Mariano Rajoy pretende sacar rédito del vacío político e institucional que él mismo contribuyó a generar. Después de seis meses de zozobra política, el presidente en funciones gestiona a conveniencia el cansancio de la opinión pública sin escatimar contradicciones.
Si tras del 20-D le dijo que no al rey y aguardó a que Sánchez y Rivera fracasaran en su intento de formar gobierno, ahora tiene prisa en llamar a todas las puertas para allanar cuanto antes el camino de su eventual investidura sin tener siquiera una hoja de ruta clara. Entonces aprovechó la codicia política de Pablo Iglesias para desgastar a los impulsores del pacto de El Abrazo, del mismo modo que ahora utiliza las presiones internas sobre Pedro Sánchez y Albert Rivera para neutralizar la lógica oposición de los candidatos del PSOE y Ciudadanos a facilitar su reelección.
Además, en lugar de intentar comprometer a sus rivales, anunciando por ejemplo por escrito la reforma de la ley electoral para acabar con las distorsiones de la Ley d'Hont, Rajoy quiere un cheque en blanco. Por eso se vale sólo de la sobrevaloración entusiasta de su insuficiente victoria y, en el caso del PSOE, de las luchas latentes por el liderazgo, para sacar adelante su investidura.
Negativa coherente
La negativa del PSOE a apoyar o abstenerse en la investidura de Rajoy es coherente con la posición fijada hace meses por el Comité Federal. Los pronunciamientos de algunos barones sobre la necesidad de permitir a Rajoy formar gobierno son meras opiniones personales cuando no envenenadas propuestas destinadas a terminar de desgastar al secretario general socialista.
Quizá lo adecuado sería que, tal como ha propuesto en EL ESPAÑOL el diputado José Luis Ábalos, sean las bases del partido las que decidan si quieren que el PSOE gobierne con el PP, si están a favor de facilitar la investidura de Rajoy o si prefieren condicionar el respaldo a un Gobierno del PP a que se presente otro candidato que dé más solidez a la decimosegunda legislatura.
Presiones a Rivera
Albert Rivera también ha sido emplazado por algunos de los impulsores del manifiesto fundacional de Ciudadanos a que levante el "veto" a Rajoy. Esta recomendación en público no parece oportuna ni en términos estratégicos, pues el presidente en funciones no ha ofrecido ninguna garantía de su compromiso reformista, ni en términos políticos, pues en todo caso los reparos de Rivera hacia Rajoy no son de naturaleza personal, sino que responden a que él encarna la antítesis de lo que Ciudadanos es como proyecto. En pues normal que tanto Sánchez como Rivera prefieran que sea el otro el primero en pasar el mal trago que supondría claudicar ante Rajoy.
Resulta paradójico que el mismo presidente que hace seis meses calificaba de "disparate" y "absurda" la pretensión de Sánchez y Rivera de sacar adelante un acuerdo que representaba al 36% del electorado quiera ahora que, aquellos a quienes zahirió, faciliten su investidura por haber obtenido el 33% de los votos.
La renuncia de Sánchez y Rivera a brindarle en bandeja a Rajoy la investidura es congruente, por mucho que él apele a que nadie quiere unas terceras elecciones para conseguir gratis la reelección. Lo conveniente para no condenar esta legislatura a la inestabilidad sería que PP, PSOE y Ciudadanos pactaran un programa, formaran una coalición y eligieran a un presidente de consenso.