Recuerdo que, cuando yo apenas empezaba a echar los dientes como periodista, casualmente en Cataluña, una broma recurrente era llamar al Parlamento catalán “el Parlament de la señorita Pepis”. De tan poca enjundia solían ser sus sesiones. La verdadera política, la verdadera garra de las cosas, parecía estar tan lejos. Y conste que esta sensación no duró cuatro días, ni ocho ni dieciséis.
Recuerdo a la difunta Carme Chacón, cuando muy poco le faltaba para ser ministra, admitir en un arrebato de íntima sinceridad que a veces tanto oasis catalán la ponía enferma. “No te digo que nos tengamos que tirar los trastos a la cabeza como en Madrid, pero…¡de ahí a estar todos cantando villancicos cogidos de la mano!”, me dijo. Ay Carmeta. Menos mal que te fuiste antes de ver a tu tocaya Carme Forcadell en acción en el pleno de ayer. ¿Tú crees que tu sufrido corazón del revés lo habría soportado?
Es difícil comprimir en las pocas líneas a las que trato de ceñirme todas las barrabasadas parlamentarias, políticas y hasta filosóficas que se perpetraron este miércoles en el Parc de la Ciutadella, justo al lado del zoo. Empiezo a enumerar motivos para el bochorno y no acabo: amagar mil y una veces con registrar y con admitir a trámite una ley que cuando por fin entró en máquinas lo hizo con nocturnidad y alevosía.
Pasarse por el forro el preceptivo dictamen del Consejo de Garantías estatutarias (nada menos, ¡y luego es el PP el que quiere hundir la Carta Magna autonómica!), usar el rodillo parlamentario –que no social…ahí duele, por eso hay que ser tan bestialmente sectario contra cualquiera que disienta o se resista…- para saltarse todos los trámites parlamentarios. Ciscarse en los letrados lívidos y en el secretario de la mesa. No dar margen a enmiendas que no fuesen garabateadas en cinco minutos en un rollo de papel higiénico sustraído a los lavabos (¿hay papel?). Descartar enmiendas a la totalidad como quien descarta que la Tierra pueda ser redonda y girar alrededor del Sol, menudo disparate. Hurtar el cuerpo a toda legitimidad y a toda lógica, en suma, y por encima de todo, reñir, reñir y reñir. Regañar sin tregua y sin pausa a todo el mundo.
Forcadell parecía la Bernarda Alba de Lorca, la señorita Rottenmeier de Heidi y la Cruella de Vil de los 101 dálmatas, todo en uno. Su ceño de vinagre lo decía todo del procés. Al fin, ¿caretas fuera? Señores pijoprogres de las Españas, pasen y vean: ¿se convencen al fin de que esto no era una movilización social legítima, un proceso pacífico precioso, una fiesta de la democracia? ¿Se dan cuenta de con quién tratan?
A Forcadell la acusaron ayer de poner la soberanía popular a caer de un burro y de convertir su sede en la gestoría de Junts pel Sí. Se quedaron cortos. La convirtió en la habitación del pánico. En la cámara de los horrores. En una radiografía viva del quebrado espinazo social catalán. Cataluña entró por su propio pie en ese pleno y salió en silla de ruedas. Quién nos iba a decir que acabaríamos echando de menos el Parlament de la señorita Pepis… Allí, al menos, se podía hablar. De todo.
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