El mito fundacional sobre el que hemos construido la Unión Europea en estos últimos setenta años es falso. Peor aún, es peligroso. Sólo comprendiendo nuestra historia podremos tener un futuro en común.
Con la celebración este domingo de los 10 años del Tratado de Lisboa concluye un año marcado por fechas con un fuerte simbolismo para Europa. La firma del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y su inevitable coda: el inicio de la Segunda. La división del continente en dos bloques durante la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, que permitió a Europa “respirar con sus dos pulmones” de nuevo. En los discursos que acompañaron a estas fechas se escuchaba una y otra vez un mismo relato, un mismo mito. Y sin embargo éste es falso, y el discurso más importante de 2019 pasó casi inadvertido.
Junto al monumento que recuerda a las víctimas del Holocausto en Viena, el historiador estadounidense Timothy Snyder se dirigió el pasado 9 de mayo a los europeos con un mensaje que sonaba a la vez a advertencia y a súplica: “sois más que vuestros mitos”. En su “Discurso a Europa”, el autor de Sobre la tiranía y El camino hacia la no libertad tomó nuestra historia, tantas veces repetida, sobre la creación de la Unión Europea y la destrozó.
El proyecto de integración no es el fruto de sabios Estados nación que decidieron superar su enemistad de siglos para construir la paz en el continente. La realidad, como nos advierte Snyder, es que Europa fue la única salida posible al colapso económico y la irrelevancia política tras el fin de los imperios coloniales. Lo fue tanto para su mitad occidental, tras la Segunda Guerra Mundial, como para la oriental cuando cayó el imperio soviético.
Europa, pues, no es una alternativa, sino una imperiosa necesidad. Y esta diferencia importa. Porque si creemos que la integración europea es solo una de las opciones posibles podemos llegar a pensar, como lo hicieron los británicos en 2016, que existe una alternativa viable a la misma. A esta alternativa, se refieren los extremos a derecha e izquierda cuando retuercen la palabra “soberanía” y la trasforman en un concepto mágico que lo resuelve todo, desde la inmigración a la desigualdad.
Que nadie se engañe. Si tu país tiene que importar su energía y exportar sus productos, no es enteramente soberano
Para estos kamikazes de la política, a sueldo de los enemigos de Europa, los hechos no existen y el individuo no importa porque solo existe el grupo. Para ellos el mundo se divide entre los burócratas “globalistas” y los patriotas, defensores de la “soberanía” del grupo o clase social cuya representación se arroguen. Esta visión no solo es falsa y poco novedosa, es además profundamente peligrosa.
Si del siglo XX podemos extraer una lección es ésta: las sociedades que se encierran en sí mismas se marchitan y mueren. Fue el libre comercio, protegido por el poder económico y militar estadounidense, el que rescató al mundo de la miseria económica tras la Segunda Guerra Mundial. Y fue la apuesta por el multilateralismo y el europeísmo de Schuman, Adenauer, Churchill, Madariaga o Spinelli el que permitió la reconstrucción de la Europa que conocemos hoy: una próspera unión de quinientos millones de personas que viven, trabajan, aman y cooperan sin fronteras que los limiten.
Que nadie se engañe. Si tu país tiene que importar su energía y exportar sus productos, no es enteramente soberano. Si el dispositivo en el que lees esto y sin el que ya no imaginas tu vida se fabricó en China con materias primas del Congo, la libertad del comercio te interesa. Si un fundamentalista religioso puede planear el asesinato de europeos desde Oriente Medio, o un presidente mafioso interferir desde el Kremlin en tus elecciones, no eres plenamente independiente.
Mejor se defiende a nuestros trabajadores y empresas dentro de un bloque comercial de 500 millones de consumidores que un país de 47. Más seguros estaremos con aliados que sin ellos. Sólo mediante la cooperación, sobre la base de unos valores compartidos, podremos asegurar en el mundo el respeto de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos que proclaman nuestros Tratados. España, en definitiva, será siempre más soberana dentro de la Unión Europea que fuera.
Pero que Europa sea imprescindible no quiere decir que sea perfecta. Nuestros ciudadanos exigen soluciones urgentes a sus problemas y sus representantes debemos responder.
Si los países se ven desbordados por la llegada de inmigrantes, la solidaridad entre Estados no debería ser opcional
Cuando la inseguridad laboral condena a nuestros jóvenes a la precariedad y la resignación, tenemos un problema. Necesitamos un Plan de Inversión que combata el desempleo juvenil. Cuando los golpistas atentan contra nuestra Constitución y el Estado de Derecho no deberían poder escapar de la Justicia. Reformemos la euroorden para que la extradición entre países de la UE sea automática.
Si los países del sur de Europa se ven desbordados por la llegada de refugiados e inmigrantes, la solidaridad entre Estados miembros no debería ser opcional. Necesitamos un sistema común de migración y asilo, humano, inteligente y responsable. El potencial de nuestra Unión para seguir creciendo es enorme. Establezcamos un verdadero presupuesto europeo con el que invertir en innovación, sostenibilidad y una red de infraestructuras que conecte el continente, especialmente las zonas más despobladas. Así se construye Europa y se frena el populismo, con propuestas concretas, sustentadas en consensos amplios.
El Parlamento Europeo dio luz verde esta semana a la presidencia de Úrsula von der Leyen, cuyo mandato arranca con un amplio apoyo de conservadores, socialdemócratas y liberales, y la misión de liderar una Comisión más “geopolítica”. Los cambios que necesita Europa requieren sin embargo ir más allá de los Tratados actuales.
La próxima Convención sobre el Futuro de Europa es una oportunidad histórica para consolidar y avanzar en el proyecto de integración europea, dotando a nuestra Unión de los mecanismos que necesita para afianzar su posición en el mundo y garantizar la prosperidad y la seguridad de sus ciudadanos. No hay tiempo para la complacencia o la inacción, pues no es poco lo que hay en juego.
Viena fue en su día el corazón palpitante de una Europa multiétnica, políglota, tolerante, ilustrada, optimista y bella. Esa Viena murió, arrastrada por la fiebre súbita del nacionalismo y la guerra, recogidas sus últimas horas en páginas llenas de melancolía por uno de sus hijos más ilustres, Stefan Zweig. Pero fue también en la Judenplatz de Viena donde un profesor estadounidense se dirigió a todos los europeos para recordarnos nuestro deber para con el mundo y la historia: “sois una fuente de esperanza, quizás la única”.
*** José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos.