¿A usted le asusta el futuro?
Hacer esa pregunta a Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) puede parecer poco menos que un despropósito o una provocación. No sólo por sus ya franqueadas ocho décadas de vida, que le llevan a bromear sobre la enorme preocupación de tener que cambiar de coche dentro de 22 años si entran en vigor los nuevos protocolos anticontaminación del Gobierno. Pero Garrigues tiene además, como se suele decir, la luz pagada. Fundador de uno de los despachos de abogados más prestigiosos de Europa, con más de 2.000 trabajadores en 13 países, Garrigues recibe a este periódico en su oficina central de Madrid, un moderno edificio de carácter apacible, con un enorme patio desde el que se ve una obra de Luis Gordillo que sirve como colorido fondo a la fotografía. Allí todos le llaman, sin más, "don Antonio".
El cuadro bien podría simbolizar la efervescencia de la cabeza de Garrigues, ya retirado de responsabilidades ejecutivas en el despacho, pero que sigue escribiendo libros, presidiendo ONG o moderando debates sobre la revolución digital y la gestación subrogada. Firme creyente en las artes y en su práctica aficionada, además de preparar un libro sobre los límites jurídicos y éticos de la "tiranía tecnológica" escribe también otra de sus múltiples obras de teatro: La farándula del saber.
Su inquietud por el mundo que viene es una prueba de que la edad puede ser sólo una opinión. Alejado de los dogmas, cree en una España con más presente y futuro del que dejan entrever los políticos, pero que navega las aguas inestables del mundo global, sobre el que ha escrito su último libro, Manual para vivir en la era de la incertidumbre.
Quizás tras haber leído esta introducción la respuesta a la pregunta no resulte muy sorprendente:
No tengo miedo al futuro. En estos momentos, en España hay una actitud muy negativa, incluso a veces dramática. Pero el futuro de España se puede asumir sin miedo. España tiene problemas económicos, el paro juvenil, el modelo territorial todavía sin definir… pero vivimos en un mundo donde no hay un solo país que no tenga gravísimos problemas. Miremos a Trump, al Brexit, o incluso a Francia, donde Macron está perdiendo credibilidad a pasos agigantados. Pensemos en Italia, en Polonia, en Austria o en Alemania, donde el ultraderechismo gana puestos de manera acelerada y fuerza la caída de Merkel. España tiene una situación económica buena, unos sistemas de seguridad social decisivos, los mejores del mundo. Somos un país que en conjunto tiene buen ánimo, que es solidario y convivencial. Estamos claramente en una posición de cabeza en el mundo occidental. Ahora bien, entiendo que haya algunos jóvenes que no sólo tengan miedo al futuro sino que pongan en cuestión todos los modelos actuales, el económico y el democrático.
¿Cuál es la cara del populismo en España?
En España siempre ha habido populismo, pero hemos tenido la ventaja de que no se ha vertebrado con estructura política. Eso demuestra que, aunque parezcamos un país de extremos, tenemos un buen sentido del equilibrio político.
Quién lo diría, viendo lo que ha pasado esta semana en el Congreso, con Gabriel Rufián expulsado, escupitajos o no a un ministro y tanta tensión.
Hay que desmitificar el dramatismo y echar la culpa a los partidos políticos, que son los culpables de la generación de percepciones que no están justificadas. La convivencia española es mucho más aceptable que la que transmiten ellos con sus peleas y sus jueguecitos.
Los políticos tienen que preguntarse si tienen derecho a darnos ese espectáculo, porque maleduca al sistema, incluso hasta a la juventud
Es decir, que los políticos no están a la altura.
Claro, pero también pasa en todo el mundo. Cuando hablas con políticos españoles, te dicen que lo mismo pasa en EEUU o en Inglaterra. Pero en algún momento tendrán que reaccionar. Se pueden magnificar los últimos incidentes tanto a nivel político como judicial pero, sinceramente, no tienen la importancia que se les quiere dar. Los políticos tienen que preguntarse si tienen derecho a darnos ese espectáculo, porque maleduca al sistema, incluso hasta a la juventud. Parece, de alguna manera, como si se quisiera justificar ese tipo de comportamientos violentos. Por lo menos empiezo a ver que hay cada vez más gente también que lo reconoce y pide disculpas.
