le dijo: "Si te retiras, será como si te hubieran matado". Y no lo hizo, pero todo aquello estuvo a punto de derivar en un trastorno psicológico: "Casi me vuelvo loco, veía terroristas por todas partes. En las iglesias, en los campos de fútbol, en los toros, por la calle...".
Hay algo mágico e inquietante alrededor de esta mañana. La conversación viaja de la vida a la muerte a una velocidad pasmosa. Acaso vida y muerte sean lo mismo. Es lo que pensamos cuando miramos al fondo de sus ojos vidriosos en el momento en que se dirige a la grabadora como si fuera la última vez: "Buenos días, España. Les saluda Luis del Olmo. Les añoro con toda el alma. Me encantaría estar con todos ustedes, pero eso es imposible".
Luis es extremadamente generoso. Y su generosidad brilla más ahora que se le ha pasado esa cólera tan legendaria. Está todo el rato invitando: a sus museos de la radio, a un restaurante, a tomar el café. Sin darse cuenta, con su amor-obsesión por la radio, no hace otra cosa que invitar... a amar la radio. Él quedó prendado, siendo niño, en casa de Leoncio, el practicante. Después recorría la estación de tren de Ponferrada armado de un magnetófono y atiborrado de tabaco para esconder la niñez de su voz.
Luis del Olmo no tiene tanto dinero como tuvo. Su administrador, antes íntimo amigo, Rogelio Rengel, le estafó casi quince millones de euros. Le arruinó. Acaba de morir en la cárcel. Otra vez la muerte.
Lo que pasa es que la muerte no asusta cuando suena en la voz de Del Olmo. Es imposible que algo así se apague alguna vez. Más aún cuando la "dicción imperial" va acompañada de humor.
–Les saluda, queridos entrevistadores, un residuo de Luis del Olmo. ¿Cómo no hemos hecho esto treinta años antes? ¡Piensen en sus lectores, hombre!
–Casi no habíamos nacido, Luis...
–Ah, bueno.
Es momento de quitarle la "s" a Protagonistas. Hoy sólo existe uno. Con las piernas tan largas como para apuntarse ahí las chuletas cuando chaval. Se enciende la luz roja. Ha venido, Luis, con apuntes. Las cosas que le gustaría decir aunque no se las pregunten. No va a dejarse nada en el tintero. Que quede escrito para siempre.
Luis, ¿tenía o tiene usted muy mala leche?
Hombre, tengo buena leche cuando la gente se porta con corrección. Pero la leche se me enturbia cuando alguno viene con mala idea y ganas de organizar un festival.
Siempre decía que la radio era su vida. Ahora que no hace radio, ¿cómo es su vida?
He dejado la radio, pero la radio no me ha dejado. Antonio Burgos dijo de mí que incluso cuando no estaba haciendo radio, también hablaba de la radio. Ahora lo sigo haciendo. Además, soy un oyente pertinaz.
En el fútbol, en los toros, en las comidas con sus amigos, en casa con su familia… ¿Es amor o es una obsesión?
Muchos dicen que tenía obsesión por la radio. Es verdad, la tuve. Ahora menos, pero porque el calendario indica que tengo ochenta y tantos años.
¿Recuerda la radio de don Leoncio? ¡Todo el día metido en casa del practicante!
La recuerdo con nitidez. Yo tendría siete u ocho años. ¡Era un crío! Todos los rapaces íbamos a casa de don Leoncio a escuchar los programas infantiles. Era la única radio en ese barrio que giraba en torno a la entonces llamada calle de José Antonio.
Lo suyo con la radio, ¡tan pequeño!, fue pura fascinación. Después de ese primer contacto, sólo quería escuchar la radio.
Los críos de Ponferrada jugábamos una competición de ping pong. De chaval, yo era un fuera de serie jugando al ping pong. Quedé campeón de El Bierzo. Fui a León, la capital, a defender nuestra región. Me dieron un palo tremendo y volví a casa con las orejas gachas, pero…
Aquella derrota escondía una gratísima sorpresa.
En la emisora del pueblo, Radio Juventud de Ponferrada, me llamaron para hacerme una entrevista. Al acabar, el director me dijo: “Oye, chaval, tu voz es importante. Creo que tienes posibilidades de hacer radio”. Le contesté: “Don Ernesto, me tiene a su disposición”. Nunca olvidaré su nombre: Ernesto Fernández Vázquez.
"Tenía tres despertadores. Los conservo. Funcionan, pero ya no suenan a esa hora. En la radio, llegar tarde puede suponer un cese"
¿Y cuál fue su primer cometido en la emisora?
Un programa infantil. Iba una vez a la semana para hablar de cosas de chavales. Fui creciendo y, luego, me escapaba del instituto a la radio para comentar asuntos de La Ponferradina y de personajes que destacaban en la comarca de El Bierzo por cualquier circunstancia.
Hasta que llegó el verano. A esa edad, las cosas más importantes de la vida siempre suceden en verano. Porque usted iba para facultativo de minas o ferroviario.
Vino a veranear a Ponferrada el director del diario Región de Oviedo, Ricardo Vázquez Prada. Sintonizó la emisora y me escuchó. Aquel hombre era muy amigo de los dueños de Radio Asturias. Les llamó y les dijo: “Oye, he escuchado aquí una voz que os puede interesar. Os lo mando a ver qué os parece”. Así me contrataron en Radio Asturias, ¡de la Cadena Ser! También trabajé en La Ser, ¿lo ve? He estado en todas. Lo que había sido un pasatiempo se convirtió en mi profesión. Estuve allí casi un año.
¿Y luego?
Pues un día apareció el director de La Voz de León: “Oye, pero ¿tú qué haces aquí en Oviedo siendo de Ponferrada? Vente con nosotros, que podrás ir y venir a tu casa”. No sólo eso, también me dobló el sueldo. Cinco años en León. Hasta que un buen día, me llamó mi hermana y me dijo: “Sal a la estación. Los padres están yendo a Madrid porque van a operar a la madre”.
Salió a la estación y así se marchó a Madrid. No estaba planeado.
Fíjese cómo son las cosas, ¿eh? Me monté en el tren, operaron a mi madre y, como el posoperatorio era largo, me fui a dar una vuelta por ahí. Como lo que me gustaba era la radio, pues me fui a visitar emisoras. Radio Nacional, Radio Juventud, Radio Intercontinental… ¡A los cuatro días estaba trabajando en todas partes! Le debió de sorprender mi voz a Matías Prats, el padre del Matías de ahora.
Ah, ¿sí?
“Oye, muchacho, ¿qué haces? ¿Quién eres?”. Le conté la historia: “Pues soy locutor en mi pueblo. He venido a que operen a mi madre”.
Siempre se hablaba de la “dicción imperial” de Luis del Olmo. En aquella época, durante el régimen, no prosperaban los acentos ni las voces cantarinas. La de usted, efectivamente, era una voz imperial. Les debió de encantar.
Algo tenía mi voz que llamaba la atención…
¿Es verdad que la tenía algo atiplada y que luchaba contra eso armado de cigarrillos? Mire que anteponer la salud a la radio...
Mi padre se fumaba la Tabacalera entera. Cuando entraba en casa, olía ese perfume a tabaco… Tremendo. Yo no fumaba, pero de crío, en la radio, me dijeron: “Tu voz debe ser más poderosa. A ver si te pones a fumar”. Empecé a fumar como un idiota. Ese primer tabaco me trajo, por fortuna, unos catarros increíbles y lo dejé enseguida.
Estábamos en la entrevista con Matías Prats padre, cuando le fichó para Radio Nacional.
Sí. Matías me hizo unas cuantas preguntas. “¿Quieres trabajar en Radio Nacional?”. De pronto, con mi madre todavía en la clínica, era locutor en un montón de sitios.
Su madre le dio la vida dos veces: primero con el parto y después empujándole a Madrid con esa operación.
Sí. Porque si no hubiera sido por eso no me hubiese movido de León. Tuñón, el de Deportes en mi tierra, me decía: “Luis, te tienes que ir a Madrid”. Yo me negaba: “¿Pero qué coño voy a hacer yo en Madrid?”. También tuve en León de compañero a Paco Umbral.
Se cuenta que le robó usted la novia.
Bueno, lo intenté. Pero Paco era mucho Umbral.
No, no: ¡se dice que fue usted quien logró conquistar a aquella chica, y no Umbral!
Habladurías... No, no, de verdad. Yo tenía todas las de perder.
¿Cómo era Paco en aquella época? Porque todavía no era Umbral, no era aquel personaje que creó alrededor de sí mismo.
Pues era un tocahuevos. Creo que se tuvo que marchar a Madrid porque las autoridades lo perseguían. Si no se hubiera ido, lo hubieran echado o enchironado. Se largó en cuanto pudo. Por fortuna para él y para todos los que fuimos sus lectores.
"Ahora, como oyente, me confieso todos los días con la radio... La radio me pone al corriente de mis sueños"
Le pasaba a usted, de joven, lo contrario que a los demás: el cine era luminoso, imponente, estaba lleno de fuegos artificiales; pero prefería la radio.