El propio presidente del Gobierno lo ha hecho esta semana.
Sí, pero en vez de pedir disculpas podría tratar de fomentar otra dinámica. Otra anomalía en España es que nunca ha habido una coalición electoral o de Gobierno. Somos el único país de Europa donde no ha ocurrido. Hay que mirar, por ejemplo, a Portugal, que es un ejemplo modélico, con tres o cuatro partidos que hacen que el país funcione. En España, ¿por qué no puede haber coaliciones? Hemos hablado mucho de pactos educativos, sobre la Justicia o pensiones, hay asuntos donde debería haber acuerdo.
¿Por qué no lo hay?
Les molesta ceder. Además, hay cuatro partidos bastante parecidos, con un importante equilibrio de votantes, y tienen demasiado miedo a perder votos por un lado o por otro. Están permenantemente en ese juego de quién es más de derechas o de izquierdas en el que se dirime el futuro del país. Pero pese a todo, la sociedad española está haciendo algo muy inteligente: no hacerles mucho caso. El sistema funciona.
Hay quien dice que con estos políticos la Transición no se podría haber hecho.
Desde luego.
¿Tenemos peores políticos que hace 40 años?
No peores. La Transición y la Constitución tenían dos objetivos muy importantes: la democracia y Europa.
¿Falta un objetivo como país?
Nos falta un nuevo objetivo como país, un nuevo contrato social como el que hemos tenido. Durante muchos años hemos creado riqueza, pero la hemos distribuido mal.
¿Es la desigualdad la peor amenaza para la estabilidad social?
Lo creo. Para la estabilidad social y para el modelo democrático. La mayoría de los jóvenes ya no creen que el sistema democrático sea la solución de los problemas. Hay quien se refiere al modelo chino como un ejemplo: han liberado a una parte del campesinado, reducido la pobreza, son una potencia económica, lo son también en el ámbito digital… Así que nos adentramos en un contexto en el que podemos jugar con fuego al replantearnos el sistema económico y democrático. Pero la reflexión tiene lógica desde la perspectiva de un joven que ha estudiado, habla idiomas, ha hecho un esfuerzo, está dispuesto a trabajar y al que se le dice que no tiene sitio. Mucho amor al sistema no puede tener. Lo vemos con Trump.
¿En qué sentido?
Angus Deaton, que fue premio Nobel de Economía, me decía que una gran mayoría de la clase media americana gana ahora menos que hace 10 años. ¿Cómo va a querer votar a Hillary Clinton?
Dice que nadie está a salvo de los populismos y en España no ha habido, hasta ahora, un gran partido de ultraderecha o antieuropeo. También hay quien plantea, al hilo de la creciente importancia de VOX, que hablar mucho de ellos es ponerlos en el mapa. ¿Tiene España motivos para estar más tranquila?
Pienso que sí. A los populistas se les puede descalificar y criticar todo lo que se quiera. Eso les enriquece y les fortalece. Es lo que ha pasado con Trump, con los italianos y con otros. Los populistas siempre ganan metiéndose con la prensa, la mujer, los valores del sistema… Se meten con todo y a pesar de todo ganan. Según nuestro esquema, no puede haber ideológicamente alguien más deplorable que Bolsonaro y sin embargo ha ganado. Ahora bien, los no populistas tendremos que reflexionar sobre si hemos hecho alguna oferta alternativa que merezca la pena pensarse. La culpa no la tienen los populistas sino los que no ofrecen un nuevo contrato social.
El sistema judicial ha funcionado extraordinariamente bien en asuntos como la corrupción. En ningún país se ha metido a tanta gente en la cárcel ni se ha llevado a cabo una función más ejemplarizante
La Justicia no pasa por sus mejores momentos en términos de imagen. ¿Qué conclusiones se extraen de este cambio de cromos por el control del Consejo General del Poder Judicial?