Estaba muy enamorado de la radio, es verdad. Y fíjese: el padre de un amigo del alma era el portero del cine Edesa y del cine Morán. Podía entrar gratis. Iba los sábados y los domingos. Pero amé la radio por encima de todas las cosas. Enloquecí con la radio. Menos mal que apareció aquel señor en Ponferrada ese verano. Si no, me habría pasado toda la vida en la mina o en una estación de tren.
Dice José Luis Garci que la música es el arte que más conecta con la trascendencia. Mucho más que la literatura o el cine. ¿Dice usted lo mismo de la radio en relación a los periódicos y la tele?
Es que si existen unos radiofonistas fantásticos, como sucede hoy, la radio te enloquece, te engancha y te enamora. Ahora, como oyente, me confieso todos los días con la radio. Claro que echo un vistazo a la prensa y a la tele, pero la radio me pone al corriente de mis sueños.
Hablando de sueños… ¿Qué tal duerme? ¿Es capaz de dormir más allá de las horarias de las seis?
Me retiro a la una o las dos de la madrugada. Libre de todo madrugón, me levanto a las diez o a las once. ¡Si quiero a las doce! Y si no viene un amigo a hacerme una entrevista, pues a lo mejor estaría todavía durmiendo [es ya la una del mediodía]. Una de las costumbres que más pronto perdí al jubilarme fue la de madrugar.
Dicen sus compañeros que juraba en arameo al despertarse.
Tenía tres despertadores. Los conservo. Funcionan, pero ya no suenan a esa hora. En la radio, llegar tarde puede suponer un cese.
Cuentan las malas lenguas que le costaba tanto madrugar que alguna vez dejó grabado el saludo de las seis. ¿Verdad o mentira?
No, eso no es verdad. Siempre estuve en directo. Era vital. Dejar grabado un “Buenos días, España” habría sido un pecado mortal. La radio me entretuvo, me acompañó y me hizo feliz. Mil veces que naciera, mil veces que intentaría engancharme a la radio. Me ha dado todas las satisfacciones y todas las posibilidades de vivir bien, pero me encontré con un administrador que fue un malnacido. Se llevó prácticamente la mitad de todo lo que había ahorrado.
El dinero que era para sus nietos.
Rogelio Rengel, así se llamaba, había sido como un hermano para mí. Me estafó más de catorce millones de euros. Fue condenado a diez años y medio de prisión. Ha muerto en la cárcel... Era el dinero del presente y del futuro. Me dejó con cuatro duros, pero yo hacía tiempo que había aprendido a defenderme con cuatro duros.
Fue como “volver a empezar”, que decía la película.
Sí, pero las dos veces me salvó esa locura que sentía por la radio. Todavía hoy me pasa… Daría cualquier cosa por quitarme cuarenta años de encima y estar dando los “Buenos días, España”. Pero eso no es posible, eso es historia…
Claro que es posible, Luis, hagamos magia aunque sólo sea por un instante. El micro está encendido. Adelante.
Buenos días, España. Les añoro con toda el alma. Me gustaría estar en cualquiera de las emisoras donde tuvieron la amabilidad de aceptarme. Pero eso es imposible. Tengo que vivir de los sueños y así estoy… Todo el día soñando que tengo veinticinco o treinta años.
¿Realmente son “buenos días” para España?
Vivimos días amargos por culpa de esta maldición pandémica. Pero soy optimista, a pesar de que haya gente que se empeñe en lo contrario.
Imagino que este es un país mil veces mejor del que usted imaginó cuando paseaba con el magnetófono allá por los cincuenta en Ponferrada, ¿no?
Imagina bien. La llegada de la democracia cambió a España de arriba abajo y de eso nos hemos beneficiado todos. Pero al mismo tiempo me gustaría volver a aquella estación, a Ponferrada. Los grandes administradores del carbón repartían felicidad, dinero y trabajo. Hoy se cierran las minas, desaparece el carbón y a ese Bierzo que quiero con toda el alma le está costando recuperarse.
Alcanzó una gran notoriedad como locutor todavía en dictadura. Se puso al frente de 'Protagonistas' en 1973. ¿Qué le enseñó la censura? Algunos artistas dicen que les obligó a aguzar el ingenio.
La censura nos obligaba a tener muchísimo cuidado. Esos primeros años, cuando daba el “Buenos días, España”, estaban todos los censores escuchando. Sí es verdad que había que exhibir un plus de creatividad. Precisamente para burlar la censura. Consistía en un equilibrio posibilista: lindar lo prohibido sin cruzar la línea roja. A mí me premiaron con bastantes expedientes.
Cuénteme lo del día que asesinaron a Carrero Blanco. Usted ya estaba en Radio Nacional y le llamaron para obligarle a poner música y no dar la noticia.
Me dijeron: “De momento, pon música y estate al cuidado hasta que te digamos cuándo puedes continuar con la programación”. Todos temblamos con aquel asesinato, no sabíamos qué iba a pasar. Al día siguiente, realicé el programa con normalidad.
Ese día salió a relucir su mala leche: ¿reventó los auriculares contra la pared o es una leyenda?
Es verdad. Así fue. Mandaban y ordenaban. En casos como ese no quedaba más remedio que aceptar las órdenes…
"Suárez fue un político íntegro. Cuando enfermó de alzhéimer le dedicamos un programa extraordinario a modo de homenaje"
Nació en plena Guerra Civil. ¿Cómo era la casa de los Del Olmo? ¿Cuáles fueron las claves de esa experiencia trágica que apenas recuerda?
Efectivamente, era muy pequeño y apenas tengo recuerdos de guerra. Sí veo unas huertas estupendas que había detrás de mi casa, con unas cerezas fantásticas… Ya en la posguerra, unos cuantos chavales intentábamos llevarnos algo de fruta a nuestras casas.
Mi casa familiar era sencilla. Hoy está instalada allí mi emisora Onda Bierzo. En lo que ahora es el estudio principal, estaba mi habitación. Ponferrada sólo sufrió una semana de tiroteo. Después, el frente se trasladó a la zona minera del norte, hasta que los republicanos perdieron Asturias.
Una vez dijo: “En la posguerra, éramos pobretes, pero alegretes”. Dígame más de usted, cómo era usted.
¡Muy alegretes! La felicidad de aquella infancia no la cambio por nada del mundo. Era un chaval largo y delgado. Creo que hubiera sido un buen jugador de baloncesto si mi profesor de Educación Física del instituto no hubiese sido también el director de la emisora del pueblo. En vez de jugar a encestar, jugué a radiar. Tenía buenos amigos, de esos que duran prácticamente una vida. Aprendí de ellos la lección del buen berciano: “Un buen berciano no solo nace, ¡ejerce!”.
¿Cuándo y cómo empezó a tener conciencia de la falta de libertad?
Cuando empecé a trabajar en la radio. Raro era el día en que no nos prohibían algo. Lo que hemos comentado antes del asesinato de Carrero: dos horas poniendo música y sin dar la noticia.
¿Querer ser periodista en dictadura era para poder serlo en una democracia?
Por supuesto. Cuando nos censuraban, siempre pensábamos que tarde o temprano llegaría un día en que se podría informar con libertad.
En la Transición, donde parecía que todo empezaba, usted fue censurado: dos de sus colaboradores hicieron comentarios que no gustaron a Moncloa y el gobierno de Adolfo Suárez le cesó. ¿Cómo fue aquello?
Josep Ramoneda y Josep Martí, formidables periodistas y compañeros, habían publicado un libro titulado 21 hijos de su padre. Se mostraron en desacuerdo con Adolfo Suárez. Lo pusieron verde. Al terminar el programa, el director de Radio Nacional me suspendió de empleo y sueldo.
“Vacaciones forzosas” de un mes, pero la repercusión mediática fue tan grande… Protestas de organizaciones civiles, periódicos y sindicatos. Me devolvieron Protagonistas… ¡y volví con una hora más de micrófono! Si volviera a aquel día, actuaría de la misma manera: volvería a invitar a aquellos dos periodistas al programa.
Hábleme de Suárez, al que conoció. Su figura se ha santificado hoy, pero salió de la política activa por la puerta de atrás.
En realidad, no lo traté demasiado. Yo estaba en Barcelona. Si hubiese estado en Madrid, sí lo habría tratado más. Igual que a los que llegaron después. Una vez al año hacía el programa en el despacho presidencial.
Suárez fue un político íntegro, apuñalado por algunos de sus compañeros de la UCD. Decidió dimitir y Leopoldo Calvo-Sotelo no resistió las siguientes elecciones. Adolfo regresó con el CDS, pero Felipe González ya se había apropiado del centro izquierda. Cuando enfermó de alzhéimer, Protagonistas le dedicó un programa extraordinario a modo de homenaje.
Después llegó Felipe González, que impulsó una gran modernización del país, pero sus gobiernos quedaron manchados por la corrupción y el crimen de Estado. ¿Cómo vivió aquellos casi catorce años?