No me gusta lo que ha pasado, pero lo que afirmo categóricamente es que la gran mayoría del estamento judicial sigue trabajando todos los días y muy bien. El sistema judicial ha funcionado extraordinariamente bien en asuntos como la corrupción. En ningún país se ha metido a tanta gente en la cárcel ni se ha llevado a cabo una función más ejemplarizante. En EEUU se limitaron a meter en la cárcel a Bernard Madoff y poquito más, aunque había responsabilidades que alcanzaban a muchísima más gente. Aquí lo hemos hecho bien, pero tenemos una tendencia a autocriticarnos y descalificarnos que es tremenda. Lo que ha pasado con el CGPJ no es bueno, pero no podemos construir sobre un whatsapp mal enviado una descalificación absoluta del sistema judicial, que funciona muy bien. Hay que elegir a los jueces de manera que el sistema tenga la menor dependencia política, pero que no hay ningún sistema en el mundo en el que no haya injerencia es también cierto. En EEUU, a los jueces del Supremo los nombra el presidente y tienen carácter vitalicio.
"Los partidos tienen que enterarse de que la ciudadanía no es tonta"
¿A quién descalifica más el whatsapp?
No a los jueces sino a los políticos. Pero ya que de vez en cuando piden perdón, yo lo que les pediría es que pasasen a otra fase en la que hubiera pactos entre ellos. Los partidos tienen que enterarse de que la ciudadanía no es tonta. Si pactan para mejorar la educación, la Justicia o la sanidad, no les perjudicarán, les premiarán de una manera absoluta.
¿Solucionaría ese nuevo contrato social que usted propone la crisis en Cataluña?
Creo que sí. Uno no puede sorprenderse con el asunto catalán, que ha estado encima de la mesa durante décadas. Lo que nunca ha habido es un diálogo abierto, sincero y pragmático. Tengo la sensación de que empieza a haber un nuevo espíritu porque ha habido un cansancio de independentistas y de constitucionalistas. Pero si alguien piensa que Cataluña va a abandonar el asunto del autogobierno y de la soberanía, se equivoca. Ese tema estará ahí siempre, como está en Baviera o en Escocia.
¿Es esa la vía para que los dos millones de personas que votan independentista le den una nueva oportunidad a España?
Lo creo y lo espero, pero eso tiene que ver también con lo que pase en el conjunto de España y la posibilidad de que haya elecciones. España está perfectamente preparada para que haya elecciones y la ciudadanía está deseando decirle a los políticos lo que piensa.
"España es menos machista que Francia o Alemania"
Han pasado muchas cosas en poco tiempo y usted cree que las encuestas se pueden equivocar.
En España ha habido cambios sociológicos, como el de la mujer, que está empezando, que hace que la mujer tenga ya otra forma de ver la política, el poder, el voto. La mujer es más flexible, más dialogante, soporta mejor las situaciones difíciles y tienen mayor fortaleza física. Es la gran revolución de nuestro tiempo y afecta también al voto, que durante mucho tiempo estuvo muy decidido y era, aunque no sea en términos generales, el del pater familias. Ahora eso se ha acabado para siempre. Ahora mismo, España es menos machista que Francia y que Alemania.
¿Por qué?
En España las mujeres no toleran ninguna broma y el movimiento ha tenido más fuerza que en esos países. El empoderamiento se produce en todos los ámbitos, no hay más que ver el deporte. Y es algo maravilloso. Ya era hora.
Ahora que se cumplen 40 años de la Constitución, ¿es necesario su reforma para acomodar todos esos cambios y el nuevo contrato social que usted defiende?
Los temas ya están en la agenda, lo queramos o no. Me inquieta que se hable de la reforma de la Constitución como una manera de dilatar los problemas. Como no hay consenso, uno lo dice, queda muy bien y no pasa nada. Además de todos los temas clásicos, surgen otros permanentemente, como el de la revolución digital, la concepción de la privacidad, las fake news… Si intentas regular hoy esos temas, igual dentro de tres meses la regulación ya no te sirve. Me hace gracia el asunto de los coches y la reducción de la contaminación, que se plantea para dentro de 22 años. ¡Lo que puede pasar en 22 años en términos tecnológicos! Hay que convivir con la incertidumbre, aceptarla, no ponerse dogmático.
¿Hacia qué España caminamos?
Hacia una atomización clara que complica tener un proyecto común. Hay quien piensa que al ver el caos, la sociedad se dará cuenta y reaccionará. Pero yo lo dudo. Si hace unos años nos llegan a decir que todos andaríamos con un teléfono en el bolsillo, no nos lo hubiéramos creido.