Tengo unas fotos fantásticas. Nos invitó a todos los que interveníamos en aquel programa de humor: Tip y Coll, Gila, Mingote, Forges, Chumy Chúmez, Alfonso Ussía… Felipe vino conmigo a la radio, tanto en la Cope como en Onda Cero. Y yo a La Moncloa. Cuando Felipe llegó al Gobierno, se consiguió más libertad.
No obstante, Protagonistas, que se había ganado a pulso la fama de programa independiente, no iba a bailarle el agua al ministro de turno. Estábamos entusiasmados con la libertad y no estábamos dispuestos a venderla por nada ni por nadie.
Y hubo lío.
Es verdad que los socialistas, en la oposición, estaban encantados con Protagonistas, pero cuando gobernaron, se dieron cuenta de que íbamos a ser un hueso duro de roer. Al final, y al contrario que Suárez, que eligió un ataque frontal, se inventaron algo más sibilino.
Cuente, cuente.
Me obligaron a escoger. O hacía Protagonistas en Radio Nacional o me quedaba con Hora Punta en Radio Cadena. Protagonistas me daba fama e influencia, pero lo que me daba dinero era Hora Punta, un programa comercial con mucha publicidad. El Gobierno dijo que, por ley, eso era incompatible. ¡Pero si las dos emisoras pertenecían a la misma cadena! Los socialistas insistieron, se sacaron la ley de la manga. Lo que no previeron es que yo me iría a la radio privada y que me llevaría conmigo Protagonistas.
"Alfonso Guerra pidió mi cabeza más de una vez, pero me consta que Felipe no opinaba así"
Su relación con el PSOE acabó siendo tormentosa. Se cuenta que Alfonso Guerra presionaba mucho a las emisoras para las que usted trabajaba debido a los comentarios que propinaba al Gobierno.
Más de una vez, Alfonso Guerra pidió mi cabeza. Pero me consta que Felipe no opinaba así. Me aceptaba, me escuchaba y me respetaba.
¿Le decepcionó González con la riada de casos de corrupción y los GAL?
Me decepcionó el Gobierno, pero el que no me ha decepcionado nunca ha sido el jefe, Felipe González. A su alrededor, como alrededor de los demás presidentes, hubo cretinos. Él puede dormir tranquilo. Creo que la gente le recuerda con afecto.
Con Aznar le sucedió algo curioso: usted, en La Moncloa, le preguntó por qué no le concedía una entrevista a Iñaki Gabilondo, ¡su competencia! Hoy eso sería impensable. Dejó noqueado al presidente del Gobierno.
Era mi competencia, pero siempre fue mi amigo. Le tenía y le tengo mucho cariño a Iñaki. Efectivamente, en plena entrevista, en La Moncloa, se me ocurrió preguntárselo a Aznar. El día anterior había tomado un café con Iñaki. Le dije a Aznar: “Presidente, ¿por qué no acepta, igual que ha hecho conmigo, la invitación de Iñaki Gabilondo?”. Se quedó callado.
Dejé correr el reloj en el silencio. Pum-pum-pum-pum. Quizá fuera un minuto. ¡Eso en la radio es una eternidad! Entonces intervine: “No se ha cortado la comunicación, señoras y señores, lo que pasa es que el presidente está pensando todavía la respuesta a la pregunta que le he hecho sobre Iñaki Gabilondo”.
Le tuvo que sentar fatal a Aznar.
Nunca me dijo nada. Tuve ocasión de hacerle otras entrevistas y nos encontrábamos en algunos actos, pero no me dijo, ni siquiera en broma, “¡qué cabrón!”. Nada, absolutamente nada.
Gabilondo-Del Olmo era como el Madrid-Barça. ¿En qué era mejor usted y en qué era mejor Iñaki?
Iñaki era mejor en todo.
Hombre, no me diga eso, en algo ganaría usted.
Es que Iñaki no sólo ha sido el locutor, sino también el director. Dirigió emisoras, programas… Iñaki es mucho Iñaki. Pasará a la historia como el hombre-radio. Es una persona tan fantástica… No le conozco enemigos. Me habría gustado ser Iñaki, pero no llegué a su prestigio.
Sin ambages, suele decir que Zapatero es su amigo. Pero el presidente le traicionó: le prometió que el AVE pasaría por su pueblo, pero finalmente lo desvió a Zamora.
Sí. Me sentó muy mal. Me engañó a mí y a todos mis paisanos, y eso nunca lo olvidaremos. Me comentó en una entrevista que, por fin, volvería a abrirse la estación de Ponferrada y que volverían a circular los trenes Madrid-La Coruña. Lo celebré en la radio, estaba muy feliz. ¡Tengo sangre ferroviaria! Mis padres, mis abuelos… Jefes de estación, taquilleros… Todo.
Es uno de los presidentes más denostados por su gestión de la crisis económica. ¿Se equivocó?
Si se refiere a Zapatero, sí. Si se refiere a Sánchez, también.
De aquel Gobierno nació la llamada Ley de la Memoria Histórica. Con la perspectiva que da el tiempo, ¿esa ley ha cerrado heridas o las ha abierto?
Con la Constitución y el acuerdo de la mayoría, se pasó página. No hay que revivir ahora viejos rencores. Esa ley es una herida cada vez más abierta. Porque hay memoria histórica en los dos bandos.
¿A Rajoy y a Sánchez los ha tratado?
A Rajoy lo traté porque pasaba con frecuencia por El Bierzo. Trabajó allí algún tiempo. Como buen gallego, me caía bien. Quizá mi mujer tenga la culpa. He sentido respeto por él.
Pedro Sánchez.
Apenas lo he tratado. Cuando lo conocí, me pareció un tío simpático, majo.
¿Quién ha sido para usted el mejor presidente de la democracia?
Creo que Felipe González. Le he tenido mucho respeto. Y no sé por qué, también cariño. Me caía muy bien. Y lo hizo bien.
¿Tiene la sensación de que cada vez es más difícil entrevistar a los políticos? ¿Percibe los argumentarios prefabricados?
Sí. Además, casi han desaparecido las entrevistas-aguijón. Ahora sólo existen las entrevistas-masaje.
Hay que ser fiel a la profesión, actuar como un periodista objetivo y negarse a ser un 'pelotari'
¿Y qué hacemos, Luis? Deme algún consejo.
Ser fiel a la profesión, actuar como un periodista objetivo y negarse a ser un pelotari. En el caso de la radio, si un político va con el argumentario prefabricado, hay que decírselo con el micrófono abierto: “Mire usted, o me responde a lo que le estoy preguntando o ahí está la puerta. Ha venido a que le entrevistemos, no a hacer publicidad de su presente”.
Hizo cincuenta años de radio. ¿La calidad de los políticos ha descendido progresivamente?
Algo de eso hay, sí. Y no solamente pasa en España. Faltan estadistas y sobran maniobreros.
Usted es el padre por antonomasia de las tertulias sobre actualidad. ¿Se le ha torcido un poco el hijo ahora que se ha hecho mayor?
Pues puede que sí. Pero no sé, también le digo que la radio que se hace en España quizá sea la mejor del mundo. Digo "quizá" porque sé que la francesa, la inglesa y la americana son muy buenas. Soy un oyente feliz.
Carlos Alsina trabajó muy cerca de usted: me ha contado que era increíble su determinación para cargarse una sección o prescindir de un colaborador si no funcionaba. ¡Nada más empezar, el primer día! Era como si usted tuviera un sensor de lo que triunfaba en la radio.
Bueno, algo de verdad hay en eso que dice Alsina, mi querido Alsina. Efectivamente, cuando se estrenaba un colaborador, en la tertulia o en cualquier sección, si no me gustaba… Al día siguiente no quería saber nada de él. Le llamaba y le decía que lo dejara. No me ocurrió con frecuencia, pero sí sucedía, sí. Es que la radio es muy seria, sólo hay que aceptar a gente que se lo toma muy en serio.
A usted que le gusta tanto la poesía: hay una anécdota muy buena de Szymborska. Sus fans le mandaban poemas continuamente. Un día, ya harta, contestó a uno de ellos. Le dijo: “Tengo una buena noticia para ti. Vas a poder dedicarte a leer toda la vida”. Algo parecido haría usted: “Tengo una buena noticia, va a poder ser oyente toda la vida”.
¡Qué bueno! [suelta una carcajada]. Si me hubiera ocurrido a mí, le hubiera mandado una carta con estos versos: “Ya espera el carro de la farsa/ vuestro permiso en la cancela del jardín/ traigo en mi comparsa a Pierrot y Polichinela/ soy el poeta que puebla de trucos y babeles/ para el amor desesperado traigo de rimas cascabeles” [recita de memoria a Valle-Inclán].
Hace un tiempo, confesó un temor: que la beligerancia de las tertulias de la tele se traslade a las de la radio. ¿Se ha materializado ese miedo?
En parte, sí. En las tertulias de Protagonistas había tertulianos de signo distinto, y no sólo periodistas o políticos; también escritores, médicos, poetas… Podía darse la controversia, pero no llegaba la sangre al río.
Creo que, haciendo radio, sólo tuvo un miedo verdadero: ETA. Aquel terrorista que vino a por usted y se llevó la vida de un guardia por delante… ¿Le pesa mucho en el recuerdo?
Juan Miguel Gervilla se llamaba el guardia. Me pesa mucho. Lo tengo en el recuerdo, sí. Y la Policía Municipal, por fortuna, también. Cada año, organizan un homenaje a aquel hombre que dio la vida por mí.
Eran las ocho menos cuarto de la mañana y aquel agente vio a unos individuos por el lateral de la Diagonal, empujando un coche que se había quedado sin batería. Fue a echar una mano. El macabro galardón que recibió fueron un par de tiros que le provocaron la muerte. Nunca podré olvidar a ese hombre bueno, Juan Miguel, que dio su vida por la mía. Ningún ciudadano de este país debería olvidar que, gracias al sacrificio de personas como Juan Miguel, hoy somos más libres.
El campo de fútbol, los bares, el teatro… Llegó a pensar que muchos de los que le rodeaban eran terroristas que habían ido a por usted. El miedo le atenazaba.
Sí, es verdad, tenía ese miedo. Veía terroristas por todas partes. No podía escapar del miedo… ETA estuvo a punto de conseguir una de estas dos cosas: matarme o que me volviera loco. Loco de verdad. Me costó racionalizar, pero lo conseguí.
Casi toda una vida con escolta.
Salíamos a la calle y… El problema eran los niños que iban detrás de la pareja Del Olmo. Mis hijos… Tuve, en total, catorce escoltas. Acabaron siendo amigos míos, parte de la familia. Había rotación, así que un día los reuní a todos y los invité a comer.
El jefe, que se llamaba… Espere, espere, su nombre debe salir en esta entrevista y se me ha ido el santo al cielo. Sería imperdonable que no… [busca a Merche, su mujer, y regresa con el nombre]. ¡Alfonso González! Gracias a él pudimos seguir saliendo por ahí. Nos salvó la vida.
"Desprecio al etarra que intentó matarme y a aquellos que mataron a tanta gente buena"
ETA intentó acabar con usted ocho veces.
Menos mal que mis escoltas me hicieron cambiar cada día de itinerario. La última vez que ETA intentó matarme fue a través del comando que asesinó a Ernest Lluch. En una ocasión, la Policía preguntó a uno de la banda por qué tenían tanta obsesión por matar a Luis del Olmo.
¿Y qué dijo el terrorista?
Su respuesta fue tajante: “Porque nos hace mucho daño cuando habla de nosotros”. Supongo que tenía razón. Cada vez que asesinaban, dedicaba programas enteros a denigrarlos.
Pensó en retirarse para proteger a su familia, pero su mujer le dijo: “Si lo haces, es como si te hubieran matado”. Tremendo.
Lo mejor que me ha ocurrido en la vida ha sido encontrarme con mi mujer, esta gallega de Santa Marta de Ortigueira. Gracias a ella, los terroristas no pudieron quitarme de en medio. Estuve a punto de irme a Buenos Aires, donde había algo de familia. Yo tenía mucho miedo. Seguro que ella también, pero lo disimulaba. Mostraba mucha seguridad. Huir habría sido rendirme y no podía traicionar de esa forma a mis oyentes.
Cuando se le hace la típica pregunta de “a quién le queda por entrevistar”, dice que al terrorista que fue a su casa a matarle. ¿Qué le preguntaría?
No, no, mire… Eso lo dije una vez, pero en este momento de mi vida le mandaría a hacer puñetas. Lo hubiera llevado a la radio, a Protagonistas, pero ya no tengo ganas. Desprecio a aquel ciudadano, a aquellos ciudadanos que mataron a tanta gente buena.
Vive en Barcelona, que ha sufrido, sin terrorismo de por medio, una crisis también relacionada por el nacionalismo. ¿Cómo la ha vivido?
Mirando para otro lado. Tengo amigos nacionalistas acérrimos. Procuro huir de la política en las charlas que mantenemos. Sé que son catalanes a morir. Conmigo esas conversaciones no existen. Es muy doloroso y las amistades podrían llegar a romperse.
Llegó aquí cuando se decía aquello de “Barcelona, ciudad abierta”. Aquí estaba la vanguardia de la radio, pero también la vanguardia de casi todo. Vargas Llosa decía: “Era como estar en Europa”. ¿Se ha dilapidado ese legado?
Esa Barcelona radiofónica era apasionante. Nada más llegar, en veinticuatro horas, estaba con una unidad móvil conociendo todas sus calles. Teníamos un chófer maravilloso. Ojalá pudiera hablar hoy con él, pero seguro que ha desaparecido. Yo ya seguía la radio catalana desde Madrid.
Llegué aquí tras una conversación con el director de Radio Nacional. Me hizo una oferta y me lo pensé. Acababa de casarme y tuve que pedir a mi suegro que nos pagara la entrada de un piso. Lo comentaron entre los directivos de Barcelona e hicieron de aquello una oferta escalofriante. Triplicaron lo que cobraba en Madrid. Ya no lo pensé más y vinimos a Barcelona. Aseguramos el matrimonio del futuro que nacía. También el de mis hijos.
Fue un gran defensor de Jordi Pujol en los ochenta y noventa. Tuvieron ustedes una relación estrechísima. ¿Le ha decepcionado mucho?
Nos profesábamos mucho cariño y mucho respeto. Cuando venía a la radio, siempre me preguntaba: “¿Qué pasa por Ponferrada?”. Viví con mucha pena las noticias que usted desliza. Hoy, si alguna vez le veo, lo miro con pena. El Pujol de ahora no tiene nada que ver con el de entonces.
La intervención de Juan Carlos I en 'Protagonistas' fue uno de los días más felices de su vida. ¿Sintió una decepción parecida?
Me encontraba con él en algunas entregas de premios y en más sitios. Tampoco es que comiéramos juntos ni que nos conociéramos en la intimidad. Pero teníamos un buen trato. Un día lo vi en la nieve, porque yo empecé a esquiar, ¿sabe? Pero me di dos bofetadas y lo dejé…
"El Rey emérito se la está jugando. No sé lo que pasará en el futuro, pero me da la impresión de que nada bueno"
Luego vinieron los escándalos financieros, los amoríos…
Uf, uf [resopla de verdad]. ¿Qué quiere que le diga? Me ha sorprendido, y no favorablemente. Me gustaría que el Rey hubiera elegido otro camino. La senda escogida le ha echado a perder. Se la está jugando, nadie sabe qué pasará en el futuro, pero me da la impresión de que nada bueno. Lo lamento con toda el alma.
La Reina Emérita es otra de sus entrevistas frustradas. ¿Qué le preguntaría a doña Sofía?
Majestad, ¿cómo lo lleva con su familia?
Usted va mucho a ver a sus nietos. Es bonito: una vez dijo que hace con ellos lo que la radio le impidió hacer con sus hijos.
Es verdad. Tenía un excedente oculto de cariño y lo estoy volcando con ellos. Mis nietos me acompañan mucho. Vamos todos a una casita que tenemos en Roda de Bará, nos reunimos… Oiga, si va por allí, avíseme.
¿Le ha salido algún nieto periodista?
Están entrando en la universidad ahora. ¡Uno de ellos está en el último rincón de China! Me da la impresión de que le tienen mucho cariño a su abuela… y a su abuelo.
“Si pudiera, con lo bueno y lo malo, volvería a repetir toda mi vida”. Decir eso a los 84 años es lo mejor que le puede pasar a un hombre.
Es verdad. Seguro que he metido la pata muchas veces, pero he quedado satisfecho con lo vivido. Todas las emisoras fantásticas para las que he trabajado… Volvería a repetir cada uno de esos pasos. Encontré gran dicha en todos los micrófonos a los que me acerqué.
Encontré su biografía ['Luis del Olmo, Protagonista' (Planeta, 1999)] en una librería de viejo. Dentro había un papel con un mensaje de amor. Se lo mandó una chica a un chico: acababa con un “pídele un deseo a una estrella”. Pídalo usted.
¿Pedir un deseo a mi edad? [sonríe] Le pido a esa estrella que me conserve unos pocos años más, que pueda llegar a los cien… No lo sé, va a ser muy difícil. Con la bendición divina quizá lo consiga. Le pido a esa estrella que cuide sobre todo de mi mujer, mis hijos y mis nietos.
La bendición divina ya la tiene: dicen que usted es el dios de la radio.
¡Ja! Si fuera el dios de la radio tendría un poder que no tengo en este momento. ¿Sabe? Cuando salgo por ahí, cargado de años, me encuentro a muchas personas que me reconocen: “¡Pero si usted es Luis del Olmo!”. Todavía me emociona. Sigue habiendo mucha gente detrás de aquel “Buenos días, España”. En el campo, en las ciudades, en los caminos…
¿Qué le dirá a la radio el último día de su vida?
Ojalá pueda saber ese día que será el último día de mi vida. Si lo supiera, me gustaría dar las gracias a mis oyentes por todo ese afecto que todavía siento. Muchas gracias, siempre gracias, queridos oyentes, por su cercanía